miércoles, julio 11, 2012

CURSILLO DE CAMARERO PARA LICENCIADOS

 

 

                          

S.J.AGNON-AYER Y ANTEAYER  1235

He visto-comento Jemdat-que Reb Zoraj bebió y pagó y luego volvió a beber y a pagar.¿Porque no lo pagó todo a la vez?-Al principio-explica Malcow-,está seguro de que le bastaría un solo vaso.Después,como no se conforma,pide otro.Todo el mundo paga medio “matlik”,pero él un “matlik” entero,en compensación con los que beben y no pagan.Y si nada falta en casa de Reb Zoraj,¿por qué viene a beber aquí?Pues para no darle trabajo a su mujer,ocupada en guisar para los eruditos de la casa de enseñanza que el construyó.

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la Veneciana

Unos setos negros, como regados con
mercurio, relucían a la luz de las estrellas. En algún lugar una lechuza ululaba. A
paso ligero Simpson atravesó el césped, entre los setos grises, rodeando la
presencia masiva de la casa. Por un momento se sintió despierto con la frescura de

la noche y la intensidad del brillo de las estrellas. Se detuvo, se inclinó y finalmente
se desplomó como si fuera un traje vacío, en la pequeña franja que había entre un
macizo de flores y las paredes del castillo. Una ola de mareo y cansancio se apoderó
de él, y trató de librarse de la misma con un golpe de hombros. Tenía que
apresurarse. Ella le esperaba. Pensó que oía cómo ella susurraba con insistencia...
Sin darse cuenta se puso en pie, entró en la casa, y encendió las luces que bañaron
el lienzo de Luciani en un cálido brillo. La joven veneciana se erguía frente a él, viva
y tridimensional. Unos ojos oscuros se detenían en los suyos sin la chispa que
mostraban en el cuadro, la tela rosada de su blusa acentuaba con imprevista calidez
la belleza de tintes oscuros de su cuello así como las delicadas arrugas bajo su oreja.
Sus labios, cerrados, y un punto expectantes, se habían helado en una especie de
mueca amable, una sonrisa irónica. Sus dedos alargados se extendían abiertos en
pares hacia sus hombros, de los que pendían, a punto de deslizarse, pieles y
terciopelos.

Y Simpson, con un suspiro profundo, se acercó hasta ella y sin más problemas entró
en el cuadro. Una frescura maravillosa se apoderó inmediatamente de él y la cabeza
le empezó a dar vueltas. Había un aroma de arrayanes y cera, con una débil ráfaga
de limón. El se hallaba en una especie de habitación negra y desnuda, junto a una
ventana que se abría a la noche, y junto a él, se erguía una veneciana de carne y
hueso, Maureen..., alta, espléndida, luminosa, como si irradiara una luz desde su
interior. Se dio cuenta de que el milagro se había producido, y lentamente se acercó
hasta ella. Con una sonrisa de soslayo la veneciana se ajustó la piel, y deslizando la
mano hasta su cestillo, le ofreció un limón pequeño. Sin quitarle los ojos de encima,
de aquella su mirada juguetona, aceptó el fruto amarillo de sus manos y, tan pronto
como sintió su frescor áspero y firme, así como la calidez seca de sus largos dedos,
una felicidad increíble comenzó a hervir en su seno y sintió un ardor delicioso. Pero
entonces, de repente, miró tras de sí por la ventana. Y allí, vio que a lo largo de un
sendero blanquecino caminaban unas siluetas azules, veladas, con la cabeza
cubierta y portando unas linternas pequeñas. Simpson miró en torno suyo, a la
habitación en la que se hallaba, pero sin darse en absoluto cuenta de que tenía un
suelo bajo sus pies. En la distancia, en lugar de una cuarta pared, había un salón que
le resultaba familiar y que lucía a lo lejos como si fuera agua, un lago cuyo centro
albergaba una isla que no era sino una mesa. Y en ese preciso momento se apoderó
de él un miedo tan intenso que le llevó a exprimir el limón que tenía en la mano. El
encanto se había disuelto. Trató de mirar a la izquierda para contemplar a la chica,

pero no consiguió mover el cuello. Estaba atascado, como una mosca en la miel...,
intentó mover sus miembros, dar una especie de salto o sacudida, pero se quedó
atrapado, y sintió que la sangre, la carne y la ropa se transmutaban en pintura,
diluyéndose en la materialidad del óleo y del barniz, secándose en el lienzo.

Formaba parte ya del cuadro, pintado en actitud ridícula junto a la veneciana, y,
enfrente, incluso más lejano que antes, incluso más preciso que antes, se extendía el
salón, lleno del aire terrestre y vivo que, de ahora en adelante, no podría ya respirar.

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