VLADIMIR NABOKOV-LOLITA 233
Nuestra cabaña estaba en la
cima arbolada de una colina, y desde nuestra ventana podía verse el camino que
serpeaba hacia abajo y después corría entre dos filas de castaños derecho como
la raya del pelo, hacia la bonita ciudad, singularmente nítida y como de juguete a
la distancia en esa mañana pura. Podía distinguir a una niña-elfo sobre una
bicicleta-insecto, y un perro, quizá demasiado grande en proporción, tan
preciosos como peregrinos con sus mulas que ascienden por pálidos caminos de
cera en los cuadros antiguos, con personajes minúsculos rojos y colinas azules.
Tengo el gusto europeo de valerme de mis propios pies cuando es posible
prescindir del automóvil, y caminé despaciosamente, topándome durante mi
marcha con la ciclista –una niña fea y rechoncha con trenzas, seguida de un
inmenso San Bernardo con órbitas como pensamientos–. En Kasbeam, un
peluquero decrépito me cortó el pelo de manera harto mediocre. Parloteaba
acerca de un hijo suyo jugador de béisbol, y a cada estallido me escupía en el
cuello; de cuando en cuando se limpiaba los anteojos en mi delantal o
interrumpía sus trémulos tijeretazos para exhibir recortes doblados de diarios
amarillentos. Yo estaba tan distraído que me sobresalté al comprender, mientras
él me enseñaba una fotografía sobre un caballete, en medio de las viejas
lociones grisáceas, que el joven jugador de béisbol había muerto treinta años
antes.
La niña que había visto en mi trayecto hacia la ciudad, estaba ahora
cargada de ropa lavada y ayudaba a un hombre deforme de cabeza grave y
rasgos groseros que me recordó el personaje de «Bertoldo» en la comedia
italiana. Cuando llegué estaban limpiando las cabañas, agradablemente
espaciadas entre la profusa vegetación. Era mediodía, y casi todas, con un último
estallido de sus puertas persianas, se habían librado de sus ocupantes. Una
pareja de ancianos momificados en un último modelo salía de uno de los garajes
contiguos. En otro asomaba, como por una vaina, una carrocería roja; y cerca de
nuestra cabaña, un joven fuerte y apuesto, de pelo negro y ojos azules, subía
una heladera fuerte y portátil a su camioneta rural. Por algún motivo me dirigió
una tímida sonrisa cuando pasé. Al frente, sobre la hierba, en la sombra
ramificada de los árboles profusos, el San Bernardo vigilaba la bicicleta de su
ama y no muy lejos una mujer joven, entregada a la vida de familia, había
sentado a una criatura extasiada en el columpio y la mecía suavemente,
mientras un celoso niño de dos o tres años incomodaba cuanto podía,
procurando empujar o atraer la tabla del columpio hasta que al fin consiguió que
lo golpeara y empezó a aullar, tendido de espaldas en la hierba, mientras su
madre seguía sonriendo amablemente a ninguno de sus dos hijos. Recuerdo esas
minucias con tanta claridad quizá porque había de revisar mis impresiones de
cabo a rabo unos minutos después
PHILIP ROTH-EL ANIMAL MORIBUNDO 170 págs. 170*2=340-233=107
Con la música de teclado tienes la sensación de reproducir lo que los compositores hicieron y por ello, hasta cierto punto, estás dentro de su mente. No en la parte más misteriosa, que es donde se origina la música, pero aun así, no te limitas a absorber pasivamente una experiencia estética. A tu propia y torpe manera, la estás produciendo, y así es como intentaba olvidar la pérdida de Consuelo. Tocaba las sonatas de Mozart. Tocaba la música para piano de Bach. La tocaba, estaba familiarizado con ella, lo cual es distinto a tocarla bien.Tocaba piezas isabelinas de Byrd y compositores por el estilo. Tocaba a Purcell. Tocaba a Scarlatti. Tengo todas las sonatas de Scarlatti, las quinientas cincuenta en su totalidad. No diré que las tocaba todas, pero sí muchas de ellas. La música para piano de Haydn. Ahora me la conozco al dedillo. Schumann. Schubert. Y esto, como te he dicho, lo hacía aun cuando había tenido muy poco adiestramiento. Pero fue un periodo espantoso, inútil, en el cual o bien estudiaba a Beethoven y penetraba en su mente o permanecía en mi propia mente y reproducía todas las escenas con Consuelo que podía recordar... Y lo peor de todo era que reproducía la temeridad que cometí al no asistir a su fiesta de graduación. Pero, mira, jamás habría imaginado que fuese tan normal y corriente. ¿Una chica que se quita el tampón delante de mí y luego, porque no he ido a su fiesta de graduación, rompe conmigo?
Sura 7. Al-Aaraf (La Facultad de Discernimiento) 233
(11) Y, ciertamente, os hemos creado y luego os dimos forma;9 y luego dijimos a los
ángeles: “¡ Postraos ante Adán!” --y se postraron [todos] excepto Iblis, que no fue de los
que se postraron.10
(12) [Y Dios] dijo: “¿Qué te impidió postrarte cuando te lo ordené?”
[Iblis) respondió: “Yo soy mejor que él: a mí me creaste de fuego, mientras que a él lo
creaste de barro.”
(13) [Dios] dijo: “¡Desciende de este [estado] --que no es propio que te muestres arrogante
aquí! ¡ Sal, pues: en verdad, estarás entre los humillados!”
(14) [Iblis] dijo: “Concédeme una prórroga hasta el Día en que sean todos resucitados.”
(15) [Y Dios] respondió: “En verdad, serás de aquellos a quienes ha sido concedida una
prórroga.”
(16) [Y entonces Iblis] dijo: “Ya que me has frustrado,11 ciertamente he de acecharles en
Tu camino recto, (17) y ciertamente he de atacarles abiertamente y en formas que no sospechan,
12 por su derecha y por su izquierda: y verás que la mayoría no son agradecidos.”
HARUKI MURAKAMI-1Q84 233
Aomame miró hacia arriba echando el cuello hacia atrás. Mientras sus ojos
contemplaban el cielo, sus sentidos deambulaban por recuerdos remotos. El tiempo
que había pasado con Tamaki, las cosas de las que habían hablado. Y cuando se
habían tocado mutuamente... Pero, entre tanto, se dio cuenta de que el cielo nocturno
que estaba viendo se diferenciaba en algo del cielo nocturno habitual. Tenía algo
distinto al cielo de siempre. Había algo extraño, tenue pero difícil de negar.
Transcurrió un buen rato hasta que encontró dónde residía la diferencia. Y,
además, una vez encontrada, le costó bastante aceptar la realidad. Sus sentidos eran
incapaces de ratificar lo que su visión captaba.
Dos lunas flotaban en el cielo. Una luna pequeña y otra grande. Ambas se
alineaban en el cielo. La grande era a la que estaba acostumbrada. Próxima al
plenilunio, amarilla. Pero a su lado había otra luna diferente. Una luna de forma
desconocida. Un tanto deforme y ligeramente verdosa, como si estuviera cubierta de
musgo. Eso era lo que su visión captaba.
Aomame entornó los ojos y contempló fijamente las dos lunas. Luego cerró los
ojos, dejó pasar un tiempo, respiró hondo y volvió a abrirlos. Esperaba que todo
volviera a la normalidad y sólo hubiera una luna. Pero la situación era
completamente diferente. No era un efecto óptico, ni se le había nublado la vista. Dos
lunas flotaban en el cielo, bien alineadas, sin lugar a dudas o a errores de visión. Una
luna amarilla y otra verde
JAMES JOYCE-ULISES 233
Una de su hermandad me rastreó
chillando a la vida. Creación de la nada. ¿Qué
lleva ella en la valija? Un aborto a remolque de
su cordón umbilical, acondicionado en lana
rojiza. Los cordones de todos se encadenan hacia
el pasado, cable de hebras retorcidas de toda
carne. De ahí los monjes místicos. ¿Queréis ser
como dioses? Contemplad vuestro omphalos.
Hola. Kinch aquí. Comuníquenme con Kenville.
Alef alfa: cero, cero, uno.
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