VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 41
—Dime, Monfiori, ¿qué piensas de... de, cómo se llama, Isabel?
—No conseguirás nada con ella —contestó Monfiori—. Pertenece a una especie
escurridiza. Todo lo que busca es un contacto fugaz.
—Pero toca la guitarra por la noche y se entretiene con su perro. Eso no está bien,
¿no crees? —dijo Kern, mirando su copa con ojos desencajados.
Con otro suspiro, Monfiori dijo:
—Por qué no te olvidas de ella. Después de todo...
—Eso me suena a envidia... —empezó a decir Kern.
El otro le interrumpió con suavidad:
—Es una mujer. Y yo, como ves, tengo otras inclinaciones —y aclarándose la
garganta con una cierta modestia, marcó otra X en la carta.
Las copas de rubí fueron reemplazadas por otras doradas. Kern tenía la sensación
de que la sangre se le estaba volviendo dulce. Una especie de bruma se le iba
instalando en el cerebro. Las polainas blancas abandonaron el bar. Los ritmos y
melodías de la distante música cesaron.
—Dices que hay que ser selectivo... —su voz era espesa y hablaba como con
desmayo—, mientras que yo he llegado a un punto en que... Mira, por ejemplo, yo
estuve casado una vez. Se enamoró de otro. Y resultó ser un ladrón. Robaba coches,
collares, pieles... Y ella se quitó la vida. Con estricnina.
SUTRA DE LA LUZ DORADA 41
8. CAPÍTULO SOBRE SRI
Entonces la gran diosa Sri habló de este modo al Señor:
“Yo, querido Señor, la gran diosa Sri, daré fervor a ese monje que predica la Ley
así como también equipamiento como vestidos, bol de limosna, cama, asiento, y
medicinas para tratar con las enfermedades, y otro excelente equipamiento, de
manera que el (113) predicador de la Ley pueda ser proveído con todo
equipamiento, y no pueda tener ninguna carencia, pueda tener una mente firme,
pueda pasar noche y día con una mente feliz, pueda tomar de este excelente
Suvarnabhãsa, rey de los s tras, diversas palabras y letras, pueda examinarlas, de
manera que, para el beneficio de aquellos seres que hayan plantado raíces de
méritos bajo miles de Budas, este excelente Suvarnabhãsa, rey de los s tras, pueda
avanzar durante mucho tiempo en Jambudvpa, no pueda desaparecer rápidamente,
y los seres puedan escuchar el excelente Suvarnabhãsa, rey de los s tras, y puedan
durante numerosos cientos de miles de millones de eones experimentar
inconcebibles divinos y humanos placeres, que la hambruna desaparezca, y la
abundancia pueda manifestarse, que los seres puedan ser bendecidos con el
suministro de bendiciones, puedan encontrar a los Tathãgatas, y en el futuro puedan
despertar a la suprema y perfecta iluminación, que todas las aflicciones de los
infiernos, animales, y el mundo de Yama, puedan ser cortadas plenamente”.
EL FIGÓN DE LA REINA PATOJA 41
de
Anatole France
Un hombre honrado no puede comer sin repugnancia la carne
de los animales, y los pueblos no podrán considerarse cultos mientras que
en sus ciudades y aldeas existan mataderos y carnicerías. Pero ya sabremos
algún día librarnos de estas industrias bárbaras. Cuando conozcamos
exactamente las sustancias nutritivas que contienen los cuerpos de los
animales, será posible extraer de esas mismas sustancias corpúsculos que, a
pesar de no tener vida, la suministran en abundancia. Esos cuerpos
contienen, efectivamente, todo cuanto se encuentra en los seres animados,
puesto que el animal ha sido alimentado por vegetales, que a su vez
absorbieron su sustancia de la materia inerte. Será entonces cuando nos
alimentemos de extractos de metales y de minerales convenientemente
tratados por los médicos. No dudéis, no, de que el sabor sea exquisito y la
absorción saludable. La cocina se hará en esa época en retortas y
alambiques, y en lugar de cocineros tendremos alquimistas. ¿No
experimentáis, señores, el caso de presenciar estas maravillas? Yo os las
prometo para un tiempo no muy lejano. Pero vosotros no alcanzáis a
comprender aún los excelentes efectos que producirán.
—Si he de decir verdad, señor, yo no las comprendo en absoluto —dijo
mi buen maestro apurando un vaso de vino.
—En ese caso —dijo el señor de Astarac—, prestadme un momento de
atención. No teniendo que sufrir el peso de sus lentas digestiones, los
hombres adquirirán una agilidad inconcebible; su vista llegará a ser tan
penetrante que hasta verán cómo navegan los buques en los mares de la
Luna. Su inteligencia será más clara y sus costumbres se suavizarán,
avanzando mucho en el conocimiento de Dios y de la Naturaleza.
Sri o Shri (belleza o riqueza) es una palabra sánscrita que se utiliza como título de respeto en el hinduismo. También es el nombre de una diosa.
En el Rig-veda (el texto más antiguo de la literatura de la India, de mediados del II milenio a. C.), sri significaba solo ‘lo que difunde luz’, esplendor o belleza. Por ejemplo: śriya ātmajāḥ o śrī-putrá (‘hijos de la belleza’, caballos); y śriyaḥ putrāḥ (‘hijas de la belleza’, refiriéndose a unas cabras con marcas auspiciosas).Sri (o Sri Deví) es un nombre de Laksmí, la diosa consorte del dios Visnú, que —de acuerdo con las creencias hinduistas— es la deví (‘diosa’) de la riqueza. Lakshmi simboliza la belleza, la riqueza y la gracia.
Sri es también uno de los nombres de Ganesha, el dios hindú de la prosperidad. El origen de la palabra Sri aparece cuando Ganesha pierde su cabeza mientras protege a su madre Párvati. Esta es también la razón por la que él es el primero a quien se rinde culto en los sacrificios de fuego (yagñas).
Sri forma parte de muchos nombres en la India, por ejemplo:
John Kennedy Toole
La conjura
de los necios 41
—¿Qué voy a hacer con un chico como éste? —preguntó
con tristeza la señora Reilly al patrullero Mancuso—. No se preocupa
por su pobre madre querida. A veces, pienso que a Ignatius no le
importaría que me metieran en la cárcel. Este chico tiene un
corazón de hielo.
—Le ha mimado usted —dijo el patrullero Mancuso—.
Una mujer ha de procurar no mimar demasiado a sus hijos.
—¿Cuántos hijos tiene usted, señor Mancuso?
—Tres. Rosalie, Antoinette y Angelo júnior.
—Vaya, qué maravilla. Estoy segura de que son
encantadores, No como Ignatius —la señora Reilly movió la
cabeza—. Ignatius era un niño tan lindo. No sé lo que le hizo
cambiar. Me acuerdo cuando me decía: «Mami, te quiero mucho». Ya
no lo dice nunca.
—Vamos, no llore —dijo el patrullero Mancuso,
profundamente conmovido—. Le prepararé un poco más de café.
—A él le da igual que me encierren —gimoteó la
señora Reilly; luego, abrió el horno y sacó una botella de
moscatel—. ¿Quiere un poco de vino dulce, señor Mancuso?
—No, gracias. Estando en el cuerpo, tengo que dar
buena impresión. Además, tengo que estar siempre vigilando a la
gente.
—¿No le importa? —preguntó retóricamente
la-señora Reilly y se bebió un buen trago de la botella.
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