JAMES JOYCE-ULISES-pág.186
Inaudito el
interés que se toman por un cadáver. Alegres de
que nos vayamos les damos tanto trabajo
viviendo. Trabajo que parece de su agrado.
Secretos en las esquinas. De puntillas en
chinelas por miedo de que se despierte. Luego
preparándolo. Sacándolo. Maruja y la señora
Fleming haciendo la cama. Tira más de tu lado.
Nuestra mortaja. Nunca se sabe quién lo
manipulará a uno cuando esté muerto. Lavado y
shampoo. Creo que cortan las uñas y el cabello.
Guardan un poco en un sobre. Crece igual
después. Trabajo sucio.
Todos miraron por un instante, a través
de sus ventanas, las gorras y los sombreros
levantados por los transeúntes. Respeto. El
coche se desvió de las vías hacia el camino más
suave pasando la Watery Lane. El señor Bloom
vio al pasar un joven delgado, vestido de luto,
con ancho sombrero.
—Ahí pasó un amigo tuyo, Dedalus —
dijo.
—¿Quién es?
—Tu hijo y heredero.
LA MUERTE DEL QUINTO SOL-ROBERT SOMERLOTT-PÁG.186
MICHEL HOULLEBEXQ-PLATAFORMA-PÁG 186
Esbocé
las líneas directrices de una película pornosocial titulada Los
mayores se desmelenan. Había dos bandas que operaban en los
clubs de vacaciones, una formada por señores mayores de Italia
y la otra por señoras mayores de Quebec. Cada cual por
su lado, armados de nunchakus y de punzones para picar hielo,
sometían a los peores ultrajes a unos adolescentes desnudos
y morenos. Naturalmente, terminaban encontrándose en
un velero del Club Med; entre ambas bandas reducían a los
miembros de la tripulación, y las señoras mayores, sedientas
de sangre, los violaban y los arrojaban por la borda. La película
acababa con una gigantesca orgía de señoras y señores
mayores, mientras el barco, rotas las amarras, navegaba directamente
hacia el Polo Sur.
CERVANTES-QUIJOTE pág 186
-Bien -dijo el cura- me parece esta novela, pero no me puedo persuadir que esto
sea verdad; y si es fingido, fingió mal el autor, porque no se puede imaginar
que haya marido tan necio que quiera hacer tan costosa experiencia como Anselmo
VLADIMIR NABOKOV-CUENTOS COMPLETOS 186
El pasajero
—Sí, la vida tiene más talento que nosotros —suspiró el escritor, golpeteando la
boquilla de cartón de su cigarrillo ruso contra la tapa de su pitillera—. ¡Qué
argumentos inventa la vida de cuando en cuando! ¿Cómo vamos a competir con
semejante diosa? Sus obras son intraducibies, indescriptibles
—Nuestro último recurso, por lo tanto, es hacer trampas —siguió diciendo el
escritor, mientras dejaba caer distraído una cerilla en el vaso de vino vacío del
crítico—. Lo único que nos resta es tratar a sus obras como los productores de cine
tratan las novelas famosas
nosotros, los escritores, alteramos los temas de la
vida a nuestro antojo para que se acomoden al instinto que nos lleva a buscar una
suerte de armonía convencional, una especie de concisión artística. Salpicamos
nuestros insípidos plagios con ingenios de nuestra propia cosecha. Pensamos que las
hazañas de la vida son demasiado arrolladoras, demasiado irregulares, que su genio
es demasiado desordenado. Me encontraba viajando en el coche cama de un expreso
Después de perderme por un tiempo en pensamientos privados
—en aquella época estaba ansioso por escribir un relato acerca de una limpiadora
de coche-cama—, apagué la luz y me dormí en seguida
Me desperté y vi un pie.
—Perdón ¿un qué? —interrumpió el modesto crítico, inclinándose hacia delante y
levantando un dedo.
—Vi un pie —repitió el escritor—. Había luz en el compartimiento. El tren estaba
parado en una estación. Era el pie de un hombre, un pie de tamaño considerable, en
un calcetín grueso, a través del cual un azulado dedo gordo había conseguido abrir
un agujero.
El espejo ciego
Joseph Roth
Der Blinde Spiegel (1925) 63PAGS 63*2=186-186=1
La pequeña Fini se sentó en un banco en el Prater y la tibieza suave y acogedora de aquel día de abril la envolvió. De buena gana se dejó llevar por un dulce desfallecimiento, hasta entonces desconocido, extraño, como una melodía. La sangre, espesa y rápida, golpeaba contra la fina piel de sus muñecas y de sus sienes. El verde pálido de los árboles y de las praderas se desplegaba sobre los coches de bebé, las piedras y los bancos. Todo lo que se encontraba a la vista fluía entremezclado, como cuando uno contempla un mundo muy verde desde un tren muy rápido.
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