.TONI MORRISON La isla de los caballeros. Pag-123
Los viejos estaban encerrados en perreras y los niños estaban bajo tierra. Pero ¿por qué lloraban todas las muchachas negras de los autobuses, en los cruces de las calles y detrás de las ventanillas del Chemical Bank? Llorando con tanto sentimiento que casi se diría que las habían condenado a morir de hambre en el vestíbulo del Alice Tully Hall. A morir de hambre en Mikell's, a morir de hambre en el campus de la Universidad de la ciudad de Nueva York. Y a morir de hambre en las mesas de recepción de las grandes sociedades anónimas. Todo ese llanto le deprimía, pues era un llanto silencioso y encubierto tras el lápiz de labios color ciruela y las finas líneas grises trazadas sobre sus ojos. ¿Quién os ha hecho esto? ¿Quién os ha convertido en esto?, pensaba mientras caminaba por Columbus Avenue mirando primero a la derecha y luego a la izquierda. La calle estaba repleta de hermosos varones que habían encontrado demasiado difícil la tarea de ser negros y hombres a la vez y habían renunciado a ello. Se habían cortado los testículos y se los habían pegado en el pecho.
ROBERTO BOLAÑO 2666. PAG-123
El dolor se acumula, decía mi amigo, eso
es un hecho, y cuanto mayor es el dolor menor es la casualidad.
– ¿Como si la casualidad fuera un lujo? –preguntó Morini.
En ese momento, Espinoza, que había seguido el monólogo
De Johns, vio a Pelletier junto a la enfermera, con el codo
apoyado en el reborde de la ventana mientras con la otra mano,
en un gesto cortés, ayudaba a ésta a buscar la página donde estaba
el cuento de Archimboldi. La enfermera rubia sentada en
la silla con el libro sobre el regazo y Pelletier, de pie a su lado,
en una postura que no carecía de aplomo. Y el marco de la ventana
y las rosas afuera y más allá el césped y los árboles y la tarde
que iba avanzando por entre los riscos y cañadas y solitarios
peñascos. Las sombras que se desplazaban imperceptiblemente
por el interior del pabellón creando ángulos donde antes no los
había, inciertos dibujos que aparecían de pronto en las paredes,
círculos que se difuminaban como explosiones sin sonido.
–La casualidad no es un lujo, es la otra cara del destino.
ISHIGURO KAZMO Nunca me abandones. Pag-123
La voz de Tommy era ahora un suspiro—. ¿Qué le dijo a Roy, qué «dejó caer», aunque probablemente no quiso de verdad decirlo? ¿Te acuerdas, Kath? Le dijo a Roy que las pinturas, la poesía y ese tipo de cosas, revelaban cómo era uno por dentro. Dijo que revelaban cómo era su alma.
Cuando le oí decir esto, recordé súbitamente un dibujo que una vez había hecho Laura de sus propios intestinos, y me eché a reír. Pero algo se estaba abriendo paso en mi memoria.
ISMAEL KADARÉ Crónica de la ciudad de piedra.pag-123
—Nadie.
— ¿Hay muchos pozos en tu barrio?
—Unos cuantos.
Se mordisqueó los labios.
—Si al menos encontrara su cuerpo... —dijo con voz sorda.
Hacía viento. Me estaba helando...
—La buscaré sea donde sea...
Tenía los dedos extraordinariamente largos. Miró durante un rato la lejanía gris. Los incontables tejados de la ciudad apenas se distinguían entre la niebla.
—Si es preciso, bajaré al mismo infierno para encontrarla —dijo en tono quedo.
Quise preguntarle qué sentido tenían aquellas palabras, pero tuve miedo.
Sin añadir nada más, se alejó rápidamente atravesando la explanada
IMRE KERTESZ Diario de la galera. Pag-123
. Cuando se durmieron: la madre, como un animal primigenio en el fango, apoyaba el rostro moreno y sensual contra la ventana mientras roncaba; la cara ladeada de la pequeña parecía particularmente delicada mientras dormía, como la de una dama del siglo pasado en pleno viaje alrededor del mundo (debía de tener a lo sumo quince años); la mayor, una muchacha guapa al estilo de la producción industrial en masa, roncaba discretamente a mi lado, sujetando con fuerza los tesoros que llevaba en una bolsa de plástico y emanando suave olor a moho y pobreza. La belleza cautivadora de la menor me indujo a comprender, por primera vez quizás, el destino de alguien como Don José (¿no se llamaba así el amante de Carmen?); uno podría enamorarse de esa muchachita, de ese rostro de ojos color turquesa, de esos rasgos hindúes y mongoles, enamorarse a la manera de un destino. La destrucción está casi garantizada.
NAGUIB MAHFUZ Miramar. Pag-123
Él era la única persona por la que sentía afecto y
respeto; se erigía ante mis ojos como un vetusto icono
de un antiguo monarca destronado que, a pesar de haberse
ido ya su tiempo y su época, aún conserva todas
sus cualidades personales. Le pregunté con una intención
claramente maliciosa:
-¿No sería más apropiado para la campesina que se
fuera con su familia?
Me contestó riéndose:
-Lo que habría sido realmente apropiado es que no
se hubiese escapado en primer lugar.
-Me refiero a que tiene motivos que le impiden
IAN MCEWAN Expiación. Pag-123
No conocía a nadie que tuviese su don de permanecer inmóvil, sin siquiera un libro en el regazo, de rumiar con suavidad sus pensamientos, como quien explora un jardín nuevo. Había adquirido aquella paciencia gracias a los años esquivando la migraña. Inquietarse, concentrarse, leer, mirar, querer: había que sortearlo todo en provecho de una lenta deriva de asociaciones, mientras los minutos se acumulaban como nieve hacinada y el silencio se espesaba a su alrededor. Ahora, allí sentada, notaba cómo el aire de
HARUKI MURAKAMI Al sur de la frontera, al oeste del sol. Pag-123
—Hace usted muy mala cara. ¿Se encuentra mal? —preguntó.
Negué con la cabeza, en silencio. Puse el coche en marcha.
No volví en mí hasta unas cuantas horas después. Yo era una cascara vacía y, a través de mi cuerpo, reverberaba una resonancia hueca. Era consciente de que me había quedado vacío. Todo, absolutamente todo lo que mi cuerpo debía de haber contenido hasta entonces, había salido de mi interior. Detuve el coche dentro del cementerio de Aoyama y me quedé contemplando distraídamente el cielo al otro lado del parabrisas. «Izumi me estaba esperando», pensé. Posiblemente, me hubiera estado esperando siempre en algún lugar. En cualquier esquina, detrás del cristal de cualquier ventanilla, había estado esperando a que yo apareciera. Ella siempre había tenido los ojos clavados en mí. Sólo que yo no había podido verlo.
Durante los días siguientes, apenas hablé con nadie. Abría la boca dispuesto a decir algo, pero no me salía palabra alguna. Como si el vacío que ella me había comunicado se me hubiera infiltrado hasta el tuétano de los huesos.
Pero después de este encuentro casual con Izumi, las fantasías y ecos de Shimamoto que aún me asediaban se fueron desvaneciendo, despacio, con el tiempo. El paisaje donde posaba los ojos fue recobrando algo de color y la sensación incierta de estar andando por la superficie de la luna fue perdiendo fuerza. La gravedad se alteró de una manera extraña y sentí de una manera imprecisa, como si contemplara a través de un cristal algo que le ocurriera a otra persona, cómo iban desprendiéndose de mi cuerpo, una tras otra, todas aquellas cosas que se habían adherido a él.
Al mismo tiempo, algo que había en mi interior se borró y extinguió para siempre. En silencio, de una manera definitiva
ORHAN PAMUK El libro negro. Pag-123
13. Mira quién ha venido
«Deberíamos habernos encontrado hace mucho tiempo
Mi querida prostituta, LÜTFI AKAJ
ORHAN PAMUK Me llamo rojo. Pag-123
Porque el desinterés, el tiempo y los desastres naturales irán royendo lentamente nuestras pinturas
hasta acabar con ellas. Como la goma arábiga de los volúmenes lleva pescado, huesos y miel y las
páginas han sido pulimentadas con una mezcla de huevos y fécula, ratones insaciables y
desvergonzados devorarán las páginas relamiéndose los bigotes; termitas, gusanos y mil y un
bichos carcomerán nuestros libros hasta destruirlos. Harán pedazos los volúmenes y arrancarán las
hojas; los ladrones, los sirvientes descuidados, los niños y las mujeres que encienden el fuego las
rasgarán. Los príncipes niños estropearán las pinturas con sus lápices, les agujerearán los ojos a las
figuras humanas, se limpiarán los mocos con las páginas, pintarán garabatos negros en los
márgenes; cada dos por tres los que dicen que son pecado lo emborronarán todo, rasgarán nuestras
pinturas, las recortarán y quizá las usen para hacer otras ilustraciones o para jugar y divertirse. Y,
mientras tanto, las madres destruirán nuestras pinturas porque son obscenas, los padres y los
hermanos mayores se masturbarán ante las imágenes de mujeres derramando su semen en ellas; las
páginas se quedarán pegadas no sólo por eso, sino también por el barro, por la humedad, por la
cola de mala calidad, por la saliva y porque estarán manchadas con todo tipo de suciedad y de
comida. En los lugares en que estén pegadas se abrirán como diviesos manchas de moho. Luego
las lluvias, las goteras, las inundaciones y el barro acabarán de destrozar nuestros libros
ALBERT SANCHEZ PIÑOL Pandora en el Congo. Pag-123
— ¿Algún problema? —Exclamó Marcus con voz desesperada—. ¡Una
raza subterránea está a punto de invadir el Congo, el mundo! ¿Y tú no
bajarás la escalera hasta que no haya algún problema? ¡Estás como una
cabra, Richard Craver
SANTIAGO RONCAGLIOGO Abril rojo.pag-123
También había elegancia. Los notables se dirigían a la bendición del nuevo fuego y
los cirios pascuales en la catedral. Algunos pasarían todo el día en las misas de vigilia.
Otros comenzaban el traslado festivo de los toros para el asilo de ancianos y la
cárcel. Los policías le comentaron al fiscal que Olazábal había tratado de prohibir el
traslado del toro por razones de seguridad, pero sus propios hombres querían algo
de fiesta en ese lugar tan triste.
JAMES JOYCE Ulises (1) pag-123
COMODIN
Enventrado en pecado, tiniebla fui yo también, creado, no engendrado.Por ellos, el hombre con mi voz y mis ojos y una mujer fantasma con cenizas en el aliento.Una lex eterna permanece en torno a Él. ¿Es eso entonces la divina substancia en que Padre e Hijo son consubstanciales?¿Dónde está el pobre del bueno de Arrio para poner a prueba las conclusiones?Guerreando toda la vida contra la contransmagnificandijudibangtancialidad.Heresiarca de mala estrella.Exaló su ultimo aliento en un retrete griego:eutanasia.Con mitra llena de lentejuelas y con baculo,atascado en su trono,viudo de una sede viuda,con el omophorion erecto,con el trasero coagulado.Las brisas caracoleaban a su alrededor,brisas mordientes y ansiosas.Ahí vienen,las olas.Los caballos marinos de blancas crines,tascando el freno,embriagados en claros vientos,los corceles de Mananaan.
ANDRÉ MALRAUX La condición humana. Pag-123
¿Conoces el opio? Apenas. Entonces mal puedo explicártelo.Más cerca de lo que vosotros éxtasis.Si, un éxtasis, pero espeso, profundo.Un éxtasis hacia….hacia abajo.Sí: mi propia muerte.
Sed de absoluto, sed de inmortalidad,por consiguiente,miedo a morir.
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