Con esto de la Barca de Caronte,las Farc y las armas de destrucción masiva,consulto mi baraja y me sale el 124.Veamos.
ANDRÉ MALRAUX LA CONDICIÓN HUMANA pag.124
Porque no me gusta que las mujeres a quienes amo sean besadas por los demás.Conocía a los terroristas.Formaban parte de un grupo:insectos matadores,vivían de su unión en una estrecha colectividad trágica.Kyo caminaba en dirección del puerto."Su barca será detenida a la salida...."
VLADIMIR NABOKOV LOLITA pag.124
¿Cuando te enamoraste de mama?.Algún día,Lo,comprenderas muchas emociones y situaciones;por ejemplo,la armonía,la belleza de la relación espiritual.¡Bah!-dijo la cínica ninfula.Pausa un poco tonta en el dialogo,colmado por el paisaje.Mira,Lo,todas esas vacas en la colina.Creo que vomitare si vuelvo a ver una vaca.
MIGUEL ANGEL ASTURIAS EL PAPA VERDE pag.124
Déjelo en mis manos —zanjó el gerente de la División del Pacífico— y lo que sí aseguro al señor vicepresidente, le aseguramos con el señor juez, es que los herederos que se llaman Ayuc Gaitán y Cojubul marchan a los Estados Unidos y allá se quedan por mucho tiempo...
—Y de esos Lucero —añadió el juez— marche el señor vicepresidente tranquilo, que yo me encargo: no yo, las leyes; ley sobre herencia, impuestos acumulativos, ausentismo —porque si no se ausentan los ausentamos— y contribuciones que siempre hay tiempo de procurar que vote el Congreso. Si un rico quiere ser rico debe portarse como rico, y en ese caso el Estado lo ampara, le dan las autoridades los medios legales para aumentar su capital, pero éstos que sobre ser ricos quieren ser redentores...
—El caso de Mead... —dijo Maker Thompson.
—El caso de Mead —repitió el juez—, que si no lo recoge ese piadoso «viento fuerte» acaba crucificado...
—¿Crucificado por ustedes? —indagó el gerente.
—Por nosotros o por cualquiera, crucificado, fusilado, ahorcado.
—No, amigo... —intervino el vicepresidente—, Stoner ser ciudadano norteamericano... Cristo no ser ciudadano norteamericano, por eso haberlo crucificado...
—¡Manos a la masa!... —exclamó Maker Thompson—... ¡Y hay que maniobrar con máximo cuidado porque no es harina, sino oro, y el oro se llega a convertir en alto tan delgado, tan infinitamente delgado, que acaba por ser un viento rubio, viento que de aquí va caluroso, pero que en la Casa Blanca y en el Congreso, al llegar a las riberas del Potomac, sopla muy fresco!
ANATOLE FRANCE LA REBELION DE LOS ANGELES pag.124
—¡Vendido! ¿A quién? —preguntó el señor Sariette, anonadado.
—¿A usted qué le importa? Bástele saber que no solamente no vera más el dichoso libro, sino que ni siquiera le hablará nunca de él. Se lo lleva un yanqui.
—¡Un yanqui!… Mi Lucrecio, con el escudo de Felipe de Vendome y anotado por Voltaire… ¡se lo lleva un yanqui!
El viejo Guinardon reía estrepitosamente, y dijo:
—Amigo Sariette, me recuerda usted al amante de Manón Lescaut cuando le anuncian que su querida va deportada al Mississippí: "¡Mi adorable Manón al Mississippí!…”
—¡Imposible! —replicó el señor Sariette, muy pálido—; ese libro no se lo llevará un yanqui; ha de volver a la biblioteca Esparviana, de donde salió. Tenga usted la bondad de entregármelo.
Por segunda vez el anticuario desvió la conversación, que ya entraba en camino escabroso.
—Amigo Sariette, usted no me habla de mi Greco; ni siquiera lo mira, y ¡es magnífico!
Graves, Robert El Vellocino de Oro
Verterán libaciones para vuestras formas de serpiente,
Para que podáis beber.
los ojos de Atalanta, Meleagro e Hilas, los argonautas que regresaban al barco parecían dioses en
ez de hombres; alrededor de cada frente brillaba un tenue nimbo de luz. Pero cuando subieron por
escalera al barco y se volvieron a poner sus ropas, la gloria se desvaneció; volvían a ser hombres,
unque hombres cambiados.
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kENNEDY tOOLE LA CONJURA DE LOS NECIOS pag.124
El patrullero Mancuso miró el reloj. Llevaba ya ocho horas en la estación de autobuses. Era tiempo ya de entregar el disfraz en la comisaría y regresar a casa. No había detenido a nadie en todo el día y, además, parecía haber cogido un catarro. Allí hacía mucho frío y había mucha humedad. Estornudó e intentó abrir la puerta; pero no se abría. Sacudió la manilla, forcejeó en la cerradura, que parecía trabada. Tras más o menos un minuto de esfuerzos y empujones, gritó: «¡Socorro!»
VLADIMIR NABOKOV CUENTOS COMPLETOS pag.124
Todo esto no son más que fruslerías, padre. He leído un libro sobre la guerra de Afganistán donde me he enterado de tus correrías y de la razón de que te condecoraran. Fue una estupidez, una ligereza, un acto suicida, pero después de todo, fue una hazaña. Eso es lo que cuenta. Mientras que tus disquisiciones no son más que tonterías. Buenos días.
Y el coronel se quedó allí de pie, solo, en mitad del camino, helado de ira.
RUSDIE SALMAN VERSOS SATANICOS pag.124
Él irradia movimiento, de día y de noche. Khalid, su hijo, entra en su retiro con un vaso
de agua que sostiene con la mano derecha sobre la palma de la izquierda. El Imán bebe agua
constantemente, un vaso cada cinco minutos, para mantenerse limpio; el agua en sí también es
purificada, antes de que él la beba, en una máquina filtradora americana. Todos los jóvenes de
su entorno conocen bien su famosa Monografía sobre el Agua, cuya pureza, cree el Imán, se
transmite al que la bebe, así como su claridad y simplicidad, el ascético placer de su sabor. «La
Emperatriz bebe vino», señala. Los borgoñas, los claretes y los vinos del Rin mezclan su tóxica
corrupción dentro de su cuerpo, a un tiempo bello y degenerado. Este pecado es suficiente para
condenarla por los siglos de los siglos sin esperanza de redención. El cuadro que tiene en su
habitación muestra a la emperatriz Ayesha sosteniendo con las dos manos un cráneo humano
lleno de un fluido rojo oscuro. La Emperatriz bebe sangre, pero el Imán es hombre de agua.
«No en vano los pueblos de nuestras tórridas tierras la reverencian —proclama la
Monografía—. El agua, protectora de la vida. Ningún individuo civilizado puede negársela a un
semejante. La abuela, por artrítica que esté, se levantará inmediatamente para ir al grifo si un
niño se le acerca para pedirle pani, nani. Guardaos de los que blasfeman contra ella. El que la
contamina, diluye su propia alma.»
El Imán con frecuencia ha desatado su furor contra la memoria del difunto Aga Khan, a
raíz de que le mostraran el texto de una entrevista en la que aparecía el jefe de los ismailitas
bebiendo champán. Oh, caballero, este champán es sólo aparente. En el instante en que toca
mis labios se convierte en agua. Diablo, ruge el Imán. Apóstata, blasfemo, farsante. Cuando
llegue el futuro, estos individuos serán juzgados, dice a sus hombres. El agua triunfará y la
sangre correrá como el vino. Tal es la milagrosa naturaleza del futuro de los exiliados: lo que se
dice en la impotencia de un apartamento sobrecalentado se convierte en el destino de naciones.
¿Quién es el que no ha tenido este sueño, de ser rey por un día? Pero el Imán sueña con algo
más que un día; siente que de las yemas de sus dedos parten los hilos de araña con los que ha
de controlar el movimiento de la Historia.
No; de la Historia, no.
El suyo es un sueño más extraño.
EL CORAN SURA XVI LA ABEJA
113. Dios os propone por objeto de comparación una ciudad que gozaba de seguridad y de tranquilidad. Dios le había dado alimento en abundancia; pero se mostró ingrata a los beneficios de Dios y la ha castigado con el hambre y el terror como premio a las obras de sus habitantes.
114. Un apóstol se levantó en media de ellos y ellos lo trataron de impostor; el castigo de Dios les sorprendió, porque eran injustos.
115. Alimentaos de los alimentos que Dios os concede, de los alimentos lícitos y buenos, y sed agradecidos a los beneficios de Dios, si es él a quien adoráis.
116. Os ha prohibido alimentaros de la carne de los animales muertos, de sangre y de carne de cerdo, así como de todo alimento sobre el cual se haya invocado un nombre distinto del de Dios; pero si alguien se ve obligado a ello y si no lo hace como transgresor reflexivo y como rebelde, Dios es indulgente y misericordioso; él se lo perdonará
AUSTER,PAUL Mr.VERTIGO pag.124
¿Cómo resistirse a un tipo así? Yo había hecho todo lo que podía para endurecer mi corazón ante él, pero me trató de un modo tan amistoso que no pude remediar sucumbir a sus atenciones. Seguía siendo el gran Dean, después de todo, mi espíritu afín, mi alter ego caído en desgracia, y cuando se abrió a mi de esa manera, caí directamente en la trampa de mi viejo hechizo.
No diría que se convirtió en un cliente habitual del club, pero pasó por allí con suficiente frecuencia durante las próximas seis semanas como para que iniciásemos algo más que una relación pasajera. Vino solo unas cuantas veces para cenar temprano (echándoles a todos los platos chorros de salsa de carne Lea & Perrins) y yo me sentaba a charlar con él mientras devoraba su comida. Evitábamos el tema del béisbol y hablábamos principalmente de caballos, y desde que le di un par de excelentes sugerencias sobre dónde apostar su dinero empezó a escuchar mis consejos. Debería haberle hablado francamente entonces, haberle dicho lo que pensaba sobre su regreso, pero incluso después de que chapuceara sus primeras entradas de la temporada, poniéndose en ridículo cada vez que salía al campo, no le dije una palabra. Para entonces le había cogido mucho afecto, y como el pobre hombre se esforzaba tanto en hacerlo bien, no fui capaz de decirle la verdad
AUSTER,PAUL TRILOGIA DE NUEVA YORK pag.124
Una vez, cuando teníamos unos quince años, me convenció para que pasara el fin de semana con él en Nueva York, deambulando por las calles, durmiendo en un banco en la vieja estación de Penn, hablando con los vagabundos, viendo cuánto tiempo podíamos aguantar sin comer. Recuerdo que nos emborrachamos a las siete de la mañana del domingo en Central Park y vomitamos en el césped. Para Fanshawe aquello era esencial -un paso más para comprobar cuánto valías-, pero para mí era únicamente sórdido, una miserable caída en algo que yo no era. Sin embargo, continué acompañándole, un testigo perplejo, participando en la búsqueda sin ser plenamente parte de ella, un Sancho adolescente a horcajadas de mi burro, viendo cómo mi amigo batallaba consigo mismo
MARTIN GAITE,CARMEN CAPERUCITA EN MANHATTAN pag.124
—¡Qué raro ese coche!, ¿verdad? —dijo la niña.
—Es donde suelen ir metidos los millonarios. Se ven bastantes por Manhattan. Se llaman limusines, y llevan teléfono, bar, televisión, en fin, hija, de todo. Vamonos de aquí, anda, si no te importa, que luego me sacan en alguna foto y se creen que vengo a estos sitios para presumir.
La niña la miró.
—¿Tú has sido artista? Mi abuela ha sido artista.
—Yo no —dijo miss Lunatic—. Pero sí he sido musa de un artista.
—No sé bien lo que es musa —dijo la niña—. ¿No son unas que llevan alas?
Miss Lunatic se sonrió y oprimió con cariño la manita que se entregaba confiada a la suya.
—Puede que algunas tengamos alas, sí. Pero mi caso, de todas maneras, es especial, y desde luego largo de contar.
Vamos a cruzar en esa dirección, anda, que esta gente
se ha creído que la calle es suya.
A la luz de las farolas, el aire se racheaba de minúsculos
copos de nieve. La niña levantó los ojos hacia el cielo, hacia los remates de los altísimos edificios coronados
por jardines frondosos, balaustradas y estatuas, surcados
de anuncios luminosos que se sucedían sin cesar: letras y dibujos persiguiéndose de forma vertiginosa, enredándose
unos con otros, desapareciendo o alternándose en un derroche de fantasía. La niña se soltó de la mano de miss Lunatic y dio un brinco con los brazos tendidos hacia el cielo.
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—¡Oh, soy libre! —exclamaba—. ¡Libre, libre, libre!
Y las lágrimas volvieron a correr por sus mejillas sonrojadas
de frío.
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