Hálitos muertos que al vivir respiro, yo piso el
polvo muerto, devoro un deshecho urinario de
todo muerto. Arrastrado tieso sobre la borda,
exhala hacia el cielo el hedor de su verde
sepultura, roncando al sol el leproso agujero de
su nariz.
He aquí una metamorfosis marina, ojos
castaños azuldesal. Muertedemar, la más dulce
de todas las muertes conocidas por el hombre.
Viejo Padre Océano. Prix de París: cuidado con
las imitaciones. Probarlo es adoptarlo. Nos
divertimos inmensamente.
Vamos. Sediento. Se está nublando. No
hay nubes negras en ningún lado, ¿no es así?
Tormenta de truenos. Todo luminoso él cae,
orgulloso relámpago del intelecto, Lucifer
dico,
qui nescit occasum. No. Mi sombrero y mi
báculo de peregrino, y sus sandalias mías.
¿Dónde? A tierra anocheciendo. El anochecer se
encontrará a sí mismo.
JAMES JOYCE ULISES 137
..
Yo tenía doce años la primera vez que anduve sobre el agua. El hombre vestido de negro me enseñó a hacerlo, y no voy a presumir de haber aprendido el truco de la noche a la mañana. El maestro Yehudi me encontró cuando yo tenía nueve años y era un huérfano que mendigaba monedas de cinco centavos por las calles de Saint Louis, y trabajó conmigo constantemente durante tres años antes de permitirme mostrar mi número en público. Eso fue en 1927, el año de Babe Ruth y Charles Lindbergh, precisamente el año en que la noche empezó a caer sobre el mundo para siempre. Lo representé hasta pocos días antes del crac de octubre del 29, y lo que hacía era más grande que nada de lo que esos dos caballeros hubiesen podido soñar. Hacía lo que ningún norteamericano había hecho antes que yo y nadie ha hecho desde entonces.
El maestro Yehudi me eligió porque yo era el más pequeño, el más sucio y el más abyecto.
–No eres mejor que un animal –dijo–, un pedazo de nada humana.
Ésa fue la primera frase que me dirigió, y aunque han pasado sesenta y ocho años desde esa noche, es como si todavía pudiese oír las palabras saliendo de la boca del maestro.
–No eres mejor que un animal. Si te quedas donde estás, habrás muerto antes de que acabe el invierno. Si vienes conmigo, te enseñaré a volar.
–No hay nadie que pueda volar, señor –dije–. Eso es lo que hacen los pájaros, y estoy seguro de que yo no soy un pájaro.
PAUL AUSTER Mr.VERTIGO pag 137
Hacia nosotros viene
uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice
el juramento que sabes.
—Mire vuestra merced bien lo que dice, y mejor lo que hace —dijo
Sancho—; que no querría que fuesen otros batanes que nos acabasen de abatanar
y aporrear el sentido.
—¡Válgate el diablo por hombre! —replicó don Quijote—. ¿Qué va de
yelmo a batanes?
—No sé nada —respondió Sancho—; mas a fe que, si yo pudiera hablar
tanto como solía, que quizá diera tales razones que vuestra merced viera que
se engañaba en lo que dice.
—¿Cómo me puedo engañar en lo que digo, traidor escrupuloso? —dijo
don Quijote—. Dime, ¿no ves aquel caballero que hacia nosotros viene sobre
un caballo rucio rodado, que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro?
—Lo que yo veo y columbro —respondió Sancho— no es sino un hombre
sobre un asno pardo, como el mío, que trae sobre la cabeza una cosa que
relumbra.
—Pues ese es el yelmo de Mambrino —dijo don Quijote—. Apártate a
una parte y déjame con él a solas; verás cuán sin hablar palabra, por ahorrar
del tiempo, concluyo esta aventura y queda por mío el yelmo que tanto he
deseado.
—Yo me tengo en cuidado el apartarme —replicó Sancho—; mas quiera
Dios, torno a decir, que orégano sea, y no batanes.
—Ya os he dicho, hermano, que no me mentéis, ni por pienso, más eso de
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29 Mambrino es un rey moro a quien venció Reinaldos de Montalbán en el Orlando
innamorato (I, 4, 82), de Mateo Boiardo y le arrebató el yelmo. Este tenía la propiedad
de proteger a quien lo llevaba, aunque no le sirviera al propio Mambrino
CERVANTES EL QUIJOTE pag.137
El mundo estaba lleno de maravillosas correspondencias, de semejanzas sutiles, que era preciso penetrar, hacer que penetrasen en uno, a través del sueño, la oración, la magia, que permite actuar sobre la naturaleza y sobre sus fuerzas mediante la influencia de lo similar en lo similar. El saber es inasible, volátil, escapa a toda medida. Por eso el dios que triunfa en esa época es Hermes, inventor de todas las astucias, dios de las encrucijadas, de los ladrones, pero artífice de la escritura, arte de la elusión y de la diferencia, de la navegación, que conduce al extremo de cada límite, donde todo se confunde en el horizonte, de las grúas para levantar las piedras del suelo, y de las armas, que transforman la vida en muerte, y de las bombas de agua, que hacen levitar la materia pesada, de la filosofía, que seduce y engaña...
UMBERTO ECO EL PENDULO DE FOUCAULT pag.137
¿Le preocupa, como norma general, el «empleo del tiempo»?
—Supe disciplinarme durante mi juventud. Todas las mañanas me reconcentraba y establecía mi programa: tantas horas para estudiar una nueva lengua, tantas para terminar este libro... Hoy es un poco distinto.
—Cuando se dispone a escribir una novela, ¿cómo empieza la cosa?
—Soy incapaz de trazarme un plan. La obra germina siempre a partir de una visión, de un paisaje o de un diálogo. Veo claramente el comienzo, a veces también el final, y poco a poco, trabajando, descubro los acontecimientos y la trama del relato o de la novela. Para El bosque prohibido, la primera imagen fue el personaje principal. Se paseaba por un bosque cerca de Bucarest, una hora
antes de la medianoche de San Juan. Por aquel mismo bosque cruza un carruaje y luego una muchacha sin carruaje. Aquello era para mí un enigma. ¿Quién era aquella muchacha? ¿Por qué el paseante buscaba un carruaje cerca de la muchacha? Poco a poco fui sabiendo quién era la muchacha y toda su historia. Pero todo empezó por una especie de visión. Vi todo aquello como en sueños.
—Pero, ¿cómo supo que aquella visión tenía un futuro?
—No podía hacer otra cosa que pensar en ello y tratar de ver la continuación. Por entonces trabajaba en mi libro sobre el chamanismo; hube de abandonarlo y ponerme a escribir día y noche. Aparecieron otras imágenes. La muchacha. La historia que el joven arrastraba consigo, que aún no conocía yo y que me fascinaba. Su «cuarto secreto» en un hotel. Y la noche de San Juan...
MIRCEA ELIADE LA PRUEBA DEL LABERINTO pag.137
Yo no trataré de poneros en relaciones
con las salamandras, por no estar muy seguro de la pureza de vuestras
costumbres; pero nada me impide aproximaros a los silfos que habitan en
las planicies de la atmósfera, y que tratan con agrado a los hombres,
mostrándose tan afectuosos, que se ha llegado a llamarlos genios
protectores. Lejos de arrastrarnos a nuestra perdición, como creen los
teólogos, que los llaman diablos, protegen y evitan todo peligro a sus
amigos terrenales. Podría daros a conocer una infinidad de ejemplos
relativos a los auxilios que han prestado, pero me limitaré a repetir un
relato debido a la mariscala de Gran-cey. En la edad madura, y llevando
algunos años de viudez, recibió una noche, hallándose ya en cama, la visita
de un silfo, que le dijo: «Señora, haced registrar el guardarropa de vuestro
difunto esposo. En uno de sus bolsillos se hallará una carta que bastaría para
la perdición del señor de Roches, tan buen amigo mío como vuestro.
Macedla buscar y quemadla después de encontrada.»
»La mariscala, prometiendo tomar en cuenta el aviso, pidió noticias del
difunto mariscal al silfo, que desapareció sin responder. Al despertarse
llamó a sus doncellas, ordenando que viesen la ropa de su difunto esposo.
Respondiéronle que nada quedaba, porque los lacayos lo habían vendido
todo al ropavejero. La señora de Grancey insistió en que buscasen, a ver si
encontraban siquiera unos calzones.
»Después de registrarlo todo, al fin descubrieron unos calzones de
tafetán negro con pintas, en su tiempo muy de moda.
»La mariscala registró los bolsillos, encontrando en uno de ellos una
carta, que abrió y leyó, viendo en ella motivo más que suficiente para
encerrar al señor de Roches en una cárcel del Estado. Apresuróse a
destruirla, echándola al fuego. Así, aquel gentilhombre fue salvado por sus
buenos amigos el silfo y la mariscala.
ANATOLE FRANCE EL FIGON DE LS REINA PATOJA pag.137
1. KAF HA. YA. AIN. SAD.1 He aquí el relato de la misericordia de tu Señor para con su servidor Zacarías.
2. El día en que invocó a su Señor con una invocación secreta.
3. Y dijo: Señor, mis huesos débiles se encorvan bajo mí, y mi cabeza se ilumina con la llama de las canas.2
4. Jamás he sido desgraciado en los votos que te he dirigido.
5. Temo a los míos3 que me sucederán. Mi mujer es estéril; dame un heredero que venga de ti.
6. Que herede de mí, que herede de la familia de Jacob, y haz, ¡oh Señor!, que te sea agradable.
7. ¡Oh Zacarías!, te anunciamos un hijo. Su nombre será Yahia (Juan).
8. Antes de él, nadie ha llevado este nombre.4
9. Zacarías dijo: ¡Señor! ¿Cómo tendré un hijo? Mi esposa es estéril y yo he llegado a la edad de la decrepitud.
10. Dios dijo: Será así. Tu Señor ha dicho: Esto me es fácil. Te he creado cuanto tú no eras nada.
11. Señor, dame un signo como garantía de tu promesa. Tu signo será éste: Tú no hablarás a los hombres durante tres noches, no obstante estar sano.
MAHOMA EL CORAN pag 137
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