STEPHEN R. LAWHEAD
TALIESIN
Ese cantor te ha hecho perder el juicio. —La acusación de Maildun hizo que Avallach se pusiera en pie.
Hablamos y me convenció —afirmó Avallach, sujetándose con fuerza al armazón del dosel para mantenerse en pie—. Pese a la opinión que te merezca esa gente, son una raza inteligente y honorable.
—No son mucho mejores —se burló Belyn— que los ladrones de ganado y los merodeadores de las colinas que nos infestan por todas partes.
—Créeme, padre; el único honor que comprenden es una daga en el cuello, o una lanza en la espalda. —Maildun cruzó los brazos sobre el pecho; su expresión altanera desafiaba a cualquiera a discutir sus palabras.
—Nuestro futuro, si hemos de tener un futuro —advirtió Avallach, con una voz que sonaba como un trueno sordo—, está en aprender a convivir pacíficamente con ellos.
—¿Estás plenamente decidido?
—Sí.
—Entonces no sirve de nada esta conversación. Da tu tierra a quien te parezca. Dáselo todo a ese sacerdote tuyo que se pasa el día murmurando entre dientes, no me importa. ¡Pero, por Cybel, que no quiero tomar parte en ello! No recibirán ni una piedra de mí.
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