PAUL AUSTER
La trilogía
de Nueva York 177
-¿Cuánto tiempo te quedaste en Nueva York?
-No lo sé. Seis u ocho meses, creo.
-¿Cómo vivías? ¿Cómo ganabas el dinero necesario para vivir?
-Robaba cosas.
-¿Por qué no me dices la verdad?
-Hago lo que puedo. Te estoy contando todo lo que puedo contarte.
-¿Qué más hiciste en Nueva York?
-Te vigilé. Os vigilé a ti, a Sophie y al niño. Hubo una época en que incluso
acampé delante de vuestro edificio. Durante dos o tres semanas, quizá un mes. Te seguía
a todas partes. Una o dos veces incluso tropecé contigo en la calle, te miré directamente
a los ojos. Pero tú nunca te diste cuenta. Era fantástico comprobar que no me veías.
-Te estás inventando todo eso.
-Ya no debo tener el mismo aspecto.
-Nadie puede cambiar tanto.
-Creo que estoy irreconocible. Pero eso fue una suerte para ti. Si hubiera
ocurrido algo, probablemente te habría matado. Durante todo el tiempo que estuve en
Nueva York, sólo tenía pensamientos asesinos. Un mal asunto. Allí estuve muy cerca de
una especie de horror.-¿Qué te detuvo?
-Encontré el valor necesario para marcharme.
-Eso fue noble por tu parte.
-No estoy intentando defenderme. Sólo te estoy contando la historia.
-Y luego, ¿qué?
-Volví a embarcarme. Todavía tenía mí tarjeta de marinero y me enrolé en un
carguero griego. Fue asqueroso, verdaderamente repugnante de principio a fin. Pero me
lo merecía; era exactamente lo que quería. El barco iba a todas partes, la India, Japón, el
mundo entero. No bajé a tierra ni una vez. Cada vez que llegábamos a puerto, bajaba a
mi camarote y me encerraba allí. Pasé dos años así, sin ver nada, sin hacer nada, viviendo
como un muerto
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 177
Terror
A veces me ocurría lo siguiente: después de pasar la primera parte de la noche
trabajando en mi escritorio, esa parte en que la noche inicia su penoso ascenso, yo
salía del trance en el que mi trabajo me había sumergido en el momento preciso en
el que la noche alcanzaba su cima y se demoraba vacilante en su cumbre, dispuesta
a emprender el descenso hasta el aturdimiento de la aurora; entonces, me
levantaba de la silla, aterido y totalmente agotado, y al encender la luz de mi
dormitorio me veía de repente en el espejo. Lo que pasaba era lo siguiente: durante
el tiempo que había estado absorbido en mi trabajo, me había separado de mí
mismo, una sensación semejante a la que se experimenta cuando te encuentras con
un íntimo amigo después de años de separación: durante unos pocos momentos
vacíos, lúcidos pero también detenidos, le ves bajo una luz totalmente diferente aun
cuando te das cuenta de que el hielo de esta anestesia misteriosa se derretirá y la
persona a la que miras revivirá, su carne se encenderá cálida, volverá a ocupar su
lugar, y te resultará de nuevo tan próxima que ningún esfuerzo de la voluntad podrá
hacer que vuelvas a captar aquella primera sensación fugaz de enajenamiento. Así,
precisamente así, me sentía yo, contemplando mi figura en el espejo y sin lograr
reconocerla como mía. Y cuanto más examinaba mi rostro —esos ojos extraños e
inmóviles, el brillo de unos pelillos en la mandíbula, aquella sombra que recorría la
nariz—, y cuanto más insistía en decirme a mí mismo: «Ése soy yo, ése es tal y tal»,
menos claro me parecía por qué aquél tenía que ser «yo», más difícil me resultaba
conseguir que el rostro del espejo se fundiera con aquel «yo» cuya identidad no
conseguía captar
LEYENDA SIOUX DEL ÁGUILA Y EL HALCÓN
http://mitrasholistica.wordpress.com/2012/05/18/leyenda-sioux-del-aguila-y-el-halcon/
Robert Graves
La Diosa Blanca 177
La cabra Dioniso, o Pan, era una divinidad
poderosa en Palestina. Podía haber llegado allí desde Libia por Egipto o dando la
vuelta por la ruta del norte a traves de Creta, Tracia, Asia Menor y Siria. La víctima
propiciatoria del Día de la Expiación era un sacrificio disimulado en honor de ese dios
con el nombre de Azazel, y la fuente del Jordán era una gruta consagrada a él como
Baal Gad, el rey cabra, antepasado epónimo de la tribu de Gad. La prohibición que se
hace en Deuteronomio XIV de que se hierva un cabrito en la leche de su madre es
enigmática sólo si se la interpreta sentimentalmente; está claramente escrita en el estilo
severo del resto del capítulo, que comienza con la prohibición de desfigurarse a sí
mismo en los funerales y está dirigido contra un rito eucarístico que no toleraba ya el
sacerdocio de Jehová. La clave se encuentra en la conocida fórmula órfica:
Como un cabrito he caído en la leche
que era una contraseña para los iniciados cuando llegaban al Hades y les salían al paso
los guardianes de los difuntos. Se habían identificado con El Cabrito, es decir, con el
Dioniso inmortal, originalmente el cretense Zagreo o Zeus, al participar de su carne, y,
con la diosa Cabra, su madre, en la caldera y la leche en la cual había sido hervido45.
Una canción acerca del nacímiento de los dioses en una de las tabletas descubierta en
Ras Shamra contiene la prohibición expresa de hervir un cabrito en la leche de su
madre.
Dialogo entre una cabra y un elefante
En el tiempo de los caracteres zodiacales, cuando las palabras se resumían a gruñidos, cuando los besos eran lengüetazos, las caricias torpes choques de hocicos y las veredas interminables estepas. El día del cielo llamaba a los monos a quejarse de hambre, quienes, encandilados por el reflejo solar en el azud, corrían despavoridos ante el torpe encanto de imaginar.
Mientras en alguna apartada región del éter mas mínimo, en los últimos minutos de la ex eterna noche lindante a los siete días de creación, junto al fuego una cabra y un elefante se batían a duelo, el fin, el único fin, ¿quien gobernaría la próxima tierra venidera?
La cabra con sus afiladas astas y su gran ingenio, pero con huesos tan débiles como un ala de libélula. El elefante con su gran porte y sus pesadas patas pero con su agobiante y lenta paz.
La cabra representaba el rojo y el árido placer del vino y el azúcar, del ahora y del aquí del después, del mañana se verá.
El elefante, como el delegado del pan, de la bondad, del sabio cuidado del cuerpo y el frío azul de la conciencia.
-Cabra: ¡Elefante! has de probar este vino verás que todo luce tan bien como debería, basta ya de tus viejas habladurías de sabio profetizo, ven, siéntate junto al fuego que verás en él, verás el camino que lleva hasta Asia, al cenit, a los siete mares que rodearán tu futura tierra Hindú, a las rocas candentes del centro, verás que el universo caerá cerrado bajo tus pesados pies de plomo, todo será tuyo.
-Elefante: ¡Cabra! pues bien deberías aprender a meditar sobre el fango, con tu cuerpo, sobre la pureza del agua sumergir tus pensamientos, abocar tu razón de existencia en el único gran servidor que nos conecta, el mismo que en este momento está en creación, el que se proclamará como el eterno, el único y nosotros sus fieles.
La cabra con su particular risa y una pata peinando su larga chiva pronuncia:
- Todo cuerpo deberá ser libre, de lo contrario sufrirá las conjeturas, los falsos cálculos y la tiranía del único. Niego con toda mi soberanía ser parte de un sistema sumiso a la razón, prefiero caer en infinita libertad sin escalones que me sostengan, jugar con el fuego y reír.
El elefante con tono grave, su voz de sabio delata su pulcritud y sus palabras que rechazan todo acto caótico articula:
- ¿Podremos llegar a un acuerdo? Veo que tu hilarante vida no es más que un jolgorio de carne, fresas y vino. Propongo entonces que vengas a mi templo al pie de la séptima luna de Júpiter y te dirijas al retablo, te arrodilles y laves tus pieles, allanes tus culpas mas profundas y veas que la limpieza es mejor viaje y mejor meta.
- Despierta ya necio Elefante. Replicó la cabra. ¿Acaso no ves que tus grises y resecas pieles necesitan del incesante sueño de la discordia? te secarás, morirás de calma algún día y pasaras a ser árbol o tigre o rata. Da igual, pero seguirás atormentándote por el resto de la eternidad yendo y viniendo, mudándote de cuerpo, perderás tu paz algún día y querrás dejar de existir sin más remedio que seguir el espiral.
- ¡Oh! Arrogante cabra de las calidas latitudes. Resignado el elefante. Aunque eres impuro, admiro tu valentía, pero no comprendes que todos los cuerpos debemos estar conectados con el supremo, todos somos parte de el y el es parte de nosotros. Admiro tu picardía y tu liturgia de la libertad, no así debemos aprender a arrastrarnos, a compadecer a la serpiente, quien por anarquista terminó por dilapidar sus extremidades, las sorteó al mejor postor. ¿No querrás que tu estirpe corra la misma suerte?.
Irrumpió la Aurora a la hora del primer instante, los monos comienzan a bajar de los árboles y aprenden a usar sus ojos para mirar el nuevo sol, compiten por el trono de la vanidad, aprenden a copiarse, a multiplicarse a sumarse y luego a dividirse, arman legiones, ejércitos. Los legionarios expanden la conciencia del creador, ganan el lugar, lo gobiernan, sigilosamente ganan la guerra.
Mientras el Elefante y la Cabra siguen junto al fuego, debatiendo entre el bien y el mal, entre conciencia, razón e instinto y azar. La cabra clava sus cuernos en el vientre del elefante y lo desangra, el elefante cae vencido con toda su materia sobre la integridad de la cabra que muere aplastada.
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