viernes, febrero 15, 2008

EL LIBRO DEL CORDERO

CAPITULO XI------------SAN VALENTIN------------------------pag.500

(1) Desnudos inodoros limpios esperando en

la vidriera de William Miller, plomero, hicieron

cambiar el rumbo de sus pensamientos.

Podrían: y observarlo mientras baja, tragarse

un alfiler a veces sale por las costillas años

después, viaja por el cuerpo cambiando el

conducto biliar, la vesícula chorreando en el

hígado, jugo gástrico, espirales de intestinos

como tubos. Pero el pobre diablo tendría que

pasarse todo el tiempo con sus entrañas

internas en exhibición. Ciencia.

(2) Yo había leído su penúltimo libro y me había gustado y no tenía idea de qué iba su último libro así que no le pude decir nada al respecto. Sólo preguntarle: qué clase de semejanzas. Juegos, Guillem, dijo. Juegos. El jodido Desnudo bajando una escalera, tus jodidas falsificaciones de Picabia, juegos. ¿Pero dónde está el problema?, dije. El problema, dijo él, es que el crítico, un tal Iñaki Echavarne, es un tiburón. ¿Es un mal crítico?, dije yo. No, es un buen crítico, dijo él, al menos no es un mal crítico, pero es un jodido tiburón. ¿Y cómo sabes que te va a hacer la reseña de tu último libro si todavía no está ni siquiera en las librerías?

(3) El alba fue tiñendo la ciudad y Maker Thompson, que empezó la noche en una taberna, entre borrachos alegres, viose flotando en un círculo de esqueletos vestidos, tan inanimados como los de cualquier otro club, unos mostraban las calaveras, otros sus rostros apergaminados, cadáveres que la inundación arrancó de algún cementerio.

Le conmovió pensar que una mujer que le pasó rozando, él la tomó por una ramera borracha.

Temperatura de fuego. La evaporación sofocante. En uno de los navios que zarpaba del puerto hacia el Caribe, aterrorizado por aquel club de muertos en que amaneció ese día, refugióse Maker Thompson, y no tuvo paz, hasta desembarcar en la costa de Honduras.

—Geo Maker, ¿aceptas?... —dijo su hija, sacándolo de sus pensamientos—. ¿Aceptas un pacto firmado a ciegas con tu hija?

(4) La muerta iba vestida

con hot-pants y una blusa amarilla, de imitación de seda, con

una gran flor negra estampada en el pecho y otra, de color rojo,

en la espalda. Cuando llegó a las dependencias del forense éste

se percató, asombrado, de que debajo de los hot-pants conservaba

unas bragas blancas con lacitos en los costados. Por lo demás,

había sido violada anal y vaginalmente, y la muerte había

sido provocada por politraumatismo craneoencefálico, aunque

también había recibido dos cuchilladas, una en el tórax y otra

en la espalda, que la habían hecho perder sangre pero que

no eran mortales de necesidad. El rostro, tal como habían

comprobado los camioneros, era irreconocible.

(5) Promovían la Inmaculada Concepción y construían burdeles

Pero el clero también se apresuró a aprovechar la prostitución económicamente. En no pocas ocasiones, ambas esferas estuvieron conectadas administrativa y financieramente, por lo que se produjeron conflictos de competencias entre las ciudades y la nobleza. Todos querían poner a las rameras bajo sus órdenes, a menudo cobrándoles elevados impuestos que, en algunas ocasiones, se convirtieron en la parte más significativa de los ingresos, como ocurría en Augsburgo a finales del siglo XIV. La ciudad papal de Avignon también tenía una casa de placer pública. Y en Roma abrieron burdeles algunos Vicarios de Cristo, como Sixto IV (1471-1484) —constructor de la Capilla Sixtina y promotor de la festividad de la In-maculada Concepción— o Julio II (1503-1513); Sixto, que se entregaba a los excesos sexuales más frenéticos, percibía por sus rameras impuestos por valor de veinte mil ducados al año. Clemente VII exigió que la mitad de la fortuna de todas las prostitutas se dedicara a la construcción del convento de Santa María della Penitenza y, probablemente, la propia basílica de San Pedro fue parcialmente financiada con esta clase de ingresos.

De un prelado alemán con fama de muy culto se dijo que en sus casas había tantas fulanas como libros en su biblioteca. Un cardenal inglés adquirió un burdel; un obispo de Estrasburgo construyó otro; el arzobispo de Maguncia se quejaba desque las mancebías municipales perjLudicaban a sus propias empresas. Como pastor de todos, también quería gobernar a todas las prostitutas... «íntegramente». Y es que, según razonaba, la moral discurre por los cauces correctos sólo cuando el negocio está «en manos dignas». Es significativo que la Inquisición, en general, aunque hacía la vista gorda con los burdeles, perseguía a las damas que fornicaban por su propia cuenta. Los abades y las superioras de reputados conventos también mantenían casas de placer: ¡y, además, tenían «casas de la Magdalena» para pecadoras arrepentidas! La surpriora del conocido convento vienes de San Jerónimo para «mujeres descarriadas», Juliana Kleeberger, no sólo se casó en la época de la Reforma con su capellán Laubinger, sino que, además, acabó dedicándose a la prostitución.

Por tanto, resulta algo cómico que la moderna teología moral califique a la prostitución —que tantos servicios ha prestado a papas, obispos, conventos, cruzados, soldados cristianos y a toda la Iglesia— como «la más indigna y escandalosa forma de fornicación» y que subraye que la culpa y la vergüenza no sólo recaen en las prostitutas, sino «asimismo en quienes las utilizan»

(6) Espero que estés trabajando en la resolución de tus problemas personales, Ignatius. ¿Se ha agudizado la paranoia? La base de la paranoia es, según mi opinión, el hecho de que siempre estés encerrado en esa habitación y has empezado a recelar del mundo externo. No sé por qué insistes en vivir ahí abajo con los caimanes. A pesar de la revisión completa que está pidiendo a gritos tu psique, tienes un cerebro que podría crecer y florecer realmente aquí en Nueva York. Pero, en estas circunstancias, estás destruyéndote y destruyendo tu inteligencia. La última vez que te vi, cuando pasé por ahí procedente de Mississippi, estabas muy mal. Probablemente hayas empeorado viviendo en esa vieja casa miserable con tu madre como única compañía. ¿Es que tus impulsos naturales no te piden a voces desahogo? Una aventura amorosa bella e importante te transformaría, Ignatius, estoy segura. Las grandes ataduras edípicas que te inmovilizan están asediando tu cerebro y destruyéndote.

No creo que sean más progresistas tampoco tus ideas sociológicas o políticas. ¿Has abandonado aquel proyecto de formar un partido político o nombrar un candidato para presidente por derecho divino? Recuerdo que cuando por fin te conocí y ataqué tu apatía política, me saliste con esa idea. Yo sabía que era un proyecto reaccionario, pero indicaba al menos que comenzabas a forjarte una cierta conciencia política. Escríbeme hablándome de ese asunto, por favor. Estoy muy preocupada. En este país necesitamos un sistema tripartidista y creo que los fascistas están fortaleciéndose cada día más. Ese Partido del Derecho Divino sería un grupo marginal que desviaría una gran parte del voto fascista.

(7) Había comprado en la tienda rusa su variedad favorita de pepino, una hogaza de pan y tres huevos. Cuando se hizo de noche, y el sol carmesí, ya bajo, invadió el vagón mugriento y mareado, aturdido incluso con el estrépito de su marcha, todos fueron invitados a compartir sus provisiones y a dividirlas de manera ecuánime —lo cual no dejaba de ser extremadamente fácil, porque todos, excepto Vasiliy Ivanovich, llevaban las mismas cosas. A todos les divirtió mucho el pepino, lo consideraron incomible y lo arrojaron por la ventana. En vista de lo insuficiente de su contribución a Vasiliy Ivanovich le dieron una porción de salchicha más pequeña que a los demás.

Le obligaron a jugar a las cartas. Le manosearon, le interrogaron, comprobaron que era capaz de mostrar la ruta del viaje en un mapa, en una palabra, todos se ocuparon de él, al principio con buena intención, luego con malevolencia, que se iba haciendo más intensa a medida que avanzaba la noche. Las dos chicas se llamaban Greta; la viuda pelirroja de alguna forma se parecía al gallito del jefe; Schramm, Schultz y el otro Schultz, junto con el empleado de correos y su mujer, fueron mezclándose gradualmente unos con otros, confundiéndose, hasta formar un ser colectivo, tambaleante, de infinitos tentáculos cuyo abrazo era imposible resistir. Le presionaban por todas partes. Pero de repente al llegar a una estación, se bajaron todos, ya era de noche, aunque en el oeste todavía se veía una nube muy rosa, muy larga, y en la distancia de los raíles, con una luz que atravesaba el alma, la estrella de una farola temblaba a través del humo lento de la máquina y los grillos chirriaban en la oscuridad y desde algún lugar llegaba el olor del jazmín y del heno, mi amor.

Pasaron la noche en una posada desvencijada. Una chinche madura es horrible, pero hay una cierta gracia en los movimientos de un lepisma sedoso.

(8) —No, no me entiende, me corresponde matarla por lo que

ya le he explicado, nadie renuncia a la forma de la

propia vida si tiene una idea bastante clara de cómo

quiere pasarla, y yo la tengo, lo que no es frecuente.

Y, ¿cómo decirle?, el asesinato es una práctica

masculina, eminentemente, como la ejecución, y no así

el suicidio, que es tan propio de los hombres como de

las mujeres. Antes le he dicho que ella vislumbra lo

que hay más allá de mí, pero lo determinante es que más

allá de mí en realidad no hay nada. Para ella no hay

nada; puede que lo ignore, debiera saberlo. Si yo me

matara esto no se cumpliría, más allá de mí no debe

haber nada, no sé si me entiende

(9) —¿Puede una mujer parecerse a un hombre?

Desde el porche, el padre vio alejarse a Chieko. La anciana monja había

regresado y estaba barriendo apresuradamente el jardín.

Takichiro se sentó ante su pupitre. Bullían en su mente las imágenes de

helechos gigantes y de prados floridos de los pintores Sotatsu y Korin. Y

pensaba en Chieko, que acababa de marcharse.

Cuando la joven salió al camino del pueblo, el monasterio en el que se

había recluido su padre había desaparecido tras el bosquecillo de

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bambúes. Chieko decidió hacer una visita al templo de Nenbutsu, en

Adashino. Subió las viejas escaleras de piedra hasta el lugar en el que,

sobre una peña situada a la izquierda, se levantaban dos estatuas de

Buda talladas en piedra, pero entonces oyó que arriba sonaban unas

voces penetrantes y se detuvo.

Había en aquel lugar cientos de piedras sepulcrales en ruinas. Nadie

oraba ya por los que nadie reza. Se decía que hacía poco había estado

allí un club de aficionados a la fotografía retratando a una mujer que,

vestida con ropas extrañas y ligeras, posaba entre las lápidas. ¡Quién

sabe si hoy no iría a ocurrir algo parecido!

(1)J.Joyce Ulises pag.500

(2)R.Bolaño Detectives salvajes "

(3)M.A.Asturias El papa verde pags.191*3=573-500=73

(4)Bolaño 2666 pag.500

(5)Karlheinz Deschner H.del cristianismo pags.412*2=824-500=324

(6)J.Kennedy Toole La conjura de los necios pags.327*2=654-500=154

(7)V.Nabokov Cuentos completos pag.500

(8)J.Marias Mientras ellas duermen pags.158*4=632-500=132

(9)Y.Kawabata Kioto pag.500


 


 


 


 


 


 


 

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