miércoles, abril 09, 2008

NUMEROS QUE HABLAN-173-LA CARTA

JAMES JOYCE ULISES pag.173


 


 

Una gata sabia,

esfinge de ojos entreabiertos, observaba desde

su cálido sitial. Una lástima molestarlos.

Mahoma cortó un pedazo de su manta para no

despertar a su compañera. Ábrela. Y una vez yo

jugué a la bolita cuando iba a la escuela de esa

vieja maestra. Le gustaba el resedá. ¿Señora y

señor Ellis? Abrió la carta al abrigo del diario.

Una flor. Creo que es una. Una flor

amarilla de pétalos aplastados. ¿No está

molesta entonces? ¿Qué dice?

Querido Enrique:

Recibí la última carta que me escribiste y

que te agradezco mucho. Siento que no te haya

gustado la última mía. ¿Por qué incluiste las

estampillas? Estoy muy enojada contigo. Te

castigaría por eso. Te llamé pícaro porque no me

gusta esa otra palabra. Por favor dime cuál es el

verdadero significado de esa palabra. ¿No eres

feliz en tu casa, pobre muchachito pícaro?

Quisiera poder hacer algo por tí. Por favor dime

qué es lo que piensas de la pobrecita yo. Pienso

a menudo en el lindo nombre que tienes.

Querido Enrique ¿cuándo volveremos a vernos?

Pienso en ti tan a menudo que no puedes darte

una idea. Nunca me he sentido tan atraída por

un hombre. Me siento realmente trastornada.

Por favor escríbeme una carta larga y dime más.

Recuerda que si no lo haces te castigaré. Así que

ahora ya sabes lo que te haré, pícaro muchacho,

si no me escribes. ¡Oh!, cómo deseo volverte a

ver. Enrique querido, no rehúyas mi pedido

antes de que mi paciencia se agote. Entonces te

contaré todo. Adiós ahora, pícaro querido. Tengo

un dolor de cabeza tan fuerte hoy y escribe a

vuelta de correo a tu ansiosa.

MARTA.

ANDRÉ MALRAUX LA CONDICIÓN HUMANA pag.173

Tiene usted una carta para mí.Démela.El portero, asombrado,aunque siempre respetuoso,le alargó la carta.

¿Sabe usted, querido,que las mujeres persas, cuando son atacadas por la ira, zurran a sus maridos con sus babuchas erizadas de clavos? Son irresponsables. Y luego ¿No es asi?,vuelven a la vida ordinaria, a aquella en la que llorar con un hombre no las compromete, sino en la que acostarse con él las libera.

ANATOLE FRANCE EL FIGON DE LA REINA PATOJA pag.173

La vida de ese Eustaquio es un tejido de fábula ridícula. Lo propio

sucede con la de santa Catalina, la cual sólo ha existido en la imaginación

de algún picaro monje bizantino. No la quiero atacar, sin embargo, con

exceso, por ser la patrona de los escritores y la que sirve de divisa a la

librería del buen señor Blaizot, que es el lugar más delicioso del mundo.

—Llevaba también —repuso tranquilamente el hermanito— una

costilla de santa María Egipcíaca.

—¡Ah, ah!, en cuanto a ésa —gritó el abate mientras arrojaba al suelo

un hueso— la tengo por muy santa, a causa de que dio en vida un hermoso

ejemplo de humildad. Habéis de saber, señora

—agregó el abate tirando a mi madre de una manga— que santa María

Egipcíaca, yendo en peregrinación al sepulcro de Nuestro Señor, fue

detenida en su camino por un río muy profundo, y no teniendo dinero para

la barca, ofreció su cuerpo en pago a los barqueros. ¿Qué decís de esto, mi

buena señora?

Mi madre se informó primeramente de si la historia era cierta. Y cuando

le dieron seguridades de que se hallaba impresa en libros y pintada en los

vidrios de una ventana de la iglesia de la Jussienne, la tuvo por auténtica.

—Pienso —dijo— que es necesario ser tan santa como ella para hacer

otro tanto sin pecar. Yo no me arriesgaría.

—Por mi parte —dijo el abate—, de acuerdo con los doctores más

esclarecidos, apruebo la conducta de aquella santa. Es una lección para las

mujeres honradas que se obstinan con excesiva soberbia en su altanera

virtud. Existe algún sensualismo, si se piensa bien en ello, en conceder un

precio exagerado a la carne, y en defender, con no menos exagerado celo, lo

que debe despreciarse. Se ven, con frecuencia, matronas que creen tener en

sí mismas un tesoro que guardar, y que exageran visiblemente el interés

que conceden a su persona Dios y los ángeles. Se creen una especie de

Santo Sacramento natural. Santa María Egipcíaca juzgaba mejor. Aunque

hermosa y bien formada, estimó excesiva soberbia detenerse en su santa

peregrinación, por una cosa indiferente por sí, que sólo es un punto de

mortificación, y no un objeto precioso. Lo mortificó, señora, entrando con

su admirable humildad en el camino de la penitencia, donde realizó

esfuerzos maravillosos.

—Señor abate —dijo mi madre—, no os entiendo. Sois demasiado sabio

para mí.

—Esta gran santa —dijo el hermano Ángel— hállase pintada al natural

en la capilla de mi convento, y todo su cuerpo está cubierto, por la gracia

de Dios, de un vello largo y espeso. Se han sacado copias de ese cuadro, de

las cuales os traeré una bendecida, mi buena señora.

Mi madre, conmovida, le pasó la sopera por detrás del maestro. Y el

buen hermano, al amor de la lumbre, metió el hocico en el aromático

caldo.

—Ha llegado el momento —dijo mi padre— de descorchar una de esas

botellas que reservo para las grandes fiestas, tales como Navidad, los Reyes

y San Lorenzo. Nada más agradable en el mundo que saborear un buen

vino, cuando está uno tranquilo en su casa y al abrigo de inoportunos.

Apenas había pronunciado estas palabras, cuando la puerta se abrió, y

un hombre de elevada estatura y muy moreno penetró en el figón entre

una ráfaga de viento y de nieve.

—¡Una salamandra! ¡Una salamandra! —exclamó. Y sin cuidarse de

nadie, inclinóse hacia el hogar, escarbando los tizones con la contera de su

bastón, lo cual desagradó al hermano Ángel, obligándole a tragar con su

sopa ceniza y pavesas, que le hicieron toser y estornudar estrepitosamente.

Y el hombre negro seguía removiendo los tizones gritando: «Una

salamandra... ¡Veo una salamandra!», mientras el resplandor de los tizones

removidos agitaba su sombra en el techo en forma de ave de rapiña.

GION MATHIAS CAVELTY AD ABSURDUM pags.129 173-129=44

Infierno de amor

¿Quieres leerlo?-me preguntó Pentesilea unos días más tarde-.Es mi primer poema.

Dámelo-dije,y recorrí la hoja de arriba abajo-.No está mal para ser el principio. El titulo es sólido y despierta el interés:"Infierno de amor".Los primeros versos también parecen buenos:"En un infierno estoy/Donde amor,tu furia me persigue/y ningún tormento de ardor y frescura…."Pero entonces:"En el reino de sonbras de las arenas del Tártaro…"Mmmm,no sé.Suena muy pomposo.Reino de sombras del Tártaro…¿Qué se supone que el lector debe imaginarse?"Tártaro "suena a carne cruda, y"arenas", a función de circo.


 

ROBERTO BOLAÑO 2666 pag.173

Y sí, en efecto, asistieron a la barbacoa de borrego, y sus

movimientos fueron medidos y discretos, como los de tres astronautas

recién llegados a un planeta donde todo era incierto.

En el patio donde se celebraba la barbacoa contemplaron múltiples

agujeros humeantes. Los profesores de la Universidad de

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Santa Teresa demostraron inusitadas dotes para las labores del

campo. Dos de ellos hicieron una carrera a caballo. Otro cantó

un corrido de 1915. En un tentadero de reses bravas algunos

ensayaron la suerte del lazo, con desigual fortuna. Cuando apareció

el rector Negrete, que había permanecido encerrado en la

casa mayor con un tipo que parecía ser el capataz del rancho,

procedieron a desenterrar la barbacoa, y un olor a carne y a tierra

caliente se extendió por el patio bajo la forma de una delgada

cortina de humo que los envolvió a todos como la niebla

que precede a los asesinatos y que se esfumó de manera misteriosa,

mientras las mujeres llevaban los platos a la mesa, dejando

impregnadas las vestimentas y las pieles con su aroma.

Aquella noche, tal vez por efecto de la barbacoa y de la bebida

ingerida, los tres tuvieron pesadillas, que al despertar, aunque

se esforzaron, no pudieron recordar. Pelletier soñó con una

página, una página que miraba al derecho y al revés, de todas

las formas posibles, moviendo la página y a veces moviendo la

cabeza, cada vez más rápido, aunque sin encontrarle ningún

sentido.

SUSAN SONTAG EL AMANTE DEL VOLCAN pag.173


 

"Todo lo tuyo será lo principal;

Y cada orilla a la que dé vueltas, tuya."


 


 

Detrás, muy cerca, unas quinientas falúas, barcazas, yates y barcas de pescador balanceándose e interceptándose, llenas de gente que gritaba, saludaba. Cuando el grupo real y el Cavaliere y su esposa subieron a bordo, aclamaron al Rey y el héroe retiró el parche verde que llevaba sobre el ojo y lo guardó en su bolsillo.

Nuestro liberador, dijo el Rey. Libertador y protector, dijo la Reina. Ah, exclamó la esposa del Cavaliere al verle, ojeroso, tosiendo, pelo empolvado pero demasiado largo, su manga derecha vacía prendida al pecho de su uniforme, un rojo chirlo sobre su ojo ciego, donde le había golpeado un fragmento de metralla durante la Batalla del Nilo. ¡Ah! Y cayó sobre él.

Cayó en mi brazo, fue una escena muy cariñosa, le contó el héroe a su esposa en una larga carta en la que hablaba de la magnificencia de su recepción: la bahía abarrotada de barcos que le daban la bienvenida, los estandartes, las salvas de saludo, el cañón retumbando desde las murallas de Sant'Elmo sobre la ciudad y los vivas de multitudes engalanadas con terciopelo y galones de oro acercándose a él cuando bajó a tierra, agitándose detrás suyo por las calles. La luz solar hería su ojo cuando no llevaba el parche, y Nápoles tenía mucha luz solar. Pero llegó la bendita noche, con la espléndida exhibición de fuegos artificiales que acabaron con la bandera británica y sus iniciales alineadas en el cielo, y hogueras y bailes en las bulliciosas plazas en plena ebullición. Mi recibimiento por parte de las clases bajas fue verdaderamente entusiasta. En la mansión del Cavaliere tres mil lámparas se encendieron para un banquete al que asistió el deferente Almirante Caracciolo, que él disfrutó y soportó.

Le dolía el brazo derecho, el miembro fantasma que empezaba muy cerca de su hombro derecho; le atormentaban ataques de tos, tenía fiebre. Se había contenido, odiaba quejarse. Siempre había sido menudo y delgado, pero era fuerte. Sabía cómo soportar lo insoportable. Sentirse enfermo era como una ola. Uno tenía que aguantar y pasaría. Incluso la agonía de la amputación, sin un trago de ron y la agonía suplementaria, debida a la ineptitud del cirujano, cuando el muñón supuró durante tres meses, incluso aquello fue una ola.

Como las olas que balancean el barco del dolor; la pequeña barca que apartó a remo al héroe de la batalla que él nunca tuvo ocasión de librar. La barca de un héroe diestro que desenfundó su espada para capitanear un asalto anfibio, durante la noche, contra un fuerte español; la barca que recibió su cuerpo sin sentido al caer hacia atrás, su codo derecho destrozado por la metralla, y que sus frenéticos hombres hicieron virar y adentraron en la bahía, confiando en alcanzar el buque insignia antes de que él muriera por la pérdida de sangre. Había recuperado la conciencia, arañando el torniquete cercano a su hombro, cuando pasaban a bordo de uno de sus cúteres, al que habían alcanzado bajo el agua y se estaba hundiendo, y él insistió en pararse y recoger a los supervivientes... Más olas, otra hora antes de llegar al ensombrecido Theseus, meciéndose anclado en las sombras. Furioso con los que le habrían ayudado. ¡Dejadme solo! ¡Aún tengo piernas y un brazo!, enrolló una cuerda por su brazo izquierdo y él mismo se subió a bordo, pidió que viniera el cirujano y le cortara el brazo, muy arriba, donde estaba el torniquete, y al cabo de media hora ya estaba en pie, dando órdenes a su comandante en jefe con una voz severa, tranquila.

Ahora era un héroe zurdo.

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