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VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 378
Pero cuando
finalmente él y yo nos encontramos en los bosques, resultó que no podía diferenciar
una abeja de una avispa, ni tampoco un castaño de un nogal, y que percibía su
entorno de forma bastante convencional y común: verde, buena temperatura, los
distintos animales con plumas, los insectos. Se ofendía cuando yo, que había crecido
en el campo, observaba, para divertirme, las diferencias entre la flora que nos
rodeaba y la de los bosques de la Rusia Central: él pensaba que no existían
diferencias significativas y que sólo importaban las asociaciones sentimentales.
Le gustaba tenderse en la hierba en un lugar a la sombra, apoyarse en el codo
derecho y discutir con profusión de detalles la situación internacional o contar
historias acerca de su hermano Peter, aparentemente un tipo encantador —un
donjuán, músico, conversador arrogante—, quien, en tiempos prehistóricos, se
ahogó una noche de verano en el Dniéper —un final maravilloso. En el relato de
nuestro querido L. I., sin embargo, todo ello resultaba bastante aburrido, tan
completo, tan sin resquicio alguno para la imaginación, que, cuando nos parábamos
a descansar y me decía de repente: «¿Te he contado alguna vez cuando Peter se
puso a cabalgar en la cabra del cura del pueblo?», yo tenía ganas de contestarle:
«Sí, sí, ya me lo has contado, por favor, ahórrate el cuento».
La vida y la muerte me
están desgastando MO YAN 378
«El tiempo vuela». Antes de que me diera cuenta, ya estaba entrando en mi
quinto año como rey de los jabalíes en ese desolado y prácticamente
inhabitado banco de arena.
Al principio, había pensado poner en marcha un sistema de relaciones
monógamas, tal y como se practica en la sociedad humana civilizada, y
había asumido que esta reforma sería acogida con gritos de aprobación.
Imagina mi sorpresa cuando, por el contrario, me encontré con una fuerte
oposición, no sólo por parte de las hembras, sino también por parte de los
machos, que expresaron con gruñidos su insatisfacción, aunque habrían
sido los principales beneficiados de mi medida. Como no encontraba la
manera de resolver aquel asunto, le expliqué el problema a Diao Xiaosan,
que estaba repantingado en el cobertizo de paja que habíamos creado para
él con el fin de protegerlo de los elementos.
—Puedes abdicar si quieres —dijo fríamente—. Pero si piensas quedarte
como rey, tendrás que respetar las costumbres locales.
Estaba atado de pezuñas. No tenía más remedio que dejar que siguieran
adelante con esa cruel práctica de la jungla. Así pues, cerré
los ojos y fantaseé con las imágenes de Pequeña Flor, con Amante de la
Mariposa y, de manera menos clara, con una hembra de burro, incluso con la
confusa silueta de algunas mujeres, mientras me apareaba casi
atolondradamente con aquellas hembras de jabalí Lo evitaba cada vez que
era posible y economizaba esfuerzos cuando me resultaba imposible evitarlo,
pero a medida que pasaron los años, la población del banco de arena se vio
incrementada por docenas de pequeños bastardos de vivos colores. Algunos
tenían cerdas de color amarillo dorado, otros las tenían negras y otros eran
moteados como esos perros dálmatas que salen en los anuncios de televisión.
La mayoría de ellos conservaba las características físicas propias de los
jabalíes salvajes, pero eran claramente más inteligentes que sus madres.
Graves, Robert El Vellocino de Oro 378-363=15
Atamante
dirigió un ataque contra las montañas de los centauros. Estos se resistieron lo mejor que pudieron
con sus lanzas de madera de pino y con grandes rocas que hacían rodar montaña abajo; pero él los
derrotó y los obligó a huir hacia el norte. Para disuadirles de regresar, Atamante sacó la imagen de
la Diosa Blanca con cabeza de yegua instalada en el santuario de la diosa, y después de bajarla a
Yolco, al colegio de los Peces, tuvo la osadía de rededicar el santuario en el monte Pelión a Zeus el
Carnero, o Zeus el dios de las Lluvias. Durante un tiempo logró quebrar al espíritu de los centauros,
pero Ino hizo que una de sus ninfas llevara secretamente la imagen de cabeza de yegua a una cueva
en un valle boscoso a medio camino del monte Osa, y allí los centauros volvieron a congregarse y
rezaron a la diosa pidiéndole venganza.
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