LA AUDIENCIA DE LOS CONFINES
Miguel Ángel Asturias
NABORI (herida en el pecho).- ¡Huid...! FRAY BARTOLOME.- ¡Deponed las armas...! NABORI.- ¡Imposible!
Los indios defienden la puerta y el ventanal con sus hachas y cuchillos. Ya se lucha cuerpo a cuerpo dentro del recinto, pero la derrota de los indios es completa: unos se entregan, otros huyen por la puerta del fondo y otros se refugian detrás de la figura del obispo las Casas, que está junto a la india herida.
MAYORAL (al ver entrar al GOBERNADOR, espada en mano, en la más férrea armadura).- ¡El brazo real...! ¡El brazo real viene a salvarnos...!
GOBERNADOR.-¡A la Iglesia, sí! ¡No, al de las Casas!
Se hace un silencio que rompe la voz de NABORI, que se mantiene de pie, sostenida por el obispo las Casas.
NABORI.- Oídme en vuestra lengua. Esta guerra empezó con el rapto de las doncellas... Ese día empezó... Siguió con el encierro de Musén Ca... Ese día siguió... Entregamos por el rescate de Musén Ca, doscientas onzas de oro y se nos ofrecieron pregones... No hubo pregones... Hubo guerra... Hubo mal... Hubo engaño... (Pausa. Está intensamente pálida y se ve que se debilita, que ya le empiezan a faltar las fuerzas.) A MusénCa se le robó la piedra de los dioses, la piedra que descubre y atrae a las vírgenes más puras, y se mandó como señal de una cita... A dos días debía ser el encuentro del que robó la piedra y una de nuestras doncellas más apetecidas por el volcán, pero nosotros ya estábamos vigilantes y fue entonces el mayor mal... No vino el que debía venir a la cita, sino el hombre vestido de blanco y por eso murió, herido por nuestras flechas... yo... yo le herí... perdonadme... perdonadme... creyendo que era el robador de nuestras doncellas... (Pausa. Ya casi no puede estar de pie. FRAY BARTOLOME la sostiene.) Y no preguntéis... no preguntéis quién era el que debía venir al encuentro, porque está aquí en otro encuentro conmigo para prender a este otro hombre vestido de blanco, voluntad de él, y por eso vine, pero no en daño, sino a salvarle, a que huyera, a que escapara... ¡Por segunda vez quiso emplear a los indios para matar religiosos, el gobernador...! (Lo señala con el brazo que apenas puede mantener en alto.)
GOBERNADOR.- ¡Por el cielo de Dios... (Avanza con la espada dispuesta a matar a NABORI) si no la calláis!
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