COMO UN LEÓN
Edgar Allan Poe
Sátiras del Obispo Hall
...Todo el mundo caminaba maravillado
sobre los diez dedos de sus pies.
Yo soy, es decir, fui un gran hombre; pero
no soy ni el autor de Junius, ni el «hombre de
la máscara», porque mi nombre, según creo,
es Robert Jones y nací en algún lugar de la
ciudad de Fum-Fudge.
El primer acto de mi vida consistió en cogerme
la nariz con las dos manos. Mi madre
lo vio y me llamó «genio»; mi padre lloró de
alegría y me regaló un tratado de Nasología.
Lo conocí bien a fondo antes de que me pusieran
pantalones.
Por entonces comencé a vislumbrar cuál
era para mí el camino del saber, y muy pronto
llegué a comprender que, con tal de que
un hombre tuviese una nariz bastante notable,
podía, con sólo seguir su dirección, llegar
a obtener el señorío de la moda. Pero mi
atención no se limitaba solamente a las teorías.
Cada mañana yo le propinaba a mi «proboscis
» un par de tirones y me tragaba media docena de dramas.
Cuando llegué a la mayoría de edad, mi
padre me preguntó un día si quería ir con él a
su despacho.
—Hijo mío —me dijo en cuanto tomamos
asiento—, ¿cuál es el fin principal de tu existencia?
—Padre, el estudio de la Nasología —le
respondí.
—¿Y qué es la Nasología, Robert? —
preguntó.
—Padre —respondí—, es la ciencia de las
narices.
—¿Y puedes decirme, hijo, qué significa
una nariz?
—La nariz, padre mío —respondí, muy sereno—,
ha sido definida de formas muy diversas
por casi un millar de diferentes autores...
Me detuve y extraje mi reloj del bolsillo
para añadir a continuación:
—Ahora son poco más o menos las doce
del día. Tendremos tiempo para recorrerlos
todos antes de que sea medianoche. Así,
pues, veamos, para comenzar: la nariz, según
Bartolinus, es esa protuberancia, esa corcova, esa excrescencia que...
—Basta, Robert —interrumpió el bondadoso
viejo—, me siento anonadado, asombrado,
por la gran extensión de tu saber, realmente
asombrado por mi vida...
Y al decir esto, se llevó una mano al corazón.
Luego dijo:
—Ven aquí.
Acto seguido me tomó por el brazo, añadiendo:
—Tu educación puede considerarse ya
terminada... Es ya hora de que te las arregles
tú solo, y no podrás hacer nada mejor que
seguir la dirección de tu nariz, así, así y así...
Y al pronunciar estas últimas palabras me
echó a puntapiés, escaleras abajo, hasta la
calle, concluyendo:
—¡De forma que vete de mi casa y que
Dios te bendiga!
Como sentía en mi interior la inspiración
«divina», aquel incidente me pareció más
feliz que desgraciado. Resolví, pues, seguir el
consejo paternal. Decidí seguir a mi nariz. Allí
mismo le apliqué un tirón o dos, y escribí
acto seguido un folleto sobre Nasología.
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