Paul Auster
La invención de la soledad
Su excusa para no llevarnos nunca al cine:
—¿Para qué salir y gastar una fortuna cuando en un año o dos la darán por
televisión?
En las contadas salidas a comer a un restaurante siempre teníamos que elegir los platos
más baratos del menú. Se convirtió en una especie de ritual.
—Sí —comentaba él y asentía con la cabeza—, buena elección.
Años más tarde, cuando mi esposa y yo vivíamos en Nueva York, algunas veces nos
llevaba a cenar. La escena se repetía invariablemente. En cuanto nos habíamos llevado la
última cucharada de comida a la boca, preguntaba impaciente:
—¿Nos vamos?
Imposible siquiera considerar la posibilidad de un postre.
Se sentía tremendamente incómodo en su propia piel; era incapaz de sentarse y quedarse
quieto, de tener una pequeña charla, de «relajarse».
Estar con él te ponía nervioso; daba la impresión de que siempre estaba a punto de
marcharse.
Le encantaban los trucos ingeniosos y se enorgullecía de su habilidad para burlarse del
mundo en su propio juego. Su tacañería en las cuestiones más triviales de la vida resultaba
ridícula y deprimente. Siempre desconectaba el cuentakilómetros de sus coches y falsificaba
el kilometraje para asegurarse de obtener un buen precio de venta en el futuro. En casa,
siempre arreglaba los desperfectos en lugar de llamar a un profesional. Gracias a que
tenía un talento especial para las máquinas y sabía cómo funcionaban las cosas, reparaba las
averías de la forma más rápida e insólita, empleando cualquier material que tuviera a mano
para solucionar con chapuzas los problemas mecánicos o eléctricos. Todo antes de gastar
dinero para hacer las cosas bien.
Las soluciones permanentes nunca le interesaron. Se pasaba el tiempo haciendo
remiendos, una pieza aquí, otra allí; nunca permitía que su barco se hundiera, pero
tampoco le daba oportunidad de flotar.
Lolita
Vladimir Nabokov
—Ansuit, me enseñaron a vivir alegremente y plenamente en la soledad, y
a desarrollar una personalidad cabal, a ser una monada, en resumen.
—Sí, vi algo de eso en el folleto.
—Adorábamos nuestros cantos en torno al fuego que ardía en la gran
chimenea de piedra, o bajo las estrellas de m..., donde cada niña fundía su
espíritu regocijado con la voz del grupo.
—Tu memoria es excelente, Lo, pero debo pedirte que no sueltes
palabrotas. ¿Qué más?
—He hecho mío el lema de la girl scout –dijo Lo melodiosamente–. Colmo
mi vida con hermosas acciones, tales como... bueno, de eso no me acuerdo. Mi
deber es... ser útil. Soy amiga de los animales machos. Obedezco las órdenes.
Soy alegre. Otro automóvil patrullero. Soy frugal y mis pensamientos, palabras y
actos son absolutamente asquerosos.
—Espero que eso sea todo, niña ingeniosa...
—Sí. Eso es todo. No... espera un minuto. Cocinábamos en un horno de
campaña.
—Eso parece muy interesante.
—Lavábamos sillones de platos. «Sillones» quiere decir en el colegio
«muchos-muchos-muchos-muchos»... Oh, sí, último en orden, pero no en
importancia, como dice mamá... déjame pensar... ¿qué era? Ah, sí: nos tomaban
radiografías. Caray, qué divertido.
—C'est bien tout?
—C'est. Salvo una cosita, algo que no puedo contarte sin ruborizarme de
pies a cabeza.
—¿Me lo contarás después?
—Si nos sentamos en la oscuridad y me dejas hablar en voz baja, te lo
contaré. ¿Duermes en tu cuarto de siempre o en dulce montón con mamá?
—En mi cuarto de siempre. Tu madre sufrirá una operación muy seria, Lo.
—¿Quieres parar en esa confitería? –dijo Lo.
Sentada en un banco alto, con una faja de sol a través de su brazo
desnudo y atezado, Lolita atacó un complicado helado coronado con jarabe
sintético. Lo edificó y se lo sirvió un muchachón granujiento, con una corbata
grasienta, que miró a mi frágil niña en su leve vestido de algodón con
deliberación carnal. Mi impaciencia por llegar a Briceland y «El cazador
encantado» era más fuerte de lo que podía soportar. Por fortuna, Lo despachó el
helado con su habitual presteza.
—¿Cuánto dinero tienes? –pregunté.
—Ni un céntimo –dijo ella tristemente, levantando las cejas y
mostrándome el vacío interior de su bolso.
—Arreglaremos ese asunto a su debido tiempo –dije sutilmente–. ¿Vamos?
—Oye, ¿habrá aquí cuarto de baño?
—No vayas ahora –dije con firmeza–. Será un lugar inmundo. Vámonos.
En general, era una niña obediente. La besé en el cuello cuando volvimos
al automóvil.
—No hagas eso –dijo mirándome con genuina sorpresa–. No me babees,
puerco.
Se restregó el lugar donde acababa de besarla contra su hombro
levantado.
—Perdona –le dije–. Es que te quiero mucho, sabes...
Marchamos bajo un cielo lúgubre, remontando un camino sinuoso, y
después empezamos a descender nuevamente.
(¡Oh, Lolita, nunca llegaremos allí!)
El polvo empezaba a saturar a la bonita y pequeña Briceland, con su falsa
arquitectura colonial, las tiendas de curiosidades y sus árboles importados
cuando atravesamos las calles débilmente iluminadas en busca de «El cazador
encantado». El aire, a pesar de la firme llovizna que adornaba con sus cuentas
de cristal, era verde y tibio; ante la taquilla de un cine chorreaban luces como
alhajas y se había formado una cola de personas, casi todos niños y ancianos.
—¡Oh, quiero ver esa película! Vengamos después de comer. ¡Oh, tráeme!
SURA 82
Al-Infitar (El Hendimiento)
(1) CUANDO EL CIELO sea hendido,1
(2) cuando los astros sean dispersados,
(3) cuando los mares desborden sus límites,
(4) y cuando las tumbas sean vueltas del revés –
(5) cada ser humano sabrá [finalmente] lo que ha enviado por delante y lo que omitió
[en este mundo].2
(6) ¡OH HOMBRE! ¿Qué es lo que engañosamente te aparta de tu generoso Sustentador,3 (7)
que te ha creado con arreglo a tu función,4 y conformó armoniosamente tu naturaleza,5 (8)
constituyéndote en la forma que Él quiso [que tuvieras]?
(9) ¡ Pero no, sino que [sois apartados engañosamente de Dios cuando elegís] desmentir
el Juicio [de Dios]!6
(10) ¡ Pero, en verdad, hay guardianes que os vigilan en todo momento, (11) nobles,
que toman nota y escriben(12) conscientes de todo lo que hacéis!7
(13) Ciertamente, [en la Otra Vida] los realmente virtuosos estarán en verdad gozosos,
(14) mientras que, ciertamente, los perversos estarán en verdad en un fuego abrasador –
(15) [un fuego] en el que entrarán en el Día del Juicio, (16) y del que no se ausentarán.
(17) ¿Y qué puede hacerte concebir lo que será ese Día del Juicio?
(18) Y una vez más: ¿Qué puede hacerte concebir lo que será ese Día del Juicio?8
(19) [Será] un Día en que ningún ser humano podrá hacer nada por otro ser humano:
pues ese Día [se hará patente que] toda la soberanía es sólo de Dios.
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