Francisco de
Quevedo Villegas
Los sueños
-¿Quién diablos -dije yo- está lloviendo maldiciones aquí?
Díjome un muerto que estaba a mi lado:
-¿Maldiciones queréis que falten donde hay casamenteros y sastres, que son la gente más maldita del mundo, pues todos decís «¡Malhaya quien me casó!», «¡Malhaya quien con vos me juntó!», y los más «¡Mal haya quien me vistió!»?
-¿Qué tiene que ver -dije yo- sastres y casamenteros en la audiencia de la Muerte?
-¡Pesia tal! -dijo el muerto, que era impaciente-, ¿estáis loco? Que si no hubiera casamenteros, hubiera la mitad de los muertos y desesperados. A mí me lo decid, que soy marido cinco, como bolo, y se me quedó allá la mujer y piensa acompañarme con otros diez. ¿Pues sastres? ¿A quién no matarán las mentiras y largas de los sastres, y hurtos? Y son tales que para llamar a la desdicha peor nombre, la llaman desastre, del desastre, y es el principal miembro deste tribunal que aquí veis.
Alcé los ojos y vi la Muerte en su trono y a los lados muchas muertes. Estaba la muerte de amores, la muerte de frío, la muerte de hambre, la muerte de miedo y la muerte de risa, todas con diferentes insignias. La muerte de amores estaba con muy poquito seso. Tenía, por estar acompañada, porque no se le corrompiesen por la antigüedad, a Píramo y Tisbe embalsamados, y a Leandro y Hero y a Macías en cecina, y algunos portugueses derritidos. Mucha gente vi que estaba ya para acabar debajo de su guadaña y a puros milagros del interés resuscitaban. En la muerte de frío vi a todos los obispos y prelados y a los más eclesiásticos, que como no tienen mujer ni hijos ni sobrinos que los quieran, sino a sus haciendas, estando malos cada uno carga en lo que puede, y mueren de frío. La muerte de miedo estaba la más rica y pomposa y con acompañamiento más magnífico, porque estaba toda cercada de gran número de tiranos Y poderosos, por quien se dijo: Fugit impius, nemine persequente.
Estos mueren a sus mismas manos y sus sayones son sus conciencias y ellos son verdugos de sí mismos, y solo un bien hacen en el mundo, que matándose a sí de miedo, recelo y desconfianza, vengan de sí propios a los innocentes. Estaban con ellos los avarientos, cerrando cofres y arcones y ventanas, enlodando resquicios, hechos sepulturas de sus talegos y pendientes de cualquier ruido del viento, los ojos hambrientos de sueño, las bocas quejosas de las manos, las almas trocadas en plata y oro. La muerte de risa era la postrera, y tenía un grandísimo cerco de confiados y tarde arrepentidos. Gente que vive como si no hubiere justicia y muere como si no hubiere misericordia. Estos son los que diciéndoles: «Restituid lo mal llevado», dicen: «Es cosa de risa»; «Mirad que estáis viejo y que ya no tiene el pecado qué roer en vos: dejad la mujercilla que embarazáis inútil, que cansáis enfermo; mirad que el mismo diablo os desprecia ya por trasto embarazoso y la misma culpa tiene asco de vos», responden: «Es cosa de risa», y que nunca se sintieron mejores. Otros hay que están enfermos, y exhortándolos a que hagan testamento, que se confiesen, dicen que se sienten buenos y que han estado de aquella manera mil veces. Estos son gente que están en el otro mundo y aún no se persuaden a que son difuntos. Maravillóme esta visión, y dije, herido del dolor y conocimiento:
-¿Diónos Dios una vida sola y tantas muertes?; ¿de una manera se nace y de tantas se muere? Si yo vuelvo al mundo, yo procuraré empezar a vivir.
Dante Alighieri
LA DIVINA COMEDIA
¡Oh cuán acobardado parecía,
con la lengua cortada en la garganta,
Curión que en el hablar fue tan osado!
Y uno, con una y otra mano mochas,
que alzaba al aire oscuro los muñones,
tal que la sangre le ensuciaba el rostro,
gritó: «Te acordarás también del Mosca,
que dijo: "Lo empezado fin requiere",
que fue mala simiente a los toscanos.»
Y yo le dije: «Y muerte de tu raza.»
Y él, dolor a dolor acumulado,
se fue como persona triste y loca.
Mas yo quedé para mirar el grupo,
y vi una cosa que me diera miedo,
sin más pruebas, contarla solamente,
si no me asegurase la conciencia,
esa amiga que al hombre fortifica
en la confianza de sentirse pura.
Yo vi de cierto, y parece que aún vea,
un busto sin cabeza andar lo mismo
que iban los otros del rebaño triste;
la testa trunca agarraba del pelo,
cual un farol llevándola en la mano;
y nos miraba, y «¡Ay de mí!» decía.
De sí se hacía a sí mismo lucerna,
y había dos en uno y uno en dos:
cómo es posible sabe Quien tal manda.
Cuando llegado hubo al pie del puente,
alzó el brazo con toda la cabeza,
para decir de cerca sus palabras,
que fueron: «Mira mi pena tan cruda
tú que, inspirando vas viendo a los muertos;
mira si alguna hay grande como es ésta.
Y para que de mí noticia lleves
sabrás que soy Bertrand de Born, aquel
que diera al joven rey malos consejos.
Yo hice al padre y al hijo enemistarse:
Aquitael no hizo más de Absalón
y de David con perversas punzadas:
Y como gente unida así he partido,
partido llevo mi cerebro, ¡ay triste!,
de su principio que está en este tronco.
Y en mí se cumple la contrapartida.»
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