José de Nazaret (hebreo.יוסף הקדוש) fue, en el cristianismo y según diversos textos neotestamentarios, el esposo de María, la madre de Jesús de Nazaret y, por tanto, padre terrenal de Jesús. Según los Evangelios, era de oficio artesano (en el original griego, «τεχτων»; Mateo 13:55a), lo que ya en los primeros siglos del cristianismo se concretó en carpintero, profesión que habría enseñado a su hijo, de quien igualmente se indica que era "artesano
Según la tradición apostólica, José nació en Belén. Los padres de José eran Santiago y Santa Juana. Santiago (cuyo nombre original es Jacob) era natural de Belén. Sus padres eran Mathan y Estha. Su genealogía es la del Evangelio de San Mateo. Santa Juana (cuyo nombre original es Abdit), llamada por algunos Abigail, era de Belén. Sus padres eran Eleazar y Abdit.
Además, José podría haber tenido un primo hermano de nombre Cleofás, quizá padre de Santiago el Menor, José Barsabás, Simón El Celote, Judas Tadeo, Lidia y Lisia. Todos ellos fueron conocidos como hermanos de Jesús, aunque la interpretación tradicional católica considera que serían sus primos segundos.San José fue declarado patrono de la familia y es por antonomasia el patrono de la buena muerte, atribuyéndosele el haber muerto en brazos de Jesús y de María
La Iglesia católica lo ha declarado también protector contra la duda y el papa Benedicto XV lo declaró además patrono contra el comunismo y la relajación moral
lo presentan como perteneciente a la estirpe del rey David
Las Escrituras señalan a José como «justo» (Mateo 1:19), que implica su fidelidad a la Torá y su santidad.
José (o Joseph en su transcripción arcaica al español, usada hasta inicios del s. XIX) es un nombre masculino de origen hebreo que deriva de yôsef (יוסף) «añada», del verbo lehosif (להוסיף) «añadir». La explicación del significado de este nombre se encuentra en el libro del Génesis.
Entonces se acordó Dios de Raquel. Dios la oyó y abrió su seno, y ella concibió y dio a luz a un hijo. Y dijo: «Ha quitado Dios mi afrenta.» y le llamó José, como diciendo: «Añádeme YHWH otro hijo.»
Génesis 30,22-24
Lo que el Espíritu Santo ha obrado, lo ha obrado para los dos. Justo es el hombre, justa es la mujer. El Espíritu Santo, apoyándose en la justicia de los dos, dio un hijo a ambos.
San Agustín, Serm. 51, c. 20
Teresa de Ávila quien dio a la devoción a San José el espaldarazo definitivo en el siglo XVI. Esta mística española relata su experiencia personal referida a José de Nazaret en el Libro de la Vida:
Y tomé por abogado y señor al glorioso san José, y encomendéme mucho a él. [...] No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra (que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar), así en el cielo hace cuanto le pide. [...] Paréceme, ha algunos años, que cada año en su día le pido una cosa y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío. [...] Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a san José por lo bien que les ayudó en ello. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro, y no errará en el camino.
José, esposo virginal de la madre de Dios (Discursos I y II)
Para Verthamont, que en este particular sigue a san pedro Damiano, doctor de la Iglesia, la virginidad de san José es una verdad de las que “hay que incluir entre las que son de fe” (D.I, 89). Nuestro amor refuerza esta sentencia a la luz de un comentario bíblico de santo Tomás de Aquino: en su lectura del capítulo primero de la carta a los Gálatas, el aquinatense, de forma indirecta acentúa: “Si el Señor quiso confiar la custodia de su madre virgen solo a un discípulo virgen (jn 19, 26), no es posible sostener que su esposo no fuera virgen” (edición Marietti, párrafo 48).
En ocasión del inicio de su ministerio petrino en la solemnidad de san José de 2013, el papa Francisco refirió en su homilía los alcances de la custodia que caracteriza a este santo
la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos.
Dícele Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús, y díjole: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera te vi
«Si tienes un gran árbol y estás indeciso en cuanto a qué hacer con él, ¿por qué no lo plantas en el dominio de la no-existencia, donde puedas darte a la inacción a su lado, al bienaventurado reposo bajo su sombra?».
Chuang-tzu, cap. I
Árbol invertido Divina comedia
“Ellos iban delante y yo detrás, solo, escuchando sus palabras, que me comunicaban la inteligencia de la poesía. Pero pronto interrumpió tan dulce coloquio la vista de un árbol, que encontramos en medio del camino, cargado de manzanas olorosas: y así como el abeto, elevándose hacia el cielo, va disminuyendo de rama en rama, aquél iba disminuyendo por su parte inferior, con objeto, según creo, de que nadie suba por él. Por el lado en que estaba cerrado nuestro camino, caía de la alta roca un agua cristalina, que se esparcía por las hojas superiores”.
“En la isla se hallaban todas las diosas, todas las más nobles. Fue entonces, en cuanto llegó a Delos Ilitía, provocadora de las angustias del parto, cuando a Leto le sobrevino el parto y sintió el deseo de dar a luz. En torno a la palmera echó ambos brazos y apoyó las rodillas en el blando prado. Sonreía la tierra bajo ella. Saltó él fuera a la luz y las diosas gritaron todas a una
Amaltea (en griego antiguo Ἀμάλθεια, de άμαλος, ‘tierno’, ‘ternura’) es, en la mitología griega, la ninfa que fue nodriza de Zeus. A veces se la representa como la cabra que amamantó al dios infante en una cueva de Creta, y otras veces como una náyade hija de Hemonio (uno de los Curetes), quien lo crio con la leche de una cabra en el monte Ida.
La diosa Rea, esposa de Crono, quiso preservar a su hijo Zeus de la voracidad de su marido que devoraba a sus hijos conforme nacían, por lo que lo escondió en el monte Ida, en la isla de Creta, donde lo recogió esta ninfa alimentándolo de miel de abeja y leche de cabra.
Un día la cabra se rompió uno de sus cuernos, que Amaltea llenó con flores y frutas antes de llevárselo a Zeus, quien lo subió entre las estrellas junto con la cabra, convirtiéndose ésta en el primer unicornio y siendo en el cielo la cabra fue la constelación Capricornus o simplemente la estrella Capella (es decir, α Aurigae); el cuerno fue desde entonces llamado cornucopia. De acuerdo con otra historia, fue el mismo Zeus quien rompió accidentalmente el cuerno con uno de sus rayos y se lo dio a Amaltea, prometiéndole que le proporcionaría en abundancia todo lo que deseara. Amaltea se lo cambió a Aqueloo (su supuesto hermano) por su propio cuerno, que se había roto en la disputa con Heracles por la posesión de Deyanira. Según la mitología clásica, los dueños del cuerno fueron muchos y variados. En general, se le consideraba símbolo de riquezas inacabables y abundancia, y se convirtió en atributo de varias divinidades (Hades, Gea, Deméter, Cibeles, Hermes), y de los ríos (el Nilo) como fertilizantes de la tierra
En algunas versiones, a la muerte de la cabra Zeus habría tomado su piel para vestirse con ella, convirtiéndola en la égida (el término griego αἰγίς aigis significa ‘piel de cabra’).
El término «cuerno de Amaltea» se aplica a una región fértil, y una finca propiedad de Tito Pomponio Ático fue llamada Amaltheum. Las monedas cretenses representaban al infante Zeus amamantado por la cabra; otras monedas griegas le mostraban sujeto a sus ubres o llevado en brazos de una ninfa.
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