jueves, noviembre 07, 2013

LOS GATOS NO TIENEN CUCHILLO.

 

           image          

Un gato acuchillando a una serpiente

 

                                                                image

                

 

una de las escenas del libro de las puertas

El Libro de las Puertas: un pasaje al inframundo.
El Libro de las Puertas es el
libro sagrado del Antiguo Egipto, fechado en algún momento del Imperio Nuevo.
Allí se relata el viaje nocturno de los difuntos hacia el inframundo: el
Duat.
Todos los espíritus deben atravesar una serie de puertas en distintos momentos del viaje. Cada puerta está regida por una diosa diferente, y para atravesarla el difunto deberá reconocerla en su esencia íntima. Los que logren el conocimiento durante sus vidas pasarán por todas las puertas sin problemas, pero los ignorantes, los necios y los que se han reído de la verdad sagrada, vagarán eternamente por los umbrales sin tiempo del submundo.
H.P. Lovecraft menciona a El Libro de las Puertas en un pasaje del terrible Necronomicón, señalando que cada diosa regente de los portales revelará sus secretos al sabio, más nunca al audaz o al temerario, y que quien conozca los arcanos antiquísimos tallados en piedra y mármol tendrá acceso a un saber total, absoluto, volviéndose él mismo una parte intrínseca de Osiris.

STEPHEN R. LAWHEAD

TALIESIN

Por fin llegaron a un lugar donde se alzaba desde el suelo una enorme piedra negra. En algún momento de un re­moto pasado, otras dos piedras habían sido apoyadas con­tra ella en ángulo y la parte superior de las tres coronada por una gran losa de piedra. La piedra se hallaba en el centro del bosque; sus esquinas aparecían cubiertas de líque­nes grises y amarillos y le otorgaban un aspecto más ve­getal que mineral: como un hongo gigantesco que domi­nara el bosque con su siniestra presencia melancólica.

Charis detuvo su caballo y desmontó de un salto; soltó las riendas, se acercó a la estructura y posó la mano sobre la áspera superficie.

—Me gusta imaginar que esto es un cenotafio —indicó la joven al cabo de un momento—, que en este lugar, hace muchísimo tiempo, tuvo lugar un gran acontecimiento o un suceso trágico. —Sus ojos se movieron hacia donde es­taba Taliesm, que permanecía apoyado en el pomo de su silla y la contemplaba—. No me desengañéis aunque se­páis su verdadero sentido.

—Sin duda —replicó Taliesin, deslizándose al suelo— que el mundo consiste en sucesos magníficos y trágicos. Al­gunos son observados y recordados, pero otros se desa­rrollan fuera de la vista de la humanidad y permanecen ignorados para siempre. Pero, decidme, ¿qué es lo que imagináis que ocurrió aquí? —Avanzó hacia ella.

Charis acercó la oreja a la piedra y cerró los ojos.

—Chisst —susurró—. Escuchad.

Taliesin oyó los sonidos de un bosque en plena activi­dad a su alrededor: el zumbido de insectos, los trinos de los pájaros y el susurro de las hojas agitadas por la brisa. Contempló a la mujer que tenía ante él, fascinado por su imagen. Era rubia

como un soleado día de verano, con unos ojos tan profundos, claros y cambiantes como el mar; delgada y regia, cada uno de sus movimientos estaba lle­no de gracia. Llevaba una sencilla prenda de color blanco con una faja verde y dorada rodeándole la cintura, pero semejaba la vestimenta de una diosa. Jamás había visto a una mujer más hermosa, ni más seductora; el solo hecho de contemplarla se rodeaba de misterio. Advirtió que sería capaz de dar su vida alegremente por seguir ante su presencia y como estaba ahora, aunque supiera que nun­ca desvelaría el misterio.

—¿Qué es lo que oís? —preguntó Taliesin.

Ella abrió los ojos y respondió con franqueza:

—Hubo una mujer —empezó a pasear alrededor de la piedra y continuó— que vino a este lugar desde un reino allende los mares. Su vida resultaba dura, ya que era una tierra cruel, y no podía evitar recordar todo lo que había dejado atrás. Anhelaba regresar a su hogar, al otro lado del mar, pero éste había quedado destruido por un

gran torbellino de fuego y no podía realizar su deseo. Empezó a sentirse sola, y para aliviar su espíritu cabalgaba por las colinas, en busca de algo que no sabía bien en qué consistía.

»Un día encontró a un hombre; lo oyó cantar aquí, en este bosque. Su canción le capturó el corazón con la mis­ma facilidad con que un cazador atrapa un ave con un lazo de seda. Ella lucho por liberarse, pero no pudo, puesto que la atracción era demasiado fuerte.

»Hubiera podido ser feliz con aquel hombre y hubiera dado todo lo que poseía para permanecer junto a él; sin embargo, no era posible.

—¿Por qué no?

—Porque pertenecían a razas diferentes —explicó Charis con tristeza, y Taliesin percibió en su voz la resigna­ción de alguien abandonado a su destino—. Además, la mujer pertenecía a una casa noble cuya dinastía se remon­taba a los mismos dioses.

—¿Y el hombre? ¿Su linaje no era también noble?

—En efecto... —respondió ella y se apartó de él de nue­vo. Se movía despacio alrededor de la estructura, palpan­do la fría superficie de las piedras verticales con las ma­nos, como si resiguiese símbolos grabados allí en épocas lejanas, destruidos ahora por el viento y el tiempo.

—¿Entonces?

—Pero su gente era tosca y salvaje, a semejanza de su tierra. Constituían una raza guerrera entregada a la vio­lencia y las pasiones. Representaban la cara opuesta de la moneda.

 

Foto de Henri Robin y un espectro tomada por Eugène Thiébault en 1863.

No hay comentarios: