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Michel Houellebecq
Las partículas elementales 200
»Me quedé en la clínica un poco más de seis meses;mi padre fue a verme varias
veces;tenía un aspecto cada vezmás benévolo ycansado.Yo estaba tan atiborrado
de neurolépticos que no sentía el menor deseo sexual;pero de vezen cuando las
enfermeras me cogían en brazos.Me apretaba contra ellas yme quedaba quieto
uno o dos minutos;luego volvía a tumbarme.Eso me sentaba tan bien que el
psiquiatra jefe les había aconsejado que aceptaran si no tenían mayores
inconvenientes.Sospechaba que Azoulayno se lo había contado todo;pero tenía
muchos casos más graves, esquizofrénicos ypacientes con delirios peligrosos, y
poco tiempo para ocuparse de mí;yo tenía un médico de cabecera;para él eso era
lo fundamental.
»Ya no era cuestión de seguir en la enseñanza, claro, pero a principios de 1991 el
Ministerio de Educación me colocóen la comisión de programas de francés.Perdía
las horas lectivas ylas vacaciones escolares, pero el sueldo se mantenía.Poco
después me divorcié de Anne.Nos pusimos de acuerdo en una fórmula típica para
la pensión alimenticia yla custodia alternada;de todos modos los abogados no te
dejan elección, es casi un contrato tipo.Éramos los primeros de la cola, el juezleía a
toda velocidad, ytodo el divorcio durómenos de un cuarto de hora.Salimos juntos
a la escalinata del Palacio de Justicia, era un poco más de mediodía.Estábamos a
principios de marzo, yo acababa de cumplir treinta ycinco años;sabía que la
primera parte de mi vida había terminado.
Bruno se interrumpió.Ya era completamente de noche;ni él ni Christiane se habían
vestido.Él alzóla mirada hacia ella.Ella hizo entonces algo sorprendente: se acercó,
le pasólos brazos en torno al cuello yle besóen ambas mejillas.
—Los años siguientes fueron parecidos —continuóBruno en vozbaja—.Me hice un
implante de pelo;salióbien, el cirujano era amigo de mi padre.Seguí yendo al
Gymnase Club.En vacaciones probé con Nouvelles Frontières, otra vezel Club
Méditerranée yotros clubs de vacaciones.Tuve algunas aventuras, bueno, muy
pocas;en conjunto, las mujeres de mi edad no tienen muchas ganas de follar.Claro
que fingen lo contrario, yes cierto que a veces les gustaría volver a sentir una
emoción, una pasión, un deseo;pero yo no estaba en condiciones de provocar nada
de eso.Nunca había conocido a una mujer como tú.
Ni siquiera creía que una mujer como túpudiera existir.
—Hace falta...—dijo ella con vozun poco alterada—, hace falta un poco de
generosidad, hace falta que alguien dé el primer paso.De haber sido yo esa
magrebí, no sé cómo habría reaccionado.Pero estoysegura de que en ti ya había
algo conmovedor.Creo, bueno, me parece que habría accedido a complacerte.—
Se tumbóde nuevo, puso la cabeza entre los muslos de Bruno, le lamióun poco el
glande—.Me gustaría comer algo...—dijo de pronto—.Son las dos de la
madrugada, pero en París es posible, ¿no?
—Claro.
—¿Te la chupo ahora o prefieres que te haga una paja en el taxi?
—No, ahora.
VLADIMIR NABOKOV 200
El timbre dejó de sonar. En su lugar se oyeron una serie de golpes vigorosos,
producidos, al parecer, por el pomo de un bastón romo.
Nikolai se dirigió resuelto hacia la puerta. Pero antes de alcanzarla su madre le
agarró por los hombros, tratando con toda su fuerza de hacerle retroceder, sin dejar
de suspirar:
—No te atreverás, no te atreverás. ¡Por amor de Dios!
El timbre volvió a sonar, breve y airado.
—Es asunto tuyo —dijo Nikolai riéndose, y metiendo las manos en los bolsillos, se
puso a pasear a lo largo de la habitación. Esto es una pesadilla, pensaba, mientras
reía para sus adentros.
El timbre había dejado de sonar. Todo estaba silencioso. Aparentemente, quien
llamaba se había cansado de hacerlo y se había ido. Nikolai se acercó a la mesa,
contempló la espléndida tarta con su brillante azúcar glaseado y sus veinticinco
velas festivas y las dos copas de vino. Al lado, como si quisiera ocultarse en la
sombra que proyectaba la botella, había una pequeña caja de cartón blanco. La
cogió y la abrió. Contenía una pitillera de plata completamente nueva y bastante
vulgar.
—Así que era esto —dijo Nikolai.
Su madre, que estaba medio reclinada en el sillón con el rostro detrás de un cojín,
estaba deshecha en lágrimas. En años anteriores la había visto llorar con frecuencia,
pero entonces lloraba de una forma muy diferente: sentada a la mesa, por ejemplo,
se ponía a llorar pero sin esconder la cara, y se sonaba la nariz con ruido sin dejar de
hablar y de hablar y de hablar; sin embargo ahora, lloraba de una forma tan infantil
como una niña pequeña, estaba allí tumbada con tal abandono... y había algo
tremendamente atractivo en la curva de su espalda y en la forma en que su pie, en
su zapatilla de terciopelo, rozaba el suelo... Se podría incluso pensar que era una
joven, rubia, llorando... Y su pañuelo todo arrugado estaba abandonado en la
alfombra, tal y como debía ser en una escena de ese tipo..
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