Desde el punto de vista ruso, Crimea formó parte de su país hasta 1954. Hace exactamente 60 años, el 27 de febrero de 1954, Nikita Jruschov regaló la península como si tal cosa a Ucrania (después de 15 minutos de debate en el Presidio Supremo), en teoría para conmemorar el 300 aniversario del tratado de 1654 que unió Ucrania y Rusia.
En aquellos tiempos, la era de "la fraternidad de los pueblos", dentro de la URRS no existían fronteras reales entre las repúblicas soviéticas, cuyos territorios estaban diseñados en gran parte con arreglo a criterios artificiales e incluso arbitrarios.
Pero la caída del imperio soviético revivió los sentimientos nacionales. Los rusos de Ucrania sintieron que se habían quedado huérfanos con la ruptura de los lazos que unían el país a Moscú, y se aferraron a Crimea como símbolo de su resentimiento nacional.
Crimea tiene una importancia vital para los rusos. Según las crónicas medievales, fue en Jersonesos -la antigua ciudad colonial griega en la costa suroccidental de Crimea, junto a Sebastopol- donde en 988 recibió el bautismo Vladimir, el Gran Príncipe de Kiev, un hecho que supuso la llegada del cristianismo a la Rus de Kiev, el reino del que Rusia heredó su identidad religiosa y nacional.
Después de que los turcos y las tribus tártaras gobernaran Crimea durante 500 años, los rusos se anexionaron la península en 1783. Se convirtió en la frontera que separaba a Rusia del mundo musulmán, la división religiosa sobre la que creció el imperio ruso. A Catalina la Grande le gustaba emplear su nombre griego, Táuride, más que el tártaro, Crimea (Krym)
http://internacional.elpais.com/internacional/2014/03/02/actualidad/1393775746_283748.html
PAULINE MELVILLE LA MIGRACION DE LOS ESPIRITUS. 130
El Vellocino De Oro
Robert Graves 130
Cícico sonrió y siguió adelante. Invitó a Jasón a que se recostara
junto a la mesa con patas doradas, frente a él y Clite. Cuando Jasón estuvo bien instalado, con almohadones de pluma bajo su cabeza, una manta con ricos bordados sobre sus rodillas, y una jarra de fragante vino de Lesbos al alcance de su mano, Cícico le instó a que le revelase confidencialmente el objeto de su viaje. Pero Jasón no estaba dispuesto a hacerlo. Lo único que le dijo fue que los dioses les habían animado, a él y a sus compañeros, a aventuras en el mar Negro.
Cícico respondió cortésmente:
-¿Ah sí? ¿Y qué parte de aquel enorme e inhóspito mar recomendaron los dioses como merecedora de vuestro interés? ¿Acaso visitaréis Crimea, donde viven los taurios salvajes, a quienes les encantan los sacrificios humanos y quienes adornan las empalizadas de sus ciudades con cabezas humanas? ¿O quizás Hércules os lleva a visitar a sus viejas enemigas, las amazonas? ¿O es vuestra meta el territorio de Olbe, que se encuentra en la desembocadura del río Bug, donde se produce la mejor miel del mundo?
Jasón, para eludir todas estas preguntas, aprovechó que se mencionase la miel y llamó a Butes para que tomase parte en la conversación, comunicándole lo que le había dicho Cícico sobre el producto de Olbe. Butes le pidió a Cícico toda clase de información sobre el color, el perfume, el gusto y la viscosidad de esta miel, y aunque Cícico sólo le dio vagas respuestas, no se ofendió en absoluto sino que se puso a charlar largo y tendido sobre el comportamiento de las abejas.-¿Has observado, Majestad -le preguntó-, que las abejas nunca liban el néctar de las flores rojas?
Son animales que dan vida, por eso evitan el color de la muerte.
Luego, como estaba un poco bebido, Butes empezó a hablar de forma mordaz sobre el patrocinio del dios Apolo a la abeja, que anteriormente había sido servidora de la diosa de Creta.
-¡El que en un tiempo fue un demonio-ratón! Los ratones son los enemigos naturales de las abejas.
Durante el invierno invaden la colmena y roban la miel, ¡ladrones descarados! El año pasado me alegré muchísimo cuando descubrí un ratón muerto en una de mis colmenas. Las abejas lo habían picado hasta matarlo y luego lo habían embalsamado con cola de abeja, dejándolo muy bonito, para evitar el hedor a muerte.
VLADIMIR NABOKOV CUENTOS 130
De inmediato se dio cuenta de que era primavera. Las rocas negras, mojadas
todavía con la lluvia reciente, brillaban todas; la luz del sol hervía en el torrente de la montaña; el aire estaba impregnado de caza salvaje. Y el dragón, olfateando con
todas sus fuerzas, empezó su descenso hacia el valle. Su estómago satinado, blanco
como los lirios, casi rozaba el suelo, unas manchas carmesí destacaban en sus
flancos verdes, y las duras escamas se fundían, en su espalda, en una sierra de
dientes de fuego, una cresta de rojizas grupas dobles que disminuían de tamaño al
llegar a la cola flexible, poderosa y siempre en movimiento. Su cabeza era suave y
verdosa; de su labio inferior, lleno de verrugas, colgaban burbujas de moco
llameantes y sus gigantescas patas cubiertas de escamas, dejaban a su paso huellas
profundas, concavidades en forma de estrella.
Lo primero que vio al descender al valle fue un tren que viajaba a lo largo de las
laderas rocosas. La primera reacción del dragón fue de placer, porque confundió al
tren con un pariente con el que podía jugar. No sólo eso, pensó que bajo aquella
concha dura y brillante tenía que haber, con toda seguridad, una carne muy tierna.
Así que se dispuso a seguirlo, con sus pies abofeteando el suelo con un ruido
húmedo y seco, pero, justo cuando estaba a punto de engullir al último vagón, el
tren se metió en un túnel. El dragón se detuvo, introdujo la cabeza en la guarida
negra en la que se había perdido su presa, pero no consiguió meterse allí dentro. Se
despachó con un par de estornudos tórridos que lanzó en aquellas profundidades y
luego sacó la cabeza, se sentó en los flancos traseros y se dispuso a esperar —quién
sabe, a lo mejor volvía a salir corriendo de aquel agujero. Después de aguardar
durante algún tiempo sacudió la cabeza y emprendió la marcha. Justo en aquel
momento un tren salió a toda velocidad de la guarida negra, emitió un furtivo
relámpago de fulgor en el cristal de sus ventanas, y desapareció tras una curva. El
dragón volvió la vista herido y, alzando la cola como una pluma, reanudó su viaje.
Caía la noche. La niebla flotaba sobre los campos de hierba. La bestia gigante,
grande como una montaña de verdad, fue vista por algunos campesinos que
regresaban a sus casas, y que quedaron petrificados de asombro. Un cochecillo que
pasaba deprisa por la carretera vio cómo le explotaban las cuatro llantas de puro
miedo, dio una vuelta de campana y acabó en una zanja. Pero el dragón seguía
caminando, sin darse cuenta de nada; desde lejos le llegaba el aroma cálido de la
masa de humanos concentrados, y hacia allí dirigía sus pasos.
SUTRA DEL LOTO 130
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