ROBERT GRAVES LA HIJA DE HOMERO 208
Sería prudente permitir que tus pretendientes comieran nuestro cerdo y bebieran nuestro vino un tiempo más, en lugar de permitir que esos incivilizados siquelios saquearan e incendiaran nuestro palacio… Como difícilmente habrás hecho caso omiso de esta posibilidad, se entiende que tienes algún otro plan.
¿En quién confías? Tiene que ser un noble de valor y experiencia, un hombre entre los hombres. Tú
no eres más que una mujer, Nausícaa, y Clitóneo es apenas un joven. Y mi pobre y anciano padre
está con un pie en la tumba. En rigor, ya le estoy tejiendo en secreto la mortaja, pues no espero que
sobreviva más allá del próximo invierno. Si hubiese alguien más para defendernos, tendría que
presentarse mucho antes de eso. Y hete ahí sentada, con una expresión de excitación reprimida, casi
como si mi querido Laodamante hubiese reaparecido de pronto. Mas eso, ¡ay!, no puede ser. En
vano trató Euriclea de ocultarme la verdad; ahora sé que ha sido asesinado. Sé también que ardes en
ansiedad de vengarlo, y también a nuestro querido Méntor. Y sé una cosa más, pues aunque paso
aquí los días tejiendo e hilando, todavía conservo el pleno uso de mis cinco sentidos: que por
primera vez en tu vida te has enamorado, a pesar de tu juramento de no aceptar a ninguno de los
pretendientes que han invadido nuestra casa. Por lo tanto, como eres una muchacha de principios,
que no se deja tentar por locuras ni monta en dos caballos al mismo tiempo, mi conclusión es que el
hombre que amas, el hombre que se ha comprometido a poner en práctica tu otro plan, no es nadie
que yo conozca. ¿Es posible que pronto tengas la bondad de presentarme a ese valiente extranjero?
Es inútil ocultarle secretos a mi madre; su meñique oracular se lo dice todo.
—Muy bien, madre —dije—, espera su visita mañana. Como sabes, nunca podría casarme
con un hombre a quien tú desaprobaras.
Me lanzó una mirada escudriñadora.
—¿Pero puede proporcionar una dote que satisfaga a tu padre?
Sostuve su mirada.
—Sí, madre. Aunque es un mendigo, me dará una dote: la salvación de nuestra casa.
Un breve momento de duda. ¿Estaría yo enamorada de un jefe de bandidos sicanios, o de
alguien igualmente repudiable? Pero pronto recobró su confianza en mí, y respondió con rapidez:
—Eso quizá resulte suficiente, siempre que sea de noble cuna.
Miseno, el trompetero de Eneas, desafió a Tritón en un concurso de trompeta. El dios lo arrojó al mar por su arrogancia, donde se ahogó.
VLADIMIR NABOKOV 208
Cuentos completos
Anton Petrovich entró al salón. Decidió que dormiría allí. El dormitorio,
evidentemente, era tabú. Encendió la luz, se tumbó en el sofá, y se tapó con el
abrigo. Por alguna razón, algo le molestaba en la muñeca izquierda. Claro, el reloj.
Se lo quitó, le dio cuerda, mientras pensaba, qué extraordinario, cómo mantiene el
decoro este hombre, incluso se acuerda de darle cuerda al reloj. Y, como todavía
estaba borracho, de inmediato empezaron a acunarle unas olas enormes y rítmicas,
en vaivén, arriba y abajo, y arriba y abajo hasta que empezó a marearse mucho. Se
enderezó... el gran cenicero de cobre... deprisa... Sus entrañas le dieron tal tirón que
un dolor agudo le atravesó el vientre... y todo aquello cayó fuera del cenicero. Se
quedó dormido inmediatamente. Uno de sus pies, con su zapato negro y polaina
gris colgaba fuera del sofá, y la luz (que se había olvidado de apagar) concedía a su
frente sudorosa un brillo de palidez.
JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS 208
Los cambios
del lenguaje borran los sentidos laterales y los matices; la
página "perfecta" es la que consta de esos delicados valores y la
que con facilidad mayor se desgasta. Inversamente, la página que
tiene vocación de inmortalidad puede atravesar el fuego de las
erratas, de las versiones aproximativas, de las distraídas lecturas,
de las incomprensiones, sin dejar el alma en la prueba. No se
puede inpunemente variar (así lo afirman quienes restablecen
su texto) ninguna línea de las fabricadas por Góngora; pero el
Quijote gana postumas batallas contra sus traductores y sobrevive
a toda descuidada versión. Heine, que nunca lo escuchó en español,
lo pudo celebrar para siempre. Más vivo es el fantasma alemán
o escandinavo o indostánico del Quijote que los ansiosos artificios
verbales del estilista.
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