VLADIMIR NABOKOV LA DEFENSA
Lo que con
mayor claridad tenía ante sus ojos era el siguiente recuerdo (un
tanto retocado por su imaginación de escritor): una sala
brillantemente iluminada, dos hileras de mesas, tableros de ajedrez
sobre las mesas, una persona sentada ante cada mesa y, a sus
espaldas, los espectadores que se agolpan y estiran el cuello.
Después entrar de prisa, sin mirar a nadie, un muchachito vestido
como el zarevitz, con un elegante traje blanco de marinero. Se
detiene ante cada tablero y hace una rápida jugada, o bien medita un
instante inclinada la cabeza de rizada melena de color castaño
dorado. Un observador que no supiera nada sobre el ajedrez simultáneo
se sentiría de lo más perplejo al ver a aquellos hombres maduros,
vestidos de negro, sentados gravemente ante tableros cubiertos por
numerosas figuritas mientras un ágil chico vestido con elegancia,
cuya presencia en aquel lugar es inexplicable, camina veloz de mesa
en mesa en medio de un extraño y tenso silencio; es el único ser
viviente que se mueve entre aquella gente petrificada.
El escritor
Luzhin no advirtió el carácter estilizado de su recuerdo. Tampoco
cayó en la cuenta de que había dotado a su hijo de rasgos más
propios de un prodigio de la música que del ajedrez, y el resultado
era a la vez morboso y angelical: ojos misteriosamente velados,
cabello rizado y transparente palidez. Pero se encontraba ante
ciertas dificultades: aquella imagen de su hijo, despojada de toda
materia extraña y llevada hasta los límites de la ternura, tenía
que redondearse con alguna clase de hábitos. De algo
estaba seguro: no dejaría que el chico creciera, no le transformaría
en la persona taciturna que algunas veces le visitaba en Berlín,
respondía a sus preguntas con monosílabos, permanecía sentada con
los ojos entrecerrados y después se marchaba tras dejar un sobre con
dinero en el alféizar de la ventana.
—Morirá
joven —dijo en voz alta, paseándose intranquilo por la habitación
alrededor de la máquina de escribir, cuyas teclas le observaban con
pupilas de luz reflejada—. Sí, morirá joven; su muerte será
lógica y muy conmovedora. Morirá en la cama, mientras juega su
última partida.
Tanto le
impresionó aquella visión, que lamentó la imposibilidad de
comenzar a escribir el libro por el final. Pero ¿por
qué tenía que ser imposible? Podría intentar... Comenzó a ordenar
su pensamiento desde atrás, desde la tan conmovedora muerte hasta el
vago origen de su héroe, pero luego lo pensó mejor y se sentó ante
su escritorio para reflexionar de nuevo.
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