martes, octubre 14, 2014

OJOS.







VLADIMIR NABOKOV  LA DEFENSA  

Lo que con mayor claridad tenía ante sus ojos era el siguiente recuerdo (un tanto retocado por su imaginación de escritor): una sala brillantemente iluminada, dos hileras de mesas, tableros de ajedrez sobre las mesas, una persona sentada ante cada mesa y, a sus espaldas, los espectadores que se agolpan y estiran el cuello. Después entrar de prisa, sin mirar a nadie, un muchachito vestido como el zarevitz, con un elegante traje blanco de marinero. Se detiene ante cada tablero y hace una rápida jugada, o bien medita un instante inclinada la cabeza de rizada melena de color castaño dorado. Un observador que no supiera nada sobre el ajedrez simultáneo se sentiría de lo más perplejo al ver a aquellos hombres maduros, vestidos de negro, sentados gravemente ante tableros cubiertos por numerosas figuritas mientras un ágil chico vestido con elegancia, cuya presencia en aquel lugar es inexplicable, camina veloz de mesa en mesa en medio de un extraño y tenso silencio; es el único ser viviente que se mueve entre aquella gente petrificada.
El escritor Luzhin no advirtió el carácter estilizado de su recuerdo. Tampoco cayó en la cuenta de que había dotado a su hijo de rasgos más propios de un prodigio de la música que del ajedrez, y el resultado era a la vez morboso y angelical: ojos misteriosamente velados, cabello rizado y transparente palidez. Pero se encontraba ante ciertas dificultades: aquella imagen de su hijo, despojada de toda materia extraña y llevada hasta los límites de la ternura, tenía que redondearse con alguna clase de hábitos. De algo estaba seguro: no dejaría que el chico creciera, no le transformaría en la persona taciturna que algunas veces le visitaba en Berlín, respondía a sus preguntas con monosílabos, permanecía sentada con los ojos entrecerrados y después se marchaba tras dejar un sobre con dinero en el alféizar de la ventana.
Morirá joven —dijo en voz alta, paseándose intranquilo por la habitación alrededor de la máquina de escribir, cuyas teclas le observaban con pupilas de luz reflejada—. Sí, morirá joven; su muerte será lógica y muy conmovedora. Morirá en la cama, mientras juega su última partida.
Tanto le impresionó aquella visión, que lamentó la imposibilidad de comenzar a escribir el libro por el final. Pero ¿por qué tenía que ser imposible? Podría intentar... Comenzó a ordenar su pensamiento desde atrás, desde la tan conmovedora muerte hasta el vago origen de su héroe, pero luego lo pensó mejor y se sentó ante su escritorio para reflexionar de nuevo.





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