sábado, diciembre 30, 2006

511-negro

GEORGES CONCHON EL ESTADO SALVAJE pag. 511

Patrice es médico-explicó Laurence con el tono satisfecho,encantado,infantil,enamorado que hubiera podido adoptar para decir:"!Fíjate en lo poco negro que es!.
Ya ha visto-dijo Doumbé-.!Ha querido que usted supiera que no soy un negro ordinario!
!Ah!¿Se ha dado cuenta?
No soy un águila-dijo Avit-,pero....
!Oh!Tal vez no haya necesidad de ser un negro para....(1)
!No, no!--interrumpió Avit-.!He dicho un águila!
!Ooooooh!-exclamó Doumbé.Y empezó a reirse de su confusión con una naturalidad y una franqueza que despertaban simpatia.
Algún dia descubriremos que toda la pureza de nuestro idioma se ha retirado a África.

(1)Juego de palabras intraducible,basado en la similitud de pronunciación que existe entre un aigle(un aguila) y un négre(un negro).

J.M.COETZEE DESGRACIA pag.511-271=240

La obra sigue su curso.Han llegado al momento en que a Melanie se le engancha la escoba en el cable.Un destello,una explosión de magnesio, y la súbita precipitación del escenario en la negrura.!Por Dios bendito,si será patosa la chiquilla!exclama el peluquero.
Hay una veintena de filas entre Melanie y él,pero él espera que en ese instante,salvando la distancia,ella pueda olfatearlo,oler sus pensamientos.
Algo le da un leve golpe en la cabeza y lo devuelve a este mundo.Instantes más tarde otro objeto pasa de largo y golpea el respaldo del asiento que tiene delante:una bola de papel amasada con saliva,del tamaño de una canica.La tercera le alcanza en el cuello.Él es la diana,de eso no cabe duda.

PAUL AUSTER LA INVENCIÓN DE LA SOLEDAD pag.511-244=267-244=23

En el armario de su dormitorio habia encontrado cientos de fotografias,algunas dentro de sobres de papel Manila,otras pegadas a las páginas arrugadas y negras de álbumes y otras más sueltas,desparramadas por los cajones.Por la forma en que las guardaba,deduje que nunca las miraba,y que probablemente incluso habria olvidado que estaban allí.Un álbum muy grande,encuadernado en piel fina y con unas letras doradas grabadas en la cubierta decia: y estaba completamente vacio.Alguien,sin duda mi madre ,habia encargado el álbum,pero nadie se habia tomado la molestia de llenarlo.

YASUNARI KAWABATA KIOTO pag.511

Chieko me regaló varios libros con reproducciones de Klee.
¿Y quien es Klee?-Se dice que es uno de los más destacados pintores del arte abstracto.
Estos cuadros son elegantes,dignos y llenos de fantasia.Expresan fielmente el espiritu del viejo Japon.Solia contemplarlos en el monasterio.
Muchas gracias¿Sabe?Hoy se habla en seguida de "creaciones"y"sensualidad",y la gente ve los colores según las modas occidentales.
Como si nosotros los japoneses,no hubiéramos conocido desde los más remotos tiempos de la Corte,colores de indescriptible belleza.
Cierto.Sin ir más lejos,los diferentes negros.

FRANZ KAFKA AMÉRICA pag.511-221=290-221=69

O sea que en America también hay casas viejas.
La sorprendente oscuridad que habia al otro lado de la ventana se explicaba por la copa de un árbol que se mecia en todo su espesor.Dentro de la habitación,donde todavia no habia penetrado la luz de la luna,no podia distinguirse casi nada.Karl sintió no haber llevado la linterna
eléctrica,que le habia regalado su tio.Un pájaro sorprendido parecia abrirse paso a través del ramaje del viejo árbol.El silbido de un tren suburbano neoyorquino sonó en alguna parte de la campiña.Todo lo demas estaba sumido en el silencio.

SALMAN RUSHDI VERSOS SATANICOS pag.511

Ella siempre tuvo cierta reputación de bruja, una bruja que podía hacerte enfermar si no te inclinabas al paso de su litera, una ocultista que poseía el poder de convertir a los hombres en serpientes del desierto cuando se cansaba de ellos y luego los agarraba por la cola y se los hacía guisar con piel para la cena. Ahora que había llegado a los sesenta años, la leyenda de su nigromancia era reavivada por su extraordinaria y antinatural facultad de no envejecer. Mientras a su alrededor todo decaía y se marchitaba, mientras los miembros de las antiguas bandas de sharks se convertían en hombres maduros que se dedicaban a jugar a cartas y a dados por las esquinas, mientras las viejas brujas de los nudos y las contorsionistas se morían de hambre por los barrancos, mientras crecía una generación cuyo conservadurismo y ciega adoración del mundo material nacía de su conocimiento de la probabilidad del desempleo y la penuria, mientras la gran ciudad perdía su sentido de identidad y hasta el culto a los muertos se abandonaba, con gran alivio de los camellos de Jahilia, cuya aversión a ser desjarretados sobre las tumbas humanas es comprensible..., en suma, mientras Jahilia decaía, Hind permanecía tersa, con un cuerpo tan firme como el de una muchacha, el pelo tan negro como las plumas del cuervo, unos ojos brillantes como cuchillos, un porte altivo y una voz que no admitía oposición. Hind, no Simbel, era quien ahora gobernaba la ciudad; o así lo creía ella, indiscutiblemente

ANTONIO GALA LOS INVITADOS AL JARDIN pag.511-404=107
Recuerdo cómo mi lengua
recorría cada parte de tu lengua y cómo
nuestros cuerpos se fundían en abrazos.
Déjame volar a tu lado.
Sólo tu recuerdo me alimenta.
Quiero volver a fundirme con tu cuerpo
y a soñar con mi ángel negro.

Estos poemas aparecían escritos en el reverso de varias invitaciones para una exposición de Juan de Arellano (1614-1676). En su anverso se representaba un cuadro barroco de flores y arquitectura.

El tercer poema se llamaba «Al despertar»:

Hoy me he levantado pensando en ti.
Lo hago todos los días
desde que te conocí.
El sabor de tus labios, el tacto de tu pelo
y tu piel suave son como
recuerdos de algo sagrado
que necesito conservar.
No sé dónde estás ahora,
qué haces o a quién has conocido.
Tampoco sé si mi pasión te cansa y te asusta,
si mis llamadas te separan de mí.
Por eso me contengo y no
puedo decirte todo lo que te quiero

SUSAN SONTAG ESTUCHE DE MUERTE pag.511-392=119

Diddy inspecciona el cuarto de Hester, como si fuera a servirle de recurso mnemónico. Estancia de memoria, conjunto de lugares al que Diddy podrá regresar imaginariamente dentro de cierto tiempo, para extraer de cada cosa la impresión que en ella ha depositado. Pero la habitación, impersonal, sin carácter, se resiste a desempeñar ese papel.
Todos los muebles y enseres del hospital se reúnen en un solo color. Las paredes son de un blanco mate, como los visillos de muselina. La cómoda de madera también tiene un matiz blanco lechoso, al igual que la cama de hierro. Sobre las blancas sábanas de rigor hay una manta blanca. La mesilla de metal blanco tiene un tablero de fórmica blanca, y es muy leve el contraste que ofrece la brillante porcelana blanca de la lámpara con el opaco blanco de la pantalla de plástico. Las dos sillas (¿no se le permiten más que dos visitantes a cada enfermo?) están forradas de cuero imitación, blanco rugoso. Si Diddy no tuviera la certeza de lo contrario, habría supuesto que los oftalmólogos consideran el blanco menos perjudicial para la vista que los demás colores.
La caja de bombones, violeta y oro; la bata amarilla extendida a los pies de la cama, las sandalias de cuero color nuez y las flores de Diddy son las únicas cosas que desentonan del blanco absoluto de la habitación.
—Me gustan tus flores —dice Hester, como si le estuviera adivinando el pensamiento—. Cuando te di las gracias antes, no me creíste, ¿verdad? Y sé por qué. Porque estaba mi tía. Pero deberías haberme creído. No soy ceremoniosa. Cuando digo algo, es porque lo siento.
Radiante sonrisa. Y Diddy ve por fin lo que tanto quería haber visto. Una nueva cara, delicada y viviente.

W.G SEBALD LOS ANILLOS DE SATURNO pag.511-247=264-247=17

Recuerdo claramente cómo mi propia conciencia estuvo cubierta de semejantes velos nebulosos cuando, después de la operación que se me practicó a últimas horas de la tarde, yacía de nuevo en mi habitación del octavo piso del hospital. Bajo la influencia prodigiosa de los sedantes girando en mi interior, me sentía en mi cama de barrotes de hierro como un viajero en globo, deslizándose, ingrávido, a través de las montañas de nubes que se amontonan a su alrededor. De vez en cuando se separaban las telas ondeantes, y miraba hacia las anchuras de tonos índigos y sobre el abismo donde yo, inextricable y negro, presentía la tierra. Arriba, sin embargo, en la cúpula celeste, las estrellas, diminutos puntos dorados, estaban diseminadas en el yermo. A través del vacío fragoroso penetraban en mi oído las voces de las dos enfermeras que me tomaban el pulso y a veces me humedecían los labios con una pequeña esponja rosácea, sujeta a una varilla que me recordaba los caramelos con forma de dado de miel turca que antes se podían comprar en la feria anual. Los seres que pululaban a mi alrededor se llamaban Katy y Lizzie, y creo que pocas veces he sido tan feliz como aquella noche bajo su custodia. No entendía ni una palabra de los asuntos cotidianos de los que hablaban entre ellas. Solamente oía subir y bajar los tonos, sonidos naturales como los que articulan las gargantas de los pájaros, un sonido acabado a flauta y campanillas, entre música de ángeles y canto de sirenas. Lo único que se me ha quedado en la memoria de todo lo que Katy dijo a Lizzie y Lizzie a Katy es un fragmento extremadamente singular.

MARY RENAULT EL REY DEBE MORIR pag.511-453=58
s, poco antes del amanecer, la muchacha me despertó al irse. Yo había soñA oscuraado; y, al despertar, recordé mi sueño. Había visto el santuario hiperbóreo, grandes grúas y máquinas recortadas contra un cielo gris, enormes rocas que subían y reyes haciendo peso sobre las palancas. Y se me ocurrió una idea, una idea enviada directamente por el dios.
Me puse en pie y salí al patio del leñador del palacio. Apenas se vislumbraba el amanecer; ni siquiera se habían levantado aún los esclavos y sólo en los campos iban despertándose los hombres. La oscuridad era aún tal que me resultaba difícil encontrar lo que necesitaba; pero tenía que llevarlo conmigo, porque nadie puede tocar con una herramienta los robles de Zeus. Di con un leño corto y grueso, y con otros dos más largos, cuyos extremos recorté en forma de cuña. Los até y, echándomelos torpemente al hombro —porque no estaba habituado a llevar cargas—, fui al robledal. El cielo estaba rojizo cuando trepé por el desfiladero; al llegar al bosquecillo, vi la laja del altar esmaltada de fulgores, como la vestimenta del arpista. Dejé caer en el suelo mi carga y recé a Apolo.
—¡Apolo Peán —le dije—, Apolo previsor! Si ofendo a algún dios haciendo esto, envíame un presagio. Miré hacia lo alto. El azul había aparecido en el cielo; y vi cómo, en las alturas, un águila describía círculos





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