viernes, enero 11, 2008

EL LIBRO DEL CORDERO


CAPITULO V------------------------LA RATA----------------------------pag.221

(1) ¡Trscrsrr! Un ruido de pedregullo. Espera.

Párate.

Miró abajo atentamente dentro de una

cripta de piedra. Algún animal. Espera. Ahí va.

Un obeso ratón gris salió gateando a lo

largo de la cripta removiendo el pedregullo. Un

veterano: bisabuelo: conoce las vueltas. El gris

viviente se aplastó bajo el plinto, retorciéndose.

Buen escondite para un tesoro.

¿Quién vive allí'? Yacen los restos de

Roberto Emery. Roberto Emery fue enterrado

aquí a la luz de las antorchas, no fue así? Lo

hizo a su modo. Ya desapareció la cola.

Uno de estos tíos terminaría pronto con

un tipo. Roería hasta dejar los huesos limpios

quienquiera que fuese. Carne corriente para

ellos. Un cadáver es carne echada a perder.

Bueno, ¿y qué es el queso? Cadáver de la leche.

Leí en esos Viajes en la China que los chinos

dicen que un hombre blanco huele como un

cadáver. Mejor la cremación. Los sacerdotes


están completamente en contra. Trabajan para

otra firma. Quemadores al por mayor y

negociantes de hornos holandeses. Tiempos de

peste. Las fosas de fiebre de cal viva para

devorarlos. Cámara letal. Cenizas a las cenizas.

O enterrado en el mar. ¿Dónde está esa torre del

silencio de los guebros? Comido por los pájaros.

Tierra, fuego, agua. Dicen que lo más agradable

es ahogarse. Se ve toda la vida en un relámpago.

Pero ser devuelto a la vida ya es otra cosa. No

puede enterrárselos en el aire, sin embargo.

Desde una máquina voladora. ¿Se corre la voz

cuando cae uno nuevo? Comunicación

subterránea. Aprendimos eso de ellos. No me

sorprendería. Un verdadero banquete para ellos.

Las moscas vienen antes de que esté muerto del

todo. Les llegó la brisa de Dignam. No les

importaría el olor. Papilla blanca como sal,

desmoronándose, de cadáver; huele, tiene gusto

a nabos blancos crudos.

(2) Yo estaba terriblemente cansado; pero, sin darme cuenta de lo que había alterado el curso de mis pensamientos, dejé de sentir aversión por la labor que me imponían. Inexplicablemente me sentía lleno de interés... de excitación. Quizá hubiera algo en la extravagante conducta de Legrand, algo de premonición o de seguridad, que me impresionaba. Cavé tesoneramente y más de una vez me sorprendí pensando —con algo que tenía mucho de esperanza— en el tesoro imaginario cuya visión había enloquecido a mi infortunado compañero. En el momento en que esas fantasías me dominaban con mayor violencia, y cuando llevábamos más de una hora trabajando, los violentos ladridos del perro volvieron a interrumpirnos. La primera vez su conducta había nacido de un caprichoso deseo de jugar, pero ahora advertimos en sus ladridos un tono de profunda inquietud. Cuando Júpiter trató de embozalarlo nuevamente opuso una furiosa resistencia y, saltando al agujero, cavó frenéticamente la tierra con sus patas. Segundos más tarde ponía en descubierto una masa de huesos humanos que formaban dos esqueletos completos, entre los cuales se advertían varios botones metálicos y aparentes restos de lana podrida. Uno o dos golpes de pala sacaron a la superficie un ancho cuchillo español; seguimos cavando y descubrimos tres o cuatro monedas de oro y de plata.

(3) —Esto no es más que el canto introductorio, ¿qué es la Crónica de las tinieblas? —le pregunto

dejando de deambular por la habitación.

Me explica que esta obra es una recopilación de cantos funerarios que eran cantados en los

entierros, durante tres días y tres noches, antes de enterrar el féretro. Pero no se podían cantar a la

ligera en otras circunstancias. Una vez cantados, se volvía tabú seguir cantándolos más. No había

tomado nota más que de una pequeña parte de ellos, sin imaginar que el viejo maestro de canto

caería enfermo y desaparecería.

—¿Por qué no tomó nota de todos en su momento?

—El anciano se encontraba muy enfermo. Estaba postrado en una pequeña cama cubierto de

mantas —explica como si hubiera cometido un error. Ha recobrado su aire de gran humildad.

—¿No existe nadie más que pueda cantar estos cantos en las montañas?

—Queda aún gente que conoce el comienzo, pero nadie ya que los cante por entero.

También conoce a un viejo maestro que posee un arca metálica llena de colecciones de cantos,

entre los que figura la Crónica de las tinieblas. En la época en que se inventariaban los libros

antiguos, esta Crónica de las tinieblas fue considerada como un ejemplo típico de superstición

reaccionaria. El anciano había enterrado el arca. Al desenterrarla varios meses después, vio que los

libros se habían enmohecido. Los puso a secar en su patio, pero alguien le denunció. Enviaron a un

agente de policía para obligarle a entregárselo todo a los oficiales. Y poco después, falleció.

—¿Dónde se venera aún a las almas? ¿Dónde pueden encontrarse aún cantos que la gente

escuche con extrema atención, sentada en calma e incluso prosternada hacia el sol? ¡Ya no se

venera lo que es debido, ya no se veneran más que cosas extrañas! ¡Qué nación sin alma! ¡Una

nación que ha perdido su alma!

(4) Durante los meses siguientes, el personal de La Cortina se entregó a su nueva tarea con

creciente fervor. «Ayesha», la prostituta de quince años, era la favorita del público de pago,

como su homónima lo era de Mahound, y, al igual que la Ayesha que vivía recatadamente

recluida en el harén de la gran mezquita de Yathrib, esta Ayesha jahiliana empezó a

envanecerse de su condición de Preferida. Le molestaba que alguna de sus «hermanas» tuviera

más clientes o recibieran propinas generosas. La más vieja y más gorda de las prostitutas, que

había adoptado el nombre de «Sawdah», relataba a sus visitantes —y los tenía en abundancia,

porque muchos de los hombres de Jahilia la elegían por su aire maternal y agradecido— cómo

Mahound se había casado con ella y con Ayesha el mismo día, cuando Ayesha era todavía una

niña. «En nosotras dos encontró las dos mitades de su primera esposa difunta: la niña y también

la madre», les decía. La prostituta «Hafsah» se volvió tan irascible como su tocaya, y cuando

las doce se impusieron de sus papeles, las alianzas que se formaban dentro del burdel reflejaban

las banderías políticas de la mezquita de Yathrib: «Ayesha» y «Hafsah», por ejemplo,

mantenían pequeñas y constantes rivalidades con las dos prostitutas más presumidas, a las que

sus compañeras siempre consideraron un poco relamidas, y que eligieron para sí las identidades

más aristocráticas, convirtiéndose en «Umm Salamah la makhzumita» y, la más repelente de

todas, «Ramlah», cuya homónima, la undécima esposa de Mahound, era hija de Abu Simbel y

Hind. Y había también una «Zainab bint Jahsh», y una «Juwairiyah», que llevaba el nombre de

la esposa capturada en una expedición militar, y una «Rehana la Judía», una «Safia» y una

«Maimunah», y la más erótica de todas las prostitutas, que sabía trucos que no quería enseñar a

la rival «Ayesha»: la hechicera egipcia «Mary la Copta». La más extraña de todas era la

prostituta que adoptó el nombre de «Zainab bint Khuzaimah» sabiendo que esta esposa de

Mahound había muerto recientemente. La necrofilia de sus amantes, que le prohibían hacer

cualquier movimiento, era uno de los más malsanos aspectos del nuevo régimen de La Cortina.

Pero el negocio es el negocio, y éste era también un poderoso imperativo para las cortesanas.

(5)
Después de ponderar la belleza y fertilidad de Cólquide, donde crecía todo lo bueno sin necesidad de siembra ni arado, y de felicitar a Eetes por la armonía que reinaba entre sus súbditos, que eran tan diversos, Jasón de pronto descubrió el esqueleto de Frixo que Autólico había sacado del cuero de caballo dentro del cual colgaba del álamo; estaba tan deteriorado que se deshacía. Eetes reconoció el esqueleto por la dentadura (porque Frixo tenía los dientes separados) y lloró por él. Los huesos presentaban un aspecto miserable, pues estaban cubiertos de un moho verde y blanco. ntonces Jasón, asegurándose de que lo oyera Eetes, le ordenó a Autólico que lo transportase con

prudencia al Argo y los escondiese en la arqueta que había debajo del asiento del timonel, que tenía un doble fondo. Autólico se los llevó, aunque no al Argo; primero fue a las habitaciones de Neera, donde ella y sus hermanos los rascaron y pulieron con devoción; él mismo se ocupó de articularlos, perforando cada uno de los huesos con un punzón y uniéndolo al hueso correspondiente mediante una tira de cuero. Después de engastar las cuencas de los ojos con turquesas, Autólico se los llevó a las habitaciones de Ideesas, que, tal como esperaba, estaban vacías. Pues se había organizado una distracción parecida a la del palacio del rey Fineo: toda la servidumbre del palacio y del séquito de Ideesas se encontraba en el patio delantero escuchando a Orfeo que tocaba una alegre giga. Allí estaban ahora, galvanizados, rodeando con deleite y asombro la caseta de colores chillones en la que Periclimeno hacía unas demostraciones de magia. Además de todas las hazañas que había realizado en presencia de los argonautas cuando acababan de entrar en el mar Negro, realizó otras todavía más extraordinarias. Se tragó una espada de dos mangas, y por si fuera poco, una jabalina larga con dos cabezas, con la punta hacia abajo, y al poco rato las evacuó por detrás. También puso un pato de madera en una vasija llena de agua pura, luego le dirigió unas palabras al agua y ésta empezó a agitarse de tal modo que arrojó al pato fuera de la vasija; y al querer coger el pato, a éste le salieron plumas y echo a volar lanzando graznidos.

(6) "El dinero me persigue hasta en la mazmorra"-pensó Kyo.Conforme a las leyendas,la abyección del guardian no le parecía plenamente real;y,al mismo tiempo,le parecía una inmunda fatalidad,como si el poder hubiese bastado para cambiar a todo un hombre en una bestia.Aquellos seres obscuros que bullían detrás de los barrotes,inquietantes,como los crustáceos y los insectos colosales de los sueños de su infancia,no eran más hombres que los otros.Soledad y humillación totales."cuidado"-pensó,porque ya se sentía más débil.Le pareció que,si no hubiese sido dueño de su muerte,habría vuelto a encontrar allí el espanto.Abrió la hebilla de su cinturón y trasladó el cianuro a su bolsillo.

(7) Aparte de la pérdida del alma y la condenación eterna,nadie podría ver desorden,ni crimen,ni mal alguno en este mundo perecedero,donde todo debe arreglarse y ajustarse aspirando al mundo divino.Reconoced pues Dalevuelta,hijo mio,que los actos más reprensibles en opinión de los hombres pueden conducir a buen fin,y no tratéis de conciliar la justicia humana con la de Dios,la única verdadera ,no en nuestro sentir,sino por principio.

(1) James Joyce Ulises Pag.221

(2)E.A.Poe Cuentos

(3) Gao Xingjian La montaña del alma

(4) Salman Rushdie Versos Satánicos

(5) R.Graves El vellocino de oro

(6)A.Malraux La condición humana

(7) A.France El figón de la reina patoja


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