LIBROS ENCUADERNADOS
EN PIEL HUMANA
HOLBROOK J A C K S ON
Traducción de NvRiA VILLAGRASA VALDIVIESO
MUCHOS amantes del arte ligatorio son tan perversos que sólo les complace
lo que normalmente es inaccesible para los demás. Si está de
moda la piel de becerro o la de marroquín, todos quieren la de foca o la de
tiburón; prefieren las pieles de pitones y cobras frente a la popularidad de las
de cordero o cerdo; y la belleza marfil de la vitela pierde su simplicidad
rnediante extraños tintes. Algunos intentan poseer al menos un libro encuadernado
en piel humana, que exaltan desmedidamente por encima del resto.
Este gusto no es apto para estómagos delicados, pero proporciona un placer
extraño —y, para algunos, impuro— a aquellos a los que satisfacen las
•deas atípicas y las experiencias curiosas y exóticas. Recientes estudios de
psicología sitúan este gusto entre las aberraciones de la mente, y algunos,
como Bloch, lo consideran fetichismo sexual. Por ejemplo, el pecho femenino
es «un fetiche psicológico natural para el sexo masculino», pero aparte
de esta atracción normal «existe una singular variedad de fetichistas del
pecho que emplean el pecho separado del cuerpo para la encuademación de
libros»'; y cita a Witkowski: «Existen algunos bibliomaniacos y erotómanos
•íue poseen libros encuadernados en piel de mujer que toman de la zona del
pecho de modo que el pezón forma una hinchazón característica en la
cubierta»^. Hay quien duda de la existencia de estas encuademaciones y les
resta importancia a estas leyendas, igual que a las anécdotas de pescadores,
las historias de marineros o los cuentos de las ancianas. Confieso que estas
historias no parecen creíbles, pero varios observadores de confianza han
documentado bien la existencia de libros encuadernados en piel humana.
Pero antes de exponer mis datos, permitan que me ocupe de la leyenda:
oscurezcamos la verdad.
En todas las épocas de intensa agitación, como guerras, revoluciones,
hambrunas y epidemias, los rumores desempeñan un papel fundamental en
la distribución de noticias, como bien sabemos los que vivimos los peligros
y ansiedades de la Primera Guerra Mundial. En aquellos días fireron muchos
los que creyeron que durante el trágico otoño de 1914 se transportaron
grandes ejércitos de rusos desde el puerto de Arcángel en Rusia hasta el
norte de Escocia, y desde allí por tren hasta el sur de Inglaterra para embarcarse
hacia Francia, con el fin de ayudar a nuestras apuradas tropas, que por
entonces caían ante los alemanes en lo que parecía una retirada irrecuperable.
Posteriormente se documentó que cuando nuestras tropas se encontraban
en Mons recibieron la protección especial de huestes de ángeles que
fiíeron vistas por muchos de nuestros soldados; y más tarde aún —lo que se
aproxima más a nuestro tema— apareció en los periódicos la noticia de que,
debido a la escasez de grasas y aceites, los alemanes habían organizado una
gran fábrica en la que transformaban los cuerpos de los alemanes y enemigos
muertos en esos materiales esenciales para la vida. Estas leyendas suelen circular
en tiempos de tribulación y están tan cuidadosamente tejidas en la tela
de todos los documentos que resulta imposible dilucidar dónde empieza la
Historia y termina la leyenda. Algunas autoridades en la materia sostendrán
que hay poca diferencia entre una y otra.
El hecho de que la piel humana se haya curtido en épocas modernas y
remotas está bien documentado en la actualidad. Esta piel resulta dócil para
el proceso de curtido igual que el cuero de cualquier otro animal, pero presenta
claras diferencias de calidad entre una piel y otra, siendo algunas
burdas y ásperas al tacto y otras suaves y lustrosas; y algunos de mis atentos
lectores se sorprenderán al saber que los cueros difieren en grosor entre 4,2 y
3,5 milímetros'. El curtido aumenta el grosor y transforma una piel dura en
un cuero suave y de grano fino. Aparentemente, expone Davenport^, parece
de becerro, pero resulta difícil desprender el pelo completamente. Otra auto-
ridad en la materia sostiene que se parece más a la de oveja con una textura
firme y cerrada, suave al tacto y susceptible de un lustre fino. Otro afirma
que es porosa como la de un cerdo. Puedo apoyar esta opinión a partir de mi
propia observación de un trozo de cuero humano curtido en Londres hace
unos treinta años y que actualmente se encuentra en posesión del señor
Zaehnsdorf. Esta muestra recuerda a una suave piel de cerdo. Tiene casi
3,2 milímetros de grosor, pero Edwin Zaehnsdorf sostiene que el grano se
asemeja más a la piel de marroquín que a la de cerdo. Para obtener un cuero
utilizable, la piel humana «debe saturarse varios días en una solución ftierte
de alumbre, vitriolo romano y sal común, secarse a la sombra y curtirse
siguiendo el procedimiento habitual»'.
La primera referencia que he encontrado sobre el curtido de piel
humana es una leyenda de Marsias, quien imprudentemente retó a Apolo en
un concurso musical y, al perder, pagó la pena acordada de sufrir que le
desollaran vivo. Algunos dicen que su piel se guardó en forma de vejiga o
pelota, o como otros creen, de botella: «Me pueden despellejar vivo», dijo
Ctesipo, «pero sólo si mi piel no acaba, como la de Marsias, en una botella
de cuero, sino en un trozo de virtud» . Una diligente leyenda de la época de
la Revolución Francesa cuenta cómo se enviaban los cadáveres de los aristócratas
a una curtiduría de Meudon, donde sus pieles se convertían en cuero
y se utilizaban para encuadernar libros, además de para otros fines. Uno de
los relatos más memorables trata de unos pantalones que se hicieron para un
francés cuya criada había sido ejecutada por robo. Este ingenioso moralista
nunca se cansó de denunciar a la chica y, después de cada diatriba, se golpeaba
el trasero con gran satisfacción murmurando: «Pero aquí está la muy
picara, ¡aquí está!».
En 1684 Sir Robert Viner, el leal concejal de Londres, donó a la biblioteca
Bodley «una piel humana curtida, junto con un esqueleto humano y el
cuerpo disecado de un negro»^. William Harvey se presentó en el Colegio de
Médicos con una piel humana curtida y también hay muestras en la Universidad
de Basilea y en el Museo Fisiológico del Liceo de Versalles. En la
Exposición del Centenario de América se exhibió una baraja de cartas de piel
humana. Villon, en su obra sobre la industria de la piel, recoge que en el
siglo XVIII se usaban pieles de indigentes para fabricar zapatos de niños en
Tewkesbury, Massachusetts; pero que se abandonó esta costumbre por una
ley que penaba con cinco años de prisión el comercio de piel humana. Pero
la historia de la piel más romántica corresponde al general Jan Ziska de
Bohemia, que «quiso que se hiciera un tambor con su piel cuando muriera,
porque creía que el mero sonido de éste haría huir a sus enemigos»^, tal y
como conseguía su fama mientras vivía.
Así pues, una vez comprobado que las pieles humanas se han curtido y
que pueden ser utilizadas, no resulta difícil ampliar su uso a otros fines
y, teniendo en cuenta, como dicen los abogados, la estrecha relación que se
da entre libros y hombres, el comportamiento humano, etcétera, me parece
lógica —aunque macabra— la aplicación de este tipo de cuero en los libros.
El desarrollo de esta práctica se vio impulsado en Francia por circunstancias
económicas, así como de temperamento. El arte de encuadernar «desapareció
durante la tempestad revolucionaria», dijo uno', «y los libros se encuadernaban
en piel humana»; y otra autoridad'" apunta que «un resultado de
los horrores de la Revolución Francesa fue este macabro humor de encuadernar
libros con la piel de seres humanos»; y todo el mundo recuerda el
comentario de Carlyle que se cita en Dr. Claudius: «Los nobles franceses se
reían de las teorías de Rousseau, pero sus pieles sirvieron para encuadernar la
segunda edición de su libro»". Podría enumerar muchas más citas de este
tipo, pero son suficientes, ya que no pueden contrastarse con pruebas y
muchas autoridades de fiar —entre las que se incluye Sansón, el verdugo del
Estado, en su Diario—, lo han desmentido. Por lo tanto, si la historia perdura,
debemos llegar a la conclusión de que la mayoría de la gente prefiere la
leyenda a la Historia: creen lo que prefieren creer.
De libros encuadernados en piel humana podemos encontrar muchos
ejemplos en colecciones tanto públicas como privadas. En el Museo Carnavalet
de París, Cyril Davenport'^ vio un ejemplar de la Constitución de 1793
encuadernado en la piel de un revolucionario; Dibdin menciona un ejemplar
de la biblioteca del famoso coleccionista Dr. Askew, pero se olvida de
nombrar el libro; otro historiador afirma que en Marlborough House hay un
libro encuadernado en la piel de Mary Putnam, una bruja de Yorkshire''.
Percy Fitzgerald tiene varios ejemplos: el del acta del juicio y ejecución de
Corder, que había asesinado a María Martín en el Red Barn, encuadernado
en la piel del asesino, curtida con ese propósito por un cirujano de Bury St.
Edmunds. También cuenta la historia de los sonetos de un poeta ruso encuadernados
en la piel de su propia pierna, que había sido amputada tras un
accidente de caza, «para su presentación ante la dama de su corazón»; y
finalmente comenta cómo un librero de St. Michael's HíU, Bristol, le enseñó
a un coleccionista varios volúmenes que la Biblioteca de Derecho de Bristol
le había enviado para arreglar. «Todos estaban encuadernados en piel
humana, especialmente curtida para la ocasión, procedente de inculpados
locales, desollados tras la ejecución»"'*. En los diarios de los hermanos Goncourt
se hace referencia a «un virtuoso inglés que encuadernaba sus libros
con piel humana»'^
Pero no sólo a nuestros compatriotas les gusta. El astrónomo ñ^ancés
Camille Flammarion felicitó en una ocasión a una bella condesa por el
encanto de la piel de sus hermosos hombros. Cuando ella falleció, dispuso
que curtieran la piel de sus hombros y espalda y se la enviaran a Flammarion
en recuerdo de la admiración que sintió por su dueña. El astrónomo empleó
una parte para encuadernar uno de sus libros más famosos, Cielo y tierra.
Otro relato afirma que hace unos años un funcionario de la Escuela de
Medicina de París hizo curtir la piel de Campi, un asesino ejecutado, y la usó
para encuadernar los documentos de su autopsia' . André Leroy protegió
unos pequeños trozos de la piel del poeta Delille con los que hizo unas
incrustaciones en la suntuosa encuademación de un ejemplar de las Geórgicas.
Otros autores franceses, como Alfred de Musset, han manifestado su
preferencia por este tipo de cuero, y no dudo de que en muchos países pueda
rastrearse el gusto por las encuademaciones en piel humana; pero como no
estoy escribiendo un tratado sobre este tema, terminaré con el último ejemplo
que he podido hallar. En 1891 un doctor encargó a Zaehnsdorf encuadernar
un ejemplar de Dance ofDeath de Holbein en la piel de una mujer. La piel
que he mencionado se curtió en Sv^^eeting, en la avenida Shaftesbury, y los
artífices que encuadernaron y doraron las letras en el volumen siguen vivos'^.
El pelo humano se usó apropiadamente para la cabezada del libro, en lugar
de la seda. No se sabe dónde se encuentra actualmente ese volumen, pero se
cree que en América.
No hay comentarios:
Publicar un comentario