VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 752-675=77
Se acordó de cómo Jackie había aparecido desde debajo de la mesa y había
empezado a saludarle con tiernos movimientos de cabeza un tanto misteriosos. Le
parecía que todos los objetos del cuarto la observaban con expectación. Se quedó
helada, como atravesada por una corriente de miedo. Abandonó el cuarto de estar
rápidamente, conteniendo un grito absurdo. Se serenó y pensó: «Qué tonta soy, de
verdad...». En el baño se tomó su tiempo y se detuvo en examinar cuidadosamente
las pupilas relucientes de sus ojos. Su rostro menudo, enmarcado en una pelusa de
oro, le resultó extraño.
Se sentía ligera como una jovencita, cubierta tan sólo con un camisón de encaje y,
tratando de no tropezar con los muebles, entró en el dormitorio a oscuras. Extendió
los brazos para localizar el cabecero de la cama y tenderse en el borde de la misma.
Sabía que no estaba sola, que su marido estaba tumbado a su lado. Durante unos
momentos se quedó inmóvil con la mirada perdida en el techo, sintiendo el latir
violento y escondido de su corazón.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, acuchillada por los rayos de luna
que atravesaban la cortina de gasa, volvió la cabeza hacia su marido. Estaba
tumbado dándole la espalda, envuelto en la manta. Sólo distinguía su coronilla toda
calva, que parecía extraordinariamente lisa, brillante y también blanca en el charco
de la luna.
No está dormido, pensó con cierto cariño. Si lo estuviera ya habría empezado a
roncar, siquiera un poco.Sonrió y entonces se deslizó hacia su marido con todo su cuerpo, extendiendo los
brazos bajo las sábanas dispuesta al abrazo de rigor. Sus dedos tocaron unas
costillas suaves. Su rodilla chocó contra un hueso liso. Una calavera, con las cuencas
negras de los ojos rotando sin parar, cayó desde la almohada hasta sus hombros.
La luz eléctrica inundó la habitación. El profesor, todavía vestido con su esmoquin,
con su pechera almidonada, y brillantes sus ojos y su enorme frente, surgió desde
detrás de un biombo y se acercó a la cama.
En un revoltijo, la manta y las sábanas se deslizaron hasta la alfombra. Su mujer
yacía muerta, abrazada al esqueleto blanco de un jorobado, montado a toda prisa,
que el profesor había adquirido en el extranjero para el museo de la universidad.
Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA 752-707=45
— Si yo, por malos de mis pecados o por mi buena suerte, me encuentro
por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros
andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o,
finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado,
y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora y diga con voz
humilde, y rendido: «Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la
ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe
alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase
ante vuestra merced para que la vuestra grandeza disponga de mi a su
talante?»
Edgar Allan Poe
Obras en español 752-542=210
"Cuando aquella cosa se acercó lo suficiente, la distinguimos con toda claridad. Su
largo era igual al de tres árboles de los más altos, y era tan ancho como la gran sala de
audiencias de tu palacio, ¡oh el más sublime y generoso de los califas! Su cuerpo, diferente
del de los peces comunes, era tan sólido como una roca y de un negro azabache en toda la
porción que sobresalía del agua, a excepción de una angosta raya roja que lo circundaba por
completo. El vientre, que sólo podíamos ver por momentos, cuando el monstruo subía y
bajaba entre las olas, estaba enteramente cubierto con escamas metálicas de un color
como el de la luna con niebla. El lomo era chato y casi blanco, y salían de él seis espinas,
aproximadamente tan largas como la mitad de su cuerpo.
"Esa horrible criatura no tenía una boca que pudiéramos percibir, pero, como para
compensar esta deficiencia, estaba provista de, al menos, cuatro veintenas de ojos que
sobresalían de sus órbitas como los de una luciérnaga verde y que estaban ubicados
alrededor del cuerpo en dos hileras, una arriba de la otra, y paralelas a la franja roja, que
parecía hacer las veces de ceja. Dos o tres de estos temibles ojos eran mucho más grandes
que los otros y parecían hechos de oro macizo.
OBRAS COMPLETAS – FRANZ KAFKA 752
LA CONSTRUCCIÓN
Busco un buen escondrijo y acecho la puerta de mi casa –esta vez desde afuera–
durante días y noches. Se dirá que es estúpido pero a mí me proporciona
una indecible alegría y me tranquiliza. Es como si no estuviera delante
de mi casa, sino delante de mí mismo, mientras duermo, como si
tuviese la dicha de poder a un tiempo dormir profundamente y vigilarme
en forma estricta. Hasta cierto punto no tan sólo me caracteriza la
capacidad de ver los fantasmas nocturnos durante la confiada inocencia
del sueño, sino también la de enfrentarlos en la realidad, con la plena
fuerza de la vigilia y la serenidad del juicio. Y encuentro que mi situación
no es tan desesperada como creía a menudo y como probablemente
volverá a parecerme cuando descienda a mi casa.
Graves, Robert El Vellocino de Oro 363*3=1089-752=337
Cuando Atalanta se dio cuenta de que estaba encinta, consintió en casarse con Melas, sin saber que
él había sido el principal causante de la muerte de Meleagro; y el hijo que tuvo, a quien puso por
nombre Partenopeo, se lo atribuyó a Melas. Pero cuando se enteró, a través de Altea, de lo ocurrido,
se negó a cohabitar con él, y lo único que obtuvo Melas de este matrimonio fue su odio y su
desprecio. Algunos dicen que Melas derrotó a Atalanta en una carrera pedestre, al dejar caer unas
manzanas de oro para que ella las recogiera y que, de este modo, consiguió que fuera su esposa;
pero esta versión se debe a una mala interpretación de un antiguo fresco de los juegos fúnebres de
Pelias que se encontraba en el palacio de Yolco. En él puede verse a Atalanta, agachada en el suelo,
en el momento de ganar el concurso de salto; y cerca de ella, Hércules está sentado en una silla,
presidiendo los juegos, con las doradas naranjas que han caído del cesto a sus pies, y Atalanta
parece estar recogiendo una de ellas; y un poco más adelante está dibujada la carrera pedestre en la
que Ificlo el focense llegó primero y Melas el último; todos los corredores, menos Melas, han desaparecido del fresco, porque se ha abierto una nueva puerta en aquel trozo de pared y parece que
Melas haya derrotado a Atalanta en la carrera. Y dejemos ya a estos celosos amantes
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