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VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 253
El dueño del bar siempre le llamaba «Herr Professor». «¿Y cómo está hoy Herr
Professor?», preguntaba, acercándose, y el hombre se quedaba meditabundo unos
segundos y luego, con aquel labio húmedo con el que chupaba estirado la pipa
como si fuera la trompa de un elefante cuando come, le contestaba siempre unas
palabras ni divertidas ni corteses. El tabernero le replicaba enérgico, lo cual
provocaba grandes raptos de risa en los jugadores de la mesa contigua,
aparentemente absortos en su juego.
Aquel hombre llevaba un inmenso temo gris en el que destacaba la exageración del
chaleco, y cuando el reloj de cuco daba las horas sacaba un pesado reloj de plata
pomposamente y se lo quedaba mirando de reojo allí quieto en la palma de la
mano, bizqueando un tanto a causa del humo. A las once en punto vaciaba la pipa,
pagaba su ron y, después de darle la mano flaccidamente a quienquiera que
estuviera dispuesto a ello, se marchaba en silencio.
Caminaba de forma algo rara, con una ligera cojera. Las piernas parecían
demasiado delgadas para la corpulencia de su cuerpo.
Las baladas del ajo MO YAN 253
Convencido de que no podría caminar erguido, clavó las rodillas en el suelo para ir gateando a cuatro patas hasta casa, como si fuera un perro. Sería un largo y penoso viaje; la
cabeza se caía por su propio peso y sentía como si se fuera a desprender
del cuerpo y a caer rodando en el arroyo. Las espinas se le clavaban en las manos y tenía la sensación de que
le habían acribillado la espalda con dardos envenenados.
Después de superar la pendiente del arroyo, se incorporó. El dolor
punzante que sentía en la espalda era tan intenso que se giró para mirar
atrás y vio a Camisa de Cuadros dirigiéndose hacia la puerta con un
cubo de agua y un estropajo para limpiar la sangre del cartel. El vendedor
ambulante de melones que había en la cuneta daba la espalda a Gao Ma,
quien todavía no se había quitado de la cabeza la imagen de los ojos
fosforescentes del anciano. Aunque se encontraba muy mareado, podía
distinguir el grito del vendedor: «Melones... melones mollares...».
Aquel sonido apuñalaba su corazón Sólo quería ir a casa y tumbarse tranquilamente en su kang, como un
hombre que está muerto a ojos del mundo.
La vida y la muerte me
están desgastando MO YAN 253
Hong Taiyue miró el interior de la pocilga. De un salto me puse de pie
sobre mis patas traseras, sin ser consciente de que los únicos cerdos que eran
capaces de adoptar esa postura eran los que adiestraban en el circo. A mí me
parecía algo perfectamente natural. Coloqué las patas delanteras levantadas
sobre la pared, de forma que mi cabeza se situó justo por debajo de la barbilla
de Hong Taiyue, que dio un paso hacia atrás, sorprendido, y miró a su
alrededor. Después de asegurarse de que estábamos solos, dijo en voz baja a
Ximen Bai:
—No es culpa tuya. Aislaré a este rey de los cerdos y asignaré a alguien
para que lo alimente.
—Eso es lo que le he sugerido al presidente Huang, pero ha dicho que
quería esperar a que regresaras...
—Cualquier retrasado mental debería ser capaz de decidir algo tan trivial
—protestó.
—Lo hace por el respeto que todos te tienen —dijo Ximen Bai, que le
miró antes de bajar la cabeza y murmurar—: Eres un revolucionario veterano
que siente gran preocupación por el pueblo y lo trata de manera justa...
—Ya basta de charla —dijo Hong Taiyue haciendo un movimiento con la
mano mientras miraba el rostro sonrojado de Ximen Bai—. ¿Todavía vives en
aquella cabaña del cementerio? Creo que será mejor que te traslades al
almacén. Puedes ir a vivir con Huang Huzhu y con ellos.
JAMES JOYCE
ULISES 253
El cádaver hinchado de un perro se
apoyaba sobre fucos flotantes. Delante de él, la
regala de un bote, hundida en la arena. Un
coche ensablé. Así llamaba Luis Veuillot a la
prosa de Gautier. Estas arenas pesadas son el
lenguaje que el viento y la marea han infiltrado
aquí. Y allí los montones de piedra de
constructores muertos, un vívero de comadrejas.
Esconder otro allí. ¿Por qué no? Tú tienes.
Arenas y piedras. Pesados del pasado. Juguetes
de sir Lout. Cuidado, no vayas a recibir un golpe
sobre la oreja
El Vellocino De Oro
Robert Graves 253
Una grulla pasó volando con un pez en el pico, pero lo dejó caer en el fango del río, cerca del
campamento de los argonautas, emitiendo un grito agudo de dolor y luego un sonido como si
hablara atropelladamente.
Jasón le preguntó a Mopso:
-Mopso, ¿qué dice la grulla?
Mopso respondió:
-Dice: «¡Qué lástima, qué lástima cortado en pedacitos cortado en pedacitos -jamás podrán volverse
a juntar!» Pero lo que no sé es si el pájaro de Artemisa está hablando de sus propias penas o nos
está profetizando a nosotros.
Linceo dijo:
-Si éstas son realmente las palabras de la grulla, no pueden referirse al pez que cayó al río, pues
aunque esté muerto, no está cortado en pedacitos. En mi opinión, el pájaro abrió el pico para dejar
caer al pez y poderse dirigir a nosotros; y, por lo tanto, las palabras son proféticas.
-Esperemos en silencio sagrado a que aparezca otra señal -dijo Mopso-. Que nadie se mueva hasta
que aparezca.
Esperaron en silencio y al poco tiempo pasó junto a la ribera un gran banco de peces parecidos a la
sardina, que se acercaron al lugar donde estaba sentada Medea, y menearon sus colas en el agua
para hacerse notar. Esto era evidentemente la señal esperada, pero nadie pudo interpretarla
claramente, aunque Atalanta recordó que en Tesalia la sardina está consagrada a Artemisa, como en
Delos lo está la grulla, y creía que la diosa le enviaba a Medea algún mensaje de protección
La condición humana: André Malraux 253
Los representantes examinaban cuidadosamente el balance, que conocían de antemano y que ya
no les enseñaba nada: todos esperaban que el ministro hablase.
–No es solamente de interés del Estado –dijo éste–, sino también del de los establecimientos, que
el crédito no sea perjudicado. La caída de organismos tan importantes como el Banco Industrial de
China y el Consorcio no puede ser más que enojosa para todos..
Hablaba con indolencia, apoyado en el respaldo de su sillón con la mirada perdida, golpeando
con el extremo del lápiz la carpeta colocada delante de él. Los representantes esperaban que su
actitud se hiciese más precisa.
–¿Quiere usted permitirme, señor ministro –dijo el representante del Banco de Francia–, que le
someta una opinión un tanto diferente? Sólo he venido aquí para representar a un establecimiento de
crédito, y, por tanto, para ser imparcial. Durante algunos meses, los cracs hacen disminuir los
depósitos: eso es verdad; pero desde hace seis meses, las sumas retiradas vuelven a entrar, de un
modo automático, y, precisamente, en los principales establecimientos, que presentan las mayores
garantías. Quizá la caída del Consorcio, lejos de ser perjudicial a los establecimientos que
representan esos señores, les fuese, por el contrario, favorable...
–Exceptuando que siempre es imprudente jugar con el crédito: quince quiebras de los bancos de
provincias no serían provechosas a los establecimientos; no lo serían más que en razón de las
medidas políticas a que dieran lugar
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