JAMES JOYCE
ULISES 1148
Reina de los ángeles, reina de los
patriarcas, reina de los profetas, de todos los
santos, rezaban, reina del santísimo rosario y
entonces el padre Conroy alcanzaba el incensario al canónigo O'Hanlon y él ponía el
incienso e incensaba al Santísimo Sacramento y
Cissy Caffrey agarró a los dos mellizos y estaba
ardiendo por darles un buen tirón de orejas,
pero no lo hizo porque pensó que él podría estar
mirando, pero ella nunca estuvo tan equivocada
en toda su vida porque Gerty podía ver sin
mirar que no le había sacado los ojos de encima
a ella, y el canónigo O'Hanlon devolvió el
incensario al padre Conroy y se arrodilló con los
ojos puestos en el Santísimo Sacramento y el
coro empezó a cantar Tantum ergo y ella
balanceó el pie hacia adentro y hacia afuera a
compás a medida que la música se elevaba y
descendía al Tantumer gosa cramen tum.
Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA 1148
¿Quién podrá decir que esta señora que está a mí lado es la gran reina
que todos sabemos, y que yo soy aquel caballero de la Triste Figura que anda
por ahí en boca de la fama? Ahora no hay que dudar sino que esta arte y ejercicio
excede a todas aquellas y aquellos que los hombres inventaron, y tanto
más se ha de tener en estima, cuanto a más peligros está sujeto. Quítenseme
delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas; que les diré, y
sean quien se fueren, que no saben lo que dicen. Porque la razón que los tales
suelen decir y a lo que ellos más se atienen es que los trabajos del espíritu exceden a los del cuerpo, y que las armas sólo con el cuerpo se ejercitan, como si
fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester más de buenas
fuerzas, o como si en esto que llamamos armas los que las profesamos no
se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos mucho
entendimiento, o como si no trabajase el ánimo del guerrero que tiene a su
cargo un ejército o la defensa de una ciudad sitiada, así con el espíritu como
con el cuerpo. Si no, véase si se alcanza con las fuerzas corporales, a saber y
conjeturar el intento del enemigo, los disignios, las estratagemas, las dificultades,
el prevenir los daños que se temen; que todas estas cosas son acciones del
entendimiento, en quien no tiene parte alguna el cuerpo.
—Siendo, pues, ansí, que las armas requieren espíritu como las letras, veamos
ahora cuál de los dos espíritus, el del letrado o el del guerrero, trabaja
más.
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 678*2=1350-1148=202
Berg era fornido, poderoso, siempre bien afeitado y
le gustaba compararse con un ángel atlético. Una vez le mostró a Anton Petrovich
un viejo cuaderno negro. Las páginas estaban todas cubiertas de cruces, había
exactamente quinientas veintitrés. «La guerra civil en Crimea, un recuerdo», dijo
Berg con una leve sonrisa, y añadió fríamente: «Ni qUe decir tiene que sólo he
contado a los rojos que maté en el acto, de un solo tiro». El hecho de que Berg fuera
un ex oficial de caballería y de que hubiera luchado a las órdenes del general
Denikin provocaba la envidia de Anton Petrovich y no podía soportar que Berg
empezara a contar, delante de Tanya, sus incursiones de reconocimiento y sus
cargas nocturnas. Anton Petrovich, por su parte, era un ser más bien gordo,
paticorto y portaba un monóculo que, en sus ratos libres, es decir, cuando no estaba colocado en el ojo, colgaba de una estrecha cinta negra y, cuando Anton Petrovich
se acomodaba tepantigado en una butaca, el monóculo brillaba ridículo como un
ojo descabalado sobre su estómago. Un furúnculo que le habían extirpado dos años
antes le había dejado una cicatriz en la mejilla derecha. La cicatriz, así como su
bigote recortado y tosco y su gran nariz rusa, se crispaban cuando intentaba
colocarse el monóculo en su posición. «Deja de hacer muecas», le decía entonces
Berg, «por mucho que te esfuerces, no vas a lograr ponerte más feo de lo que
estás».
JORGE LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS 1148
LA RECOLETA
Convencidos de caducidad
por tantas nobles certidumbres del polvo,
nos demoramos y bajamos la voz
entre las lentas filas de panteones,
cuya retórica de sombra y de mármol
promete o prefigura la deseable
dignidad de haber muerto.
Bellos son los sepulcros,
el desnudo latín y las trabadas fechas fatales,
la conjunción del mármol y de la flor
y las plazuelas con frescura de patio
y los muchos ayeres de la historia
hoy detenida y única.
Equivocamos esa paz con la muerte
y creemos anhelar nuestro fin
y anhelamos el sueño y la indiferencia.
Vibrante en las espadas y en la pasión
y dormida en la hiedra,
sólo la vida existe.
El espacio y el tiempo son formas suyas,
son instrumentos mágicos del alma,
y cuando ésta se apague,
se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte,
como al cesar la luz
caduca el simulacro de los espejos que ya la tarde fue apagando.
Sombra benigna de los árboles,
viento con pájaros que sobre las ramas ondea,
alma que se dispersa en otras almas,
fuera un milagro que alguna vez dejarían de ser,
milagro incomprensible,
aunque su imaginaria repetición
infame con horror nuestros días.
Estas cosas pensé en la Recoleta,
en el lugar de mi ceniza.
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