VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 38
Sentado en su cama, Kern escuchaba maravillado. Se imaginó una escena
pintoresca: Isabel con una guitarra y un inmenso gran danés mirándola con ojos
beatíficos. Apoyó el oído contra la pared helada. De nuevo el ladrido, la guitarra
que sonaba como si le hubieran propinado un capirotazo y luego empezó a oírse un
susurro ondulante como si un gran viento se arremolinara allí mismo, en el cuarto de
al lado. El susurro se fue convirtiendo en un silbido y de nuevo la noche se llenó de silencio. Finalmente se oyó un golpe de la ventana contra el marco: Isabel la había
cerrado.
Una chica incansable, pensó —el perro, la guitarra, las corrientes heladas.
Ahora todo estaba en silencio. Probablemente, Isabel, tras haber expulsado todos
aquellos ruidos de su cuarto, se había ido a la cama y ahora ya dormía.
—¡Maldita sea! No entiendo nada. No tengo ni la más mínima pista. ¡Maldita sea!
¡Maldita! —se lamentaba Kern, enterrándose en la almohada. Una pesada fatiga le
atenazaba las sienes. Le dolían las piernas y sentía un picor insoportable. Gimió en la
oscuridad durante largo rato, sin parar de dar vueltas. Los rayos del techo hacía
tiempo que habían desaparecido.
Al día siguiente Isabel no apareció hasta la hora del almuerzo.
Desde por la mañana el cielo había estado deslumbrantemente blanco y el sol se
había mostrado con la forma y claridad de la luna. Luego la nieve comenzó a caer,
despacio y verticalmente. Los densos copos, como topos que decoraran un velo
blanco, enmarcaban en su caída la vista de las montañas, los abetos cargados de
nieve, el apagado turquesa de la pista de patinaje. Las suaves y sordas partículas de
nieve crujían en susurro contra los cristales de la ventana, mientras caían y caían y
no dejaban de caer. Si uno se las quedaba mirando durante un rato, tenía la
impresión de que todo el hotel había empezado una lenta ascensión hacia las
alturas
PAUL AUSTER
La trilogía
de Nueva York 38
Andar y escribir no eran
actividades fácilmente compatibles. Si durante los cinco últimos años Quinn había
pasado sus días haciendo una cosa u otra, ahora intentaba hacer las dos al mismo
tiempo. Al principio se equivocaba mucho. Era especialmente difícil escribir sin mirar a
la página y a menudo descubría que había escrito dos y hasta tres líneas una encima de.
la otra, produciendo un confuso e ilegible palimpsesto. Mirar a la página, sin embargo,
significaba pararse y eso aumentaría las posibilidades de perder a Stillman. Al cabo de
algún tiempo llegó a la conclusión de que era básicamente una cuestión de posición.
Experimentó con el cuaderno delante de él en un ángulo de cuarenta y cinco grados,
pero se encontró con que su muñeca izquierda se cansaba pronto. Después trató de
mantener el cuaderno directamente delante de su cara, los ojos mirando por encima de él
como un Kilroy3 que hubiese cobrado vida, pero eso resultaba poco práctico. Luego trató
de apoyar el cuaderno en el brazo derecho varios centímetros por encima del codo y
sostener la parte de atrás del mismo con la palma izquierda. Pero esto le provocaba calambres en la mano derecha y hacía imposible escribir en la mitad inferior de la
página. Finalmente decidió apoyar el cuaderno en la cadera izquierda, más o menos
como sostiene un pintor su paleta. Esto constituyó una mejora. El llevarlo ya no suponía
un esfuerzo y la mano derecha podía sostener el bolígrafo sin que otras obligaciones la
estorbaran. Aunque este método también tenía sus inconvenientes, parecía ser el sistema
más cómodo a la larga. Porque Quinn podía ahora dividir su atención casi a partes
iguales entre Stillman y su escritura, levantando la vista hacia uno o bajándola hacia la
otra, viendo la cosa y escribiéndola con el mismo gesto rápido. Con el bolígrafo del
sordomudo en la mano derecha y el cuaderno rojo descansando en la cadera izquierda,
Quinn continuó siguiendo a Stillman durante nueve días más.
GRAVES, ROBERT LA DIOSA BLANCA 38
Gwydion adivinó el nombre de Bran por las ramitas de aliso que tenía en la
mano, porque aunque «Bran» y Gwern, la palabra que significa aliso utilizada en el
poema, no suenan lo mismo, Gwydion sabía que Bran, que significa «corneja» o
«cuervo», significa también «aliso» -en inglés alder y en irlandés fearn, con la «f»
pronunciada como «v»- y que el aliso era un árbol sagrado. Al tercero de los cuatro
hijos del rey milesio Partholan, gobernante legendario de Irlanda en la Edad del Bronce,
se le había llamado Fearn; también existió allí el joven Gwern, rey de Irlanda, hijo de la
hermana de Bran, Branwen («Cuervo Blanco»). Varias confirmaciones de la
adivinación de Gwydion aparecen en el Romance de Branwen, como se verá más adelante. Pero el nombre formado por los árboles, o sea las letras, alineados en el lado
de Amathaon y Gwydion siguió sin ser adivinado
Las baladas del ajo 38 MO YAN
—-Tío, ¿por qué me detienen? No he
hecho nada malo...
Siguieron gemidos y lamentos. Esta
vez sabía que estaba llorando,
aunque por sus ojos, que ahora
estaban secos y encendidos, no asomó
ninguna lágrima. Debía llevar su
caso al jefe de la aldea, que le había
engañado para que saliera de casa.
Pero Gao Jinjiao se agitaba
nerviosamente, golpeándose contra el
árbol como si fuera un niño
penitente. Los músculos del rostro de
Gao Yang se contrajeron.
—No he hecho nada, Tío. ¿Por qué
me has engañado de esta manera? —gritó.
sobre la frente del jefe del pueblo
se negó a resbalar. Mostrando sus
amarillentos dientes, parecía un
hombre
arrinconado a punto de salir
corriendo.
JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS 38
JARDÍN
Zanjones,
sierras ásperas,
médanos,
sitiados por jadeantes singladuras
y por las leguas de temporal y de arena
que desde el fondo del desierto se agolpan.
En un declive está el jardín.
(jada arbolito es una selva de hojas.
Lo asedian vanamente
los estériles cerros silenciosos
tpie apresuran la noche con su sombra
y el triste mar de inútiles verdores.
Todo el jardín es una luz apacible
que ilumina la tarde.
El jardincitoes como un día de fiesta
en la pobreza de la tierra.
DON QUIJOTE DE LA MANCHA 38
Ya la azada o la hoz poco repugna
al andante ejercicio; ya está en uso
la llaneza escudera, con que acuso
al soberbio que intenta hollar la luna.
Envidio a tu jumento y a tu nombre,
y a tus alforjas igualmente envidio,
que mostraron tu cuerda providencia.
Salve otra vez, ¡oh, Sancho! tan buen hombre,
que a sólo tú nuestro español Ovidio
con buzcorona te hace reverencia
Roberto Bolaño
2666 38
la empezó a conducir hacia el otro lado de la casa, un sitio en
donde se levantaba una pérgola de hierro labrado y arriates de
flores y árboles que la señora no había visto en su vida o que en aquel instante creyó que no había visto en su vida, e incluso
una fuente vio en el parque, una fuente de piedra en cuyo centro,
sostenido tan sólo en una patita, danzaba un querube criollo
de rasgos risueños, mitad europeo y mitad caníbal, perennemente
mojado por los tres chorros de agua que manaban a sus
pies, y esculpido en una sola pieza de mármol negro, que la señora
y el gauchito admiraron largamente
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