domingo, mayo 18, 2014

COMO SALIR DE ESTA ENCRUCIJADA. QUE DE QUITER CE CARREFOUR.








TEXTOS DE LAS PIRAMIDES    183






JAMES JOYCE  ULISES 183

Las tres amigas estaban sentadas sobre
las rocas, disfrutando de la hora vespertina y
del aire fresco, pero no frío. A menudo solían
llegar a ese lugar apartado para mantener una
agradable charla cerca de las centellantes
aguas, hablando de las cosas propias de su sexo,
Cissy Caffrey y Edy Boadman, con el nene en el
cochecito y Tomasito y Juancito Caffrey, dos
pequeños niños de cabezas rizadas, vestidos con
trajecitos de marinero con gorras haciendo juego
y el nombre H. M. S. Belleisle estampado.
Porque Tomasito y Juancito Caffrey eran
mellizos, de cuatro años escasos y muy
bullangueros y malcriados a veces, pero a pesar
de todo unos encantadores pequeños cuyos
rostros radiantes y cariñosos se hacían querer.

 
GAO XINGJIAN
LA MONTAÑA DEL ALMA         183
 
—¡Canta una canción ligera!
—¡Tío, canta «Las cinco vigilias»!∗
—Canta «Las dieciocho caricias».
Son sobre todo los jóvenes los que le interpelan.
El anciano recupera el aliento, se quita su hábito y se levanta del banco para alejar a la joven
cantora y los niños pequeños sentados en el umbral de la puerta.
—¡Vamos, pequeños, vamos, a acostaros! ¡Se acabaron los cantos, vamos, a acostaros!
Nadie quiere marcharse. La mujer de mediana edad, de pie delante de la puerta, les llama
entonces uno por uno por su propio nombre. El viejo golpea con el pie en el suelo, como si
estuviera enfadado, y se pone a gritar:
—¡Salid todos! ¡Vamos a cerrar, a cerrar, id a dormir!
La mujer avanza por la estancia y empuja a las chiquillas afuera mientras les grita a los chicos:
—¡Salid, vosotros también!
¡Los jóvenes sacan la lengua y lanzan un extraño grito!
—Yé...
Finalmente, dos muchachas algo mayores abandonan obedientemente la casa. La gente echa
fuera a los otros niños. La mujer va a cerrar la puerta y los adultos que se han quedado en el exterior
aprovechan la ocasión para introducirse en la estancia. Una vez echada la tranca, el calor aumenta,
así como un fuerte olor a transpiración. El anciano se aclara un poco la voz, escupe al suelo, guiña
un ojo hacia el gentío. Ha cambiado de fisonomía. Con expresión maliciosa, avanza con andares de
gato. Guiñando los ojos a los presentes, canta con voz contenida:
El hombre prepara, ¿qué prepara?
prepara su bastón,
la mujer prepara, ¿qué prepara?
prepara su acequia.
El gentío le aclama. El anciano se seca la boca con la mano:
El bastón ha caído dentro,
¡se agita como una locha!

ROBERT GRAVES  LA DIOSA BLANCA    183
Los  Licios reconocían la descendencia por parte de la madre y no del padre. La independencia femenina de la tutela masculina y la descendencia matrilineal eran características de todos los pueblos de cepa cretense; y el mismo sistema sobrevivió en algunas partes de Creta hasta mucho
tiempo después de su conquista por los griegos. Firmico Materno informó acerca de ello
en el siglo IV d. de C49. Los lidios conservaban otro vestigio del sistema: las muchachas
se prostituían habitualmente antes del casamiento y luego disponían libremente de sus
ganancias y sus personas.
49 En la Creta actual un amorío premarital tiene solamente dos consecuencias posibles:
una cuchillada entre los hombros del amante o el casamiento inmediato. Los soldados
alemanes de guarnición en Creta durante la segunda guerra mundial tenían que ir con
licencia al monte Athos si deseaban una diversión sexual
.



VLADIMIR NABOKOV   CUENTOS   183

El rostro del recién llegado se reflejó a un tiempo en todos los espejos: se veían tres
cuartos de su rostro, de perfil, y también la calva cerúlea de la coronilla donde había
reposado hasta ese momento el sombrero negro que ahora colgaba de una percha.
Y cuando aquel hombre se volvió para enfrentar su cara a los espejos, que se
reflejaban en superficies de mármol, brillantes todas ellas con el fulgor verde y
dorado de los frascos de colonia, Ivanov reconoció al punto aquel rostro móvil y
carnoso, con sus ojos penetrantes y el lunar junto al lóbulo derecho de la nariz.
El caballero tomó asiento delante del espejo en silencio. Luego, murmurando entre
dientes, se palpó la mejilla sucia con un dedo rechoncho. Su gesto indicaba una
orden: «Afeíteme, por favor». Atónito, como en una nube, Ivanov desplegó una
sábana sobre su regazo, batió un poco de espuma en un bol de porcelana, la
extendió por las mejillas de aquel hombre, por su barbilla y labio superior,
circunnavegó cautelosamente el lunar, y empezó a aplicar la espuma con el dedo
índice.

 
     




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