Cuenta la leyenda, que una noche ancestral, la Luna bajó a la tierra y se quedó enredada entre las ramas de un árbol. En ese momento apareció un lobo y la empezó a acariciar con su hocico y jugaron toda la noche, hasta que ella volvió al cielo y el lobo al bosque, y esta, le robó la sombra al cánido para recordarle para siempre y él desde entonces, le aúlla en las noches de luna llena para pedirle que se la devuelva.
La Leyenda del Mate:
EL ÁRBOL DE LA LUNA
Una noche, dos indios que volvían de cazar, oyeron un llanto en rincón del bosque. -Es Ñacurutú, el búho que se queja -dijo uno de los indios.
El otro indio dejó a su compañero y se metió solo en el bosque.
Los árboles oscurecían el camino y el indio andaba despacio, despacio, guiándose únicamente por el llanto que cada vez oía más cerca. De pronto, Yasí, la Luna, pasó entre las ramas y con su dedo blanco señaló un lugar. Allí alumbrado por un rayo de Luna, el indio descubrió un bebé. Tomó en sus brazos el niñito, lo llevó a su tribu y lo entregó a las mujeres para que lo criaran. El bebé creció entre los indiecitos que jugaban, aprendió a hablar y caminar. Como era mucho más blanco que sus compañeros, lo llamaron"Morotí ", que quería decir "blanco ", en guaraní , la lengua de esos indios.
Todos querían a Morotí. Y él no se quedaba quieto, corría de aquí para allá , iba con los pescadores en la canoa, traía leña para las hogueras, seguía al alfarero y hundía sus deditos en el barro. Pero a la noche, en cuanto aparecía la Luna, Morotí se quedaba quieto, quieto, mirándola. Mientras los otros indiecitos domían en sus hamacas, Morotí pasaba la noche despierto, con los ojos fijos en la Luna blanca . Una noche, Morotí, que soló tenía cinco años, desapareció de la tribu . Los niños y las mujeres, los ancianos y los cazadores, buscaron y buscaron al indiecito por todas partes, pero no lo encontraron. Morotí regresó al alba, cansado, chorreándole agua de los cabellos.
-Morotí, ¿dónde has estado ? -le preguntaron los ancianos.
-Nadando en el río -contestó. La Luna flotaba en el agua y quise alcanzarla. Pero siempre se iba y se iba.
Pasó el tiempo. Morotí creció un poco más. Cuando cumplió quince años sabía construir una choza con ramas y paja, conducir una canoa en medio de la tormenta y manejar el arco y la flecha como el mejor de los cazadores. Era un indio alto y fuerte. Entoces, se construyó una choza. Cuando la terminó, dejó la puerta abierta y esperó que llegara la noche. Pasaron las horas.
Yasí, la Luna, mostró su cara en el cielo. Después... despacito, despacito, dejó caer su luz y la luz se arrastró, encontró una puerta abierta ... la puerta de la choza de Morotí ... y penetró iluminando el lugar. Morotí se hechó a reír. ¡Al fín había atrapado a Yasí ! ... ¡Al fin tendría a la Luna en su choza! ¡Y para siempre! Morotí cerró la puerta rápidamente. La choza se oscureció y la Luna quedo afuera. Entonces Morotí salió y se fué por el río a buscar un camino que lo llevara hasta Yasí, la Luna.
No había caminos ni el agua, ni en la Tierra que se levantaran hasta la noche para llegar adonde brillaba la cara blanca de Yasí. Los días pasaron y pasaron. Morotí anduvo y anduvo. Hasta que tuvo ganas de ver otra vez a la gente de su tribu y regresó, más blanco y silencioso que nunca. Una noche Morotí vio sobre la hierba, un rastro de luz.
Era la marca de los pies de Yasí. Morotí siguió las huellas en la oscuridad, los pasos de la Luna brillaban como gotas de luz. Hasta que, de pronto, en claro monte, Morotí la vio.
Vio a la Luna convertida en una muchacha blanca y rubia, levantando de la mano a otra muchacha blanca: Araí, la nube. Morotí las siguió, escodiéndose detrás de los troncos gruesos y las hierbas altas. Pero de pronto saltó Yaguareté, el tigre.
Rápido como un rayo, Morotí luchó y lo venció. Después se arrodilló a los pies de Yasí le dijo: -Llévame. La Luna lo tomó de la mano y comenzaron a andar cielo arriba.
Morotí se cuidaba de no pisar las estrellas pequeñas y de no sacar de su sitio a las mayores. En la alta noche, pasó el tiempo, sin que Morotí se acordara de su tribu.
Pero una vez el viento le trajo el olor del bosque y el olor del río y Morotí recordó. Y ya no fue feliz.
Entonces Yasí, la Luna, le dijo: -Vuelve a la tierra, Morotí y sirve a tus hermanos. Yo nunca te abandoré. La Luna convirtió a Morotí en un árbol, el árbol de Ca-á: el árbol de la yerba mate. Las hojas del árbol de Ca-á son casi mágicas: dan fuerza y alegría. La tribu de Morotí y todas las tribus usaron sus hojas, porque el árbol de la yerba se multiplicó en las tierras de América
Julia y Luna en su estado actual. Grandes grapas protegen la herida vandálica.
http://kurioso.es/2008/12/12/la-mujer-que-subio-a-un-arbol-para-evitar-su-tala-y-no-bajo-en-dos-anos/comment-page-3/
La Luna al alcance de nuestras manos.
http://blogdeldiseno.com/2013/05/03/la-luna-al-alcance-de-nuestras-manos-todo-es-posible/
Resulta que Colón llevaba consigo el Almanach Perpetuum, de Abraham Zacuco. Por él sabía que el 29 de febrero de 1504 se produciría un eclipse total de Luna. Y supo sacar provecho de esta predicción astronómica.
Los reunió ese día y amenazó con que su Dios (el de Colón) los castigaría haciendo que no volviera a salir más. Según se relata en el Cuaderno de Bitácora:
Rogaron al almirante que la hiciera volver y éste pidió a cambio la reanudación de los suministros”.
Ni que decirles tengo que los nativos no se asustaron por el eclipse lunar, es seguro que ya habían visto otros. Lo que les debió sorprender en realidad, y no poco, fue que ocurriera cuando, en apariencia, Colón lo dispuso.
Debieron pensar que era magia, un poder del hombre blanco.
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