RAMSÉS 1 EL HIJO DE LA LUZ
CHRISTIAN JACQ 40
Con un codazo en el pecho, Ramsés apartó al preguntón, que cayó hacia atrás. Furioso por haber
sido ridiculizado, con los labios torcidos en un rictus, se dirigió a sus compañeros.
-Vamos a enseñarles educación a estos dos chiquillos insolentes...
El perro amarillo oro ladró y mostró los dientes.
-Corre -ordenó Ramsés a Ameni.
El escriba fue incapaz de moverse.
Uno contra seis. Ramsés no tenía ninguna posibilidad de ganar. Mientras los palafreneros
estuvieran persuadidos de ello, él conservaría una minúscula posibilidad de salir de aquel avispero. El más
corpulento se lanzó sobre él. Su puño sólo golpeó el vacío y, sin comprender lo que le sucedía, fue
levantado en vilo y cayó pesadamente sobre la espalda. Dos de sus compañeros corrieron la misma suerte.
Ramsés se felicitó por haber sido un alumno asiduo y concienzudo de la escuela de lucha; aquellos
hombres, que sólo contaban con la fuerza bruta y querían ganar demasiado de prisa, no sabían pelear.
Vigilante, mordiendo las pantorrillas del cuarto hombre y apartándose lo bastante rápido para no recibir
algún golpe, participaba en el combate. Ameni había cerrado los ojos, por donde asomaban unas lágrimas.
Los palafreneros se reagruparon, vacilantes; sólo el hijo de un noble podía conocer aquellas llaves
de lucha.
-¿De dónde eres?
-¿Tenéis miedo, seis contra uno?
El más furioso blandió un cuchillo, riendo.
-Tienes una hermosa boquita, pero un accidente va a desfigurarte.
Ramsés no había luchado nunca contra un hombre armado.
-Un accidente, con testigos... e incluso el pequeño estará de acuerdo con nosotros en salvar la piel.
El príncipe conservó los ojos fijos en el cuchillo de hoja corta. El palafrenero se divertía trazando
círculos para asustarlo. Ramsés no se movió, dejando al hombre girar a su alrededor; el perro quiso
defender a su dueño.
-¡Quieto, Vigilante!
-Muy bien, quieres a este horrible animal... Es tan feo que no merece vivir.
-Ataca primero al que es más fuerte que tú.
-¡Eres muy pretencioso!
La hoja rozó la mejilla de Ramsés; de un puntapié en la muñeca, intentó desarmar al palafrenero,
pero solamente lo rozó.
-Eres duro de pelar... ¡pero estás solo!
Los demás sacaron sus cuchillos.
Ramsés no sintió ningún miedo. Lo invadió una fuerza desconocida hasta entonces, un furor contra
la injusticia y la cobardía.
Antes de que sus adversarios se organizaran, golpeó a dos de ellos y los derribó, evitando las hojas
vengativas.
-¡Basta, compañeros! -gritó un palafrenero.
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