viernes, marzo 20, 2015

LA NUBE Y EL ECLISE..




                                             CEREMONIAL EN LOS ECLIPSES

https://books.google.es/books?id=xb5tHNLagAYC&pg=PA68&lpg=PA68&dq=CEREMONIAS+EN+LOS+ECLIPSES&source=bl&ots=fJIdNwhIXY&sig=HEgOXba740alLKy6zX6UNMKnw80&hl=es&sa=X&ei=jCEMVbqCE8rvUMaxgsgC&ved=0CCcQ6AE


                                                

Robert Graves
La hija de Homero   44

Mis
ojos han sido nublados a la vez por el agotamiento y el agua de mar, no puedo confiar en ellos para
que me informen si eres una diosa o una mortal. Si una diosa, sólo puedes ser Artemisa la cazadora,
tan esbelto, fuerte y regio es tu cuerpo. Pero si eres una mortal, ¡cómo envidio a los padres de
semejante dechado! Desde mi arbusto te vi bailar, y cada movimiento, cada gesto, eran la
perfección… Superabas en brillo a tus compañeras como la luna supera en luminosidad a las
estrellas. ¡Pero infinitamente más envidiable que tus padres será el hombre que consiga
convencerles, con generosos regalos, de que lo acepten como yerno! Sólo pensar en semejante
buena suerte hace más honda la desdicha de mi situación actual. Mira, soy más pobre que un niño
de un día de edad; por lo menos él tiene su propia cuna, y una faja abrigada en la que sus amantes
parientas han bordado el emblema de su clan. Yo no tengo siquiera un taparrabos para ocultar mi
desnudez; el ávido mar me despojó de todo, salvo de mi valentía y de estas dos fuertes manos.
Hizo una pausa para observar el efecto de sus palabras; le otorgué una semisonrisa, ya que
tanto su lenguaje como sus modales demostraban que provenía de una familia distinguida. Además,
aunque su cuerpo estaba magullado, hinchado, tajeado y cubierto de costras de sal, tenía los
hombros y muslos de un atleta, y ensortijado cabello rubio, teñido de rojo, que recordaba el de
Apolo en los frescos del templo.
—El mar te ha dejado también una lengua elocuente —observé—, que no me resulta del
todo desagradable.
Bajando la mirada, continuó:
—Entonces permíteme que te confiese, sin temor de causarte desagrado, que me invade una
especie de temor religioso mientras estoy hincado a tus pies. Jamás he visto nada tan locamente
bello como tu esbelto cuerpo y erguida apostura. Artemisa debe de tener el mismo aspecto cuando
danza con sus doncellas en el monte Erimanto; aunque la muerte sea el castigo por mirarla. En mi
estado de vértigo y hambre, me resulta difícil expresar mis sentimientos, mas permíteme que te
compare con la joven palmera de Delos, que se yergue, alta y recta, al lado del altar de Apolo, el
altar construido enteramente con cuernos de cabras salvajes por el propio dios, pues allí la brisa
marina juguetea con las delicadas frondas de la palmera del mismo modo que aquí agita tus largos y
hermosos cabellos.
—¿Entonces has visitado Delos? —pregunté, muy divertida—. ¿O es un cumplido de
segunda mano, tomado en préstamo de uno de los Hijos de Homero, cuya sede es la sagrada isla de
Apolo? —Nadie me había comparado a una palmera joven, quizá porque no soy alta ni esbelta, y mi
cabello, aunque largo, no es en modo alguno lo mejor que tengo.




Robert Graves
La hija de Homero  206

Después de arrojar otro mechón de mi cabello al fuego, lloré sin avergonzarme. Un viento marino atizó las
llamas con tal energía que tuvimos que retroceder treinta pasos para eludir el calor. En cuanto el
cadáver quedó consumido, arrojamos cubos de agua sobre las relucientes ascuas, retiramos los
huesos calcinados, los lavamos con vino y aceite y los depositamos en una gran urna de bronce; se
la entregamos a mi abuelo.



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