jueves, abril 30, 2015

ZAPATOS NAGICOS.




        


 Los olores estimulan fundamentalmente el sistema
límbico y e! hemisferio cerebral derecho, ninguno de los
cuales tiene mucho que ver con nuestra capacidad lingüística.
(La explicación de por qué las mujeres saben describir los olores algo mejor que los hombres podría
residir en el hecho de que los hemisferios cerebrales de
la mujer se comunican al parecer con más facilidad, en
parte debido a que suelen tener más desarrolladas las
conexiones cruzadas entre los hemisferios.

Hallan el mecanismo cerebral que conecta el olfato con el apetito

 El ayuno aumenta el nivel de los cannabinoides endógenos en el cerebro de los mamíferos, y  el sistema cannabinode es un componente importante en la regulación del equilibrio energético”.
  En situaciones de hambre, se sintetiza un tipo de cannabinoide endógeno específico, la anandamida, que actúa sobre un receptor concreto, el CB1 y que estos receptores están localizados en unas determinadas terminales nerviosas en el bulbo olfatorio.
Naranjo en flor

Por qué hay personas que sueñan con olores


Tengo sueños olfativos muy positivos, especialmente con la flor de naranjo, una flor vinculada al corazón", dice Faruolo, quien dirige el Festival del Olfato Smell, un evento que se lleva a cabo cada primavera en la ciudad italiana de Bolonia.
"Al igual que los sueños, los olores actúan principalmente fuera de la esfera consciente y sin embargo condicionan nuestro comportamiento", dice Cavalieri."Y como los sueños, los olores tienen una naturaleza evocadora que es difícil de expresar en palabras".
                        Resultado de imagen de pies de elefante
Alexander Cole
Coloso                     73
A todas las muchachas de Babilonia, una vez en la vida, se les exige que se ofrezcan a la diosa. Es una señal de gran devoción ofrecerle la virginidad a Milita.
De manera que el templo del patio siempre está atestado de mujeres sentadas en melancólicas filas, separadas entre sí por cordones colorados. El primero en tirarle una moneda de plata al regazo a una la goza, y ella está obligadacon la diosa a no negarse.
Ninguna mujer es demasiado refinada como para pasar por alto su deber.Ningún hombre es tan bajo como para que lo rechacen. Las princesas se sientan en cojines de seda, transpirando con exquisita delicadeza, mientras sus esclavas se quedan a su lado y las abanican; junto a ellas las muchachas campesinas de manos callosas y rostros curtidos por el sol se sientan tristes y solas en el ardiente mármol.Los hombres pasean entre ellas como si estuvieran en una feria de caballos.Hoy podrían muy bien encontrar a una dama o a la hija de un granjero. Todo está allí para el que lo quiera.Algunas de las muchachas menos agraciadas se pasan días enteros allí sentadas, esperando. Una belleza tal vez no llegue a estar ni el tiempo suficiente para calentar la piedra.
Gajendra tiene las monedas de plata de Alejandro y piensa emplearlas bien para su primera vez. Dentro de pocos días se dirigirán a Cartago. ¿Quién sabe si la primera vez no será también la última?Llega al templo justo después del amanecer, esperando evitar la multitud.Desea hacer esto con dignidad, no meterse en un combate a empujones con un barquero borracho para aclarar quién vio primero a quién. Pasea por las hileras tratando de esquivar las manos extendidas. Lo halaga estar tan cotizado. Supone que al ser joven y mejor parecido que la mayoría, las muchachas lo prefieren a él antes que a algún peón de dientes cariados que se dedica a cavar zanjas.De pronto se detiene para recobrar el aliento. Es ella, la muchacha que vio cabalgando detrás de Nearco en el cortejo de Alejandro. Está igual de bella ahora que cuando la vislumbró desdibujada entre el polvo, por encima de las cabezas de los demás observadores boquiabiertos. Tiene un aire irreal vestida con una larga y diáfana túnica blanca. Lleva un ancho cinturón colorado con una cadena de oro colgando de la hebilla. El pelo, de un negro azulado, le cae en una trenza por la espalda.Acaba de llegar. La acompañan dos esclavas, una que escoge el lugar perfecto para que se pose un trasero tan delicado y otra para espantarle las moscas.Las demás muchachas la observan con rencor, celosas de su hermosura y su riqueza. Se arma un alboroto por todas partes. Pasará un rato hasta que la joven se acomode. ¡Como si creyera que va a estar mucho tiempo allí! Gajendra siente un ramalazo de pánico. Ha de llegar antes de que la vea ningún otro. Está de espaldas a él, espera a que su esclava termine de limpiar el polvo del mármol y disponga los cojines.Saca de la bolsa de cuero los siclos de plata de Alejandro, se acerca deprisa y se los alarga.
—Que Milita te favorezca.
Ella alza apenas los ojos. Son de un deslumbrante color violeta, y su ojeada lo deja mirándola boquiabierto como un aldeano. Ella ahueca las manos para recibir las monedas y se las pasa a una de sus esclavas. Después se las ofrecerá a la diosa, y su deber para con el templo habrá terminado.Da un pequeño y tembloroso suspiro y tiende la mano.Gajendra la conduce por el templo, dejando atrás las miradas feroces de las menos agraciadas.—¡Ni siquiera ha tenido que sentarse! —oye que dice una de las muchachas con voz crispada cuando pasan.
Ella camina con los ojos bajos, pero en su actitud no hay ni rastro de humildad. Podría estar dirigiéndose a su coronación. Su orgullo lo excita.—Me llamo Gajendra —le dice.
Ni siquiera una inclinación de cabeza. Es como si no lo hubiera oído.—¿Cómo te llamas?
—Has pagado mi virginidad, no mi conversación —contesta ella.Y esa altiva respuesta es la causa de que Gajendra cambie de opinión y haga lo que hace.La joven sigue mirando al suelo cuando están en el bosquecillo. Un par de peludas nalgas se contorsionan delante de ellos, un carretero que ensarta a una pobre chica contra una higuera. Casi tropiezan con otro apareamiento en el suelo.Ella no hace ningún comentario. Tiene las manos frías en el calor de la mañana.Por allá un hombre está en plena faena como un perro. Ha elegido ir por detrás, y emite un sonido que recuerda mucho a los aullidos. Gajendra está asqueado. Busca un sitio tranquilo y encuentra un poco de sombra, separada por los arbustos.Le suelta la mano. Ella da otro paciente suspiro y espera.Él le coge la barbilla y le inclina el rostro para que lo mire.
—Escúchame, hay una cosa que tengo que decirte.Ella sigue pareciendo ligeramente aburrida.—Me llamo Gajendra. Recuerda mi nombre y mi cara. Gajendra. Ahora sólo soy mahavat del ejército de Alejandro, pero algún día me contaré entre sus mejores oficiales. Nada me impedirá lograr ese objetivo, nada.Sigue sin haber respuesta.—Sé que jamás poseería a una mujer como tú siendo quien soy. Pero yo no quiero un momento de placer de pie contra un árbol, no te he elegido por eso. Lo que quiero de ti no es algo que pueda comprar por unas pocas monedas de plata.Te quiero para mí solo, para siempre.
JAMES JOYCE
ULISES     73
Buena carne allí como una novilla establocebada.Tomó una página de la pila de hojas cortadas. La granja modelo en Kinnereth sobre la orilla del lago de Tiberias. Puede convertirse en ideal sanatorio de invierno. Moisés Montefiore. Yo creí que era él. Alquería rodeada de muros, ganado borroso paciendo. Sostuvo la hoja apartada de sí: interesante; la leyó más de cerca, el ganado borroso paciendo, la página crujiendo. Una joven novilla blanca. Esas mañanas en el mercado de hacienda las bestias mugiendo en sus corrales, ovejas marcadas,rociada y caída del estiércol, los cuidadores de botas herraclaveteadas abriéndose paso trabajosamente entre las camas de pajas,haciendo sonar su palmada sobre un cuarto trasero de carneen sazón, ésta sí que es de primera, varillas descortezadas en sus manos.Pacientemente mantuvo la página inclinada,conteniendo sus impulsos y sus deseos, la mirada suavemente atenta y reposada. La pollera curvada balanceándose al pluf pluf pluf.El chanchero arrebató dos hojas de la pila, envolvió sus salchichas de primera e hizo una mueca roja.—Ahí tiene, señorita —dijo.Sonriendo descaradamente, ella alargó una moneda, mostrando su muñeca regordeta. —Gracias, señorita. Y un chelín tres peniques de vuelto.





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