CORAN- pág 155
(92) Y RESULTA inconcebible que un creyente mate a otro creyente, salvo que sea por error.114
Y quien mate por error a un creyente deberá liberar a un esclavo creyente y pagar una compensación
a la familia de la víctima,115 a menos que esta renuncie a la misma como limosna.
Si la víctima, aun siendo creyente, pertenecía a una gente que está en guerra con vosotros,116 [la
expiación se reducirá a] liberar a un esclavo creyente; mientras que si pertenecía a una gente con la
que os une un pacto, [consistirá en] el pago de una compensación a la familia de la víctima además
de liberar a un esclavo creyente.117 Y quien no disponga de medios, deberá [en su lugar] ayunar
dos meses consecutivos.118
[Esta es] la expiación prescrita por Dios: y ciertamente Dios es omnisciente, sabio.
(93) Pero quien mate intencionadamente a otro creyente tendrá por retribución el infierno y
en él permanecerá; sufrirá la condena y el rechazo de Dios y Dios le preparará un castigo terrible.
(94) [Así pues,] Oh vosotros que habéis llegado a creer, cuando salgáis [a combatir] por la causa
de Dios, usad vuestro discernimiento y no digáis a quien os ofrece el saludo de paz: “Tú no
eres creyente”,119 --movidos por el deseo de los beneficios de esta vida: pues junto a Dios hay
grandes botines.
HARUKI MURAKAMI –1Q84 pág 155
AOMAME
El cuerpo es el templo del ser humano
Personas que dominen la técnica de patear testículos, como Aomame, seguro que
se pueden contar con los dedos de una mano. Cada día estudiaba diferentes modelos
de patadas, y no faltaba el entrenamiento práctico. Lo más importante al dar una
patada en los testículos es eliminar todo sentimiento de duda. Hay que atacar de
súbito la parte más frágil del oponente, despiadadamente y con ferocidad. Como
cuando Hitler, haciendo caso omiso de la declaración de neutralidad de Holanda y
Bélgica e invadiendo estos países, desveló los puntos débiles de la Línea Maginot y
no le resultó difícil conseguir que Francia capitulara. No se puede vacilar. Un titubeo
momentáneo puede resultar fatal.
De manera general podríamos decir que, excepto ése, apenas hay métodos para
que una mujer venza a un hombre de mayor estatura y con más fuerza en un
combate de uno contra uno. Aomame estaba plenamente convencida. Esa porción de
cuerpo es el punto más débil que posee —o que lleva colgando— ese ser vivo
llamado hombre. Y en la mayoría de los casos no estaba protegida de manera eficaz.
Sería una pena desaprovechar tal ventaja.
Era obvio que Aomame, siendo mujer, no podía entender qué tipo de dolor, en
concreto, era el que se sentía cuando a uno le pateaban los testículos a conciencia. Ni
siquiera podía suponerlo. Pero que debía de ser un dolor considerable se lo
imaginaba, más o menos, por la reacción y el semblante de aquellos a los que había
dado patadas. Por mucha fuerza que tuvieran los hombres, por muy tipos duros que
fueran, parecían incapaces de soportar aquel dolor. Como si fuera acompañado de
una gran pérdida de amor propio.
—Es un dolor como si el mundo fuera a acabarse de un momento a otro. No se
puede comparar con nada más. Es diferente de un simple dolor —le dijo cierto hombre tras reflexionar, al pedirle Aomame una explicación. Ella le dio vueltas a
aquel símil durante un buen rato. ¿El fin del mundo?
—Entonces, en otras palabras, ¿que el mundo se vaya a acabar de un momento a
otro es como si te dieran una buena patada en los testículos? —preguntó Aomame.
Susan Sontag El amante del volcán pág 155
Soñé que estaba en un teatro... no. Soñaba que había conseguido entrar en un
castillo y había encontrado una habitación secreta... no. Recuerdo, sí, que estaba en
un peñasco, debajo de mí un furioso torrente... no. Atravesaba un mar a lomos de un
delfín y oí una voz que me llamaba, la voz de una sirena... no. Soñé, soñé...
Ella debió adivinar que lo inventaba para distraerla. A él aquellos sueños no le
parecían convincentes; eran como cuadros. No le importaba inventarlos. Sólo
deseaba que fueran unas invenciones mejores. Buscaba una forma poética...
En ocasiones es aceptable no decir la verdad, toda la verdad, cuando se describe o
interpreta el pasado. En ocasiones es necesario.
Según las normas de la pintura histórica de aquella época, el artista debe preservar
la verdad sustancial de un tema frente a las exigencias de una verdad literal, es
decir, inferior. Con un gran tema, es la grandeza del tema lo que el pintor debe
esforzarse en representar. Así, por ejemplo, elogiaron a Rafael por representar a los
apóstoles como nobles de cuerpo y semblante, no como las figuras mezquinas,
torpes, que según él asumía las sagradas escrituras nos cuentan que fueron. «Se dice
que Alejandro era de baja estatura: un Pintor no debería representarlo así», declaró
Sir Joshua Reynolds. Un gran hombre no tiene una apariencia mezquina o vulgar, no
es un lisiado o un cojo, no bizquea ni tiene una nariz abultada ni usa una peluca
repugnante... o, en caso afirmativo, ello no forma parte de su esencia. Y la esencia
de un tema es lo que el pintor debe mostrar.
A nosotros nos gusta destacar las facetas cotidianas de los héroes. Sus esencias nos
parecen antidemocráticas. Nos sentimos oprimidos por la vocación de grandeza.
Consideramos el interés por la gloria o la perfección como un síntoma de carencia
de salud mental y hemos decidido que los protagonistas de grandes hazañas, los
llamados superfiguras, deben su excedente de ambición a un defecto de crianza
(tanto por insuficiente como por demasiada). Queremos admirar, pero creemos
tener derecho a no ser intimidados. Nos disgusta sentirnos inferiores a un ideal
determinado. Así, no importaban las esencias. Los únicos ideales permitidos son los
saludables: aquellos a los que todo el mundo puede aspirar, o que imaginamos
cómodamente que uno mismo los posee.
ANATOLE FRANCE-LOS DIOSES TIENEN SED pág 155
EL sábado, a las siete de la mañana, el ciudadano Blai se, provisto de bicorne, de chaleco escarlata, de botas amarillas con vuelta, estaba llamando con su fusta a la puerta del taller. La ciudadana Gamelin estaba conversando tranquilamente con el ciudadano Brotteaux, mientras que Evariste se estaba haciendo el nudo de la corbata delante de un trozo de espejo.
-¡Buen viaje, señor Blaise! -dijo la ciudadana-. Pero, puesto que vais a pintar paisajes, llevaos al señor Brotteaux, que pinta también.
-¡Pues bien! -dijo Jean Blaise-, ciudadano Brotteaux, venid con nosotros.
Después de haberse asegurado de que no estorbaría, Brotteaux, sociable y amigo de las diversiones, accedió.
La ciudadana Elodie había subido los cuatro pisos para poder abrazar a la ciudadana Gamelin, a la cual llamaba mamaíta. Iba completamente vestida de blanco y olía a lavanda.
MICHEL HOUELLEBEQ-LA POSIBILIDAD DE UNA ISLA 155
—Se han obtenido resultados interesantes con algunos nematelmintos —empezó—, simplemente centrifugando las neuronas implicadas e inyectando el aislado proteico en el cerebro de un nuevo sujeto: se obtiene una reconducción de las reacciones de evitación, especialmente las vinculadas a los choques eléctricos, e incluso del recorrido en ciertos laberintos simples.
En ese momento, me dio la impresión de que las vacas sacudían la cabeza; pero él tampoco veía a las vacas.
—Es obvio que estos resultados no se pueden aplicar a los vertebrados, y todavía menos a los primates evolucionados, como el hombre. Supongo que recuerda lo que dije el primer día del curso sobre las redes neuronales
Pues bien, podemos considerar la reproducción de un dispositivo semejante, no en los ordenadores tal como los conocemos, sino en un cierto tipo de máquina de Turing, que podríamos llamar autómatas de cableado difuso, con los que trabajo actualmente. Al contrario que las calculadoras clásicas, los autómatas de cableado difuso son capaces de establecer conexiones variables, evolutivas, entre unidades de cálculo adyacentes; por lo tanto son capaces de memorización y aprendizaje. A priori, no hay límite para el número de unidades de cálculo que pueden enlazarse, y por lo tanto tampoco hay límite para la complejidad de las redes. En esta fase, la dificultad, y es considerable, consiste en establecer una relación biyectiva entre las neuronas de un cerebro humano, en los primeros minutos tras el fallecimiento, y la memoria de un autómata no programado. Como el ciclo de vida de este último es poco más o menos ilimitado, la siguiente etapa consiste en reinyectar la in-formación en sentido inverso, hacia el cerebro del nuevo clon; es la fase de downloading, que no presentará, estoy seguro, ninguna dificultad particular una vez que se haya perfeccionado el uploading.
Caía la noche; las vacas se alejaron poco a poco camino a sus pastos, y yo no podía evitar la idea de que no estaban de acuerdo con el optimismo del Sabio.
Abandono y silencio. Cargadas con todos los ruidos de la mayor ciudad de China, las ondas
zumbadoras se perdían allí, como en el fondo de un pozo los sonidos procedentes de las
profundidades de la tierra: todos los de la guerra, y las últimas sacudidas nerviosas de una multitud
que no quiere dormir. Pero era lejos donde vivían los hombres; allí, nada quedaba del mundo, como
no fuese una noche, en la cual Chen se ponía de acuerdo con su instinto, como adquiriendo una
amistad súbita: aquel mundo nocturno, inquieto, no se oponía a su crimen. Mundo en que los
hombres habían desaparecido; mundo eterno. ¿Volvería el día, acaso, sobre aquellas tejas podridas,
sobre todas aquellas callejuelas, en el fondo de las cuales una linterna iluminaba un muro sin
ventanas o un nido de hilos telegráficos? Existía un mundo del crimen, y él se hallaba en ese
mundo, como en el calor. Ninguna vida; ninguna presencia; ningún ruido próximo. Ni siquiera los
gritos de los modernos comerciantes; ni siquiera los ladridos de los perros abandonados...
Por fin, una tienda mugrienta: Lu-Yu-Shuen y Hemmelrich, Fonos. Había que volver entre los
hombres... Esperó algunos minutos, sin entregarse por completo, y por fin golpeó un postigo. La
puerta se abrió casi inmediatamente: era una tienda llena de discos alineados con cuidado, con un
vago aspecto de biblioteca pobre; luego, la trastienda, grande, desnuda, y cuatro camaradas en
mangas de camisa
JUAN JOSÉ MILLÁS-EL ORDEN ALFABETICO 129 págs 155-129=26
Cuando el aburrimiento dispersaba a la gente, o la mayoría de mis amigos
se ponía a jugar al fútbol, yo me sentaba sobre una piedra, junto a la charca que
había en el descampado, y observaba los movimientos de una araña que había
construido su tela entre dos juncos. Si tenía paciencia, veía caer en ella
pequeños insectos, a los que el animal inyectaba un veneno paralizante antes de
envolverlos en una especie de capullo de seda donde se mantenían frescos hasta
la hora de la comida. A base de observar, fui distinguiendo toda la vida que se
agitaba en aquella pequeña charca, pues había ranas también y escarabajos y un
bicho de patas larguísimas que llamábamos zapatero.
Pronto advertí que, aunque todos aquellos animales fueran muy distintos
y produjeran la impresión de ser independientes entre sí, cada uno estaba atado
a los demás por un hilo invisible que en el otro lado de la vida no habría sido
capaz de adivinar, como si formaran sobre el tablero de la charca un puzzle en
el que cada una de las piezas, aisladamente considerada, no tuviera sentido. Si
no hubiera mosquitos, la araña, que se alimentaba de ellos, desaparecería
también. Pero sin mosquitos y sin arañas tampoco habría ranas, y así
sucesivamente. I
A veces, contemplaba a mis amigos y me preguntaba si también ellos
llevaban una doble vida; si su cuerpo se encontraba en otro lugar, además de
estar en éste. Pero no me atrevía a indagar, pues siempre tuve de mí mismo la
imagen de una persona solitaria, a la que sucedían cosas especiales que no
podía comunicar a los demás. En cierta ocasión, cerca de la charca, al levantar
una piedra, vi un escarabajo y después de observarlo durante mucho tiempo
comprendí que teníamos algunas cosas en común
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