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VLADIMIR NABOKOV-252
Era una calle humilde y engañosa: la parada del trolebús te llevaba hasta el
comienzo de la misma, en su intersección con una avenida muy concurrida. Durante
un buen trecho se arrastraba en la oscuridad, sin escaparate alguno ni tampoco
alegría. Pero luego se llegaba a una pequeña plaza (cuatro bancos, un macizo de
pensamientos) en torno a la cual circulaba un trolebús que chirriaba como si
refunfuñara ante lo que veía a su paso. Al llegar a ese punto, la calle cambiaba de
nombre y empezaba una nueva vida. A lo largo de la acera derecha, se sucedían una
serie de comercios: una frutería, con pirámides de naranjas de intensos colores; un
estanco, cuyo reclamo era un dibujo de un turco voluptuoso; una tienda de
ultramarinos con ristras y más ristras grises y grasas de salchichas marrones; y
finalmente, contra todo pronóstico, una tienda de mariposas. Por la noche,
especialmente cuando había humedad, cuando el asfalto brillaba como si fuera el
lomo de una foca, los transeúntes se detenían un momento delante de aquel
escaparate, símbolo del buen tiempo. Los insectos que se mostraban en el mismo
eran unos ejemplares enormes y espléndidos. La gente se decía al verlos: «¡Qué
colores tan increíbles!», y seguía su penoso camino bajo la lluvia. Alas de ojos
abiertos de asombro, trémulo satén azul, magia negra —la mirada retenía al
transeúnte rezagado, detenida en aquella maravilla, haciendo tiempo hasta que
llegara el momento de subirse al trolebús o de comprar el periódico. Y la memoria
retenía también en el recuerdo, junto con las mariposas, algunos de los objetos
expuestos que compartían con ellas espacio y magia: un globo, unos lápices y el
cráneo de un mono sobre un montón de cuadernos.
JAMES JOYCE-ULISES I 252
REMINISCENCIAS DE LOS DÍAS DE
ANTAÑO
Tiene sus rastros en la
sangre. Kendal Bushe, o más bien dicho
Seymour Bushe.
—Habría estado en el banquillo hace
tiempo —replicó el profesor si no fuera por...
Pero no importa.
J. J. O'Molloy se dio vuelta hacia Esteban
y le dijo lenta y calmosamente:
—Uno de los períodos más brillantes que
creo haber escuchado en toda mi vida salió de
los labios de Seymour Bushe. Fue en ese caso de
fratricidio, el crimen de Childs. Bushe lo
defendió.
Y en los pabellones de mis oídos
vertió
Entre paréntesis, ¿descubrió eso? Murió
mientras dormía ¿o fue la otra historia, la bestia
con dos espaldas?
—¿Cómo fue eso? —preguntó el profesor.
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