domingo, febrero 05, 2012

FUERA DE COBERTURA

 

  zoom

                                                              

 

¿Tiene hermanas?No os preocupéis

Mientras te comen a ti no nos comen a nosotros

Un soldado cuando va al cuartel lo primero que hace es cambiar de pie

 

JAMES JOYCE-ULISES-425

—¿Qué aria es ésa? —preguntó Leopoldo
Bloom.

—Todo está perdido ahora.
Richie frunció sus labios.  El incipiente
sortilegio de una dulce nota baja lo murmuraba
todo.  Un tordo, Malvis, su dulce soplo de pájaro,
buenos dientes de que él está orgulloso, gimió
con dolorida pena. Está perdido. Rico sonido.
Ahora dos notas en una. El mirlo que escuché en

el valle de espinos. Tomando mis motivos se
apareaba y los devolvía. A lo sumo también
nuevo llamado en el todo perdido en el todo.
¡Qué dulce la respuesta! ¿Cómo se hace eso?
Todo perdido ahora. Plañidero silbo. Cae, se
rinde, perdido.
Bloom inclinó leopoldina oreja,
acomodando un fleco de la carpetita bajo el
florero. Orden. Si me acuerdo. Hermoso aire.
Fue hacia él dormida. Inocencia bajo la luna.
Retenerla todavía. Valientes, ignoran su peligro.
Llamarlo por su nombre. Tocar el agua. Salto
saltarín.
Demasiado tarde. Ella anhelaba ir. Por
eso. La mujer. Mas facil seria detener el mar. Sí:
todo está perdido

NABOKOV-425

Ella sacó la cabeza, audible y real, radiante de placer; uno de nosotros, corriendo al paso del tren que ya había
iniciado su marcha, le entregó una revista y una guía Tauchnitz (sólo leía en inglés
cuando viajaba); todo se desvanecía con hermosa suavidad, y yo tenía el billete de
andén en la mano, tan arrugado que resultaba irreconocible, y una canción del siglo
pasado (relacionada, dicen, con un drama parisino de amor) no dejaba de sonar en
mi cabeza, surgida, Dios sabe por qué, de la caja de música de mi memoria, una
balada quejumbrosa que solía cantar a menudo una tía soltera mía, cuyo rostro era
tan amarillo y cerúleo como las velas de una iglesia rusa, y dotada sin embargo por
la naturaleza de una'voz tan potente, tan llena, que casi la hacía entrar en el trance
glorioso de una nube de fuego cuando entonaba:

On dit que tu te maries,
tu sais que j'en vais mourir

Y aquella melodía, el dolor, la ofensa, el lazo entre el himen y la fuerte evocado por
el ritmo y la propia voz de la cantante muerta, acompañaba al recuerdo como única
dueña de la canción, me tuvieron inquieto durante varias horas tras la marcha de
Nina e incluso más tarde aquellas notas surgían en intervalos crecientes como las
últimas pequeñas olas que un barco que pasa arroja sobre la playa y que cada vez
lamen la arena con menos frecuencia y con más ensoñación, o como la agonía de
bronce de un campanario que vibra después de que su campana haya vuelto a
ocupar su posición inicial en el círculo acogedor de su familia

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