JAMES JOYCE-ULISES 294
VLADIMIR NABOKOV-294
A nadie le está prohibido creer en la inmortalidad del alma; pero hay
una pregunta terrible que nadie que yo conozca se ha planteado (meditaba Graf
mientras se bebía un jarro de cerveza): ¿no existirá la posibilidad de que el paso del
alma al más allá vaya acompañado de impedimentos fortuitos y vicisitudes
aleatorias semejantes a los distintos accidentes que rodean el nacimiento y la
llegada de un ser a este mundo? ¿No podríamos ayudar al éxito de tal tránsito
mediante la puesta en práctica, mientras estamos vivos, de ciertas medidas
psíquicas o incluso físicas? ¿Y cuáles concretamente? ¿Qué debemos prever, qué
debemos almacenar, qué debemos evitar? ¿Acaso deberíamos considerar la religión
(argumentaba para sí Graf, demorándose en la taberna oscura y desierta donde las
sillas hacía tiempo que bostezaban y se habían dormido sobre las mesas), esa
religión que cubre las paredes de la vida con imágenes sagradas, como si fuera una
forma de tratar de crear un ambiente favorable (más o menos de la misma forma en que, según dicen ciertos médicos, las fotografías de niños hermosos, rollizos, que adornan el dormitorio de las mujeres embarazadas tienen un efecto beneficioso en
el fruto de sus entrañas)? Pero incluso si se hubieran tomado las medidas necesarias,
incluso en el caso de que supiéramos por qué X (que se alimentaba de esto o de
aquello, je leche, de música... o de lo que fuere) efectuó el tránsito hasta el jnás allá
sin accidente alguno, mientras que Y (cuya alimentación había sido ligeramente
distinta) quedó detenido y pereció, no existirán otros riesgos que amenacen el
propio momento del tránsito, y que de alguna manera puedan interponerse en el
camino, estropeándolo todo, porque, escucha, incluso los animales o gente muy
simple se hacen a un lado sigilosamente cuando les llega la hora: no me pongas
trabas, no pongas trabas en mi peligrosa, difícil tarea, concédeme, oh Dios, que mi
tránsito se desarrolle pacíficamente y que me libere sin trabas de mi alma inmortal.
Estos pensamientos deprimían a Graf, pero todavía era más terrible, más desolador el pensar que existiera la posibilidad de que no hubiera más allá, de que la vida de un hombre estallara irremediablemente como las burbujas que bailan y se desvanecen en una tempestuosa tubería bajo las mandíbulas de una cañería
LAS MEJORES
HISTORIAS
SINIESTRAS The Dummy, Susan Sontag 280*2=560-294=266
El doble le da un beso a mi mujer, sale a la puerta y entra en el
ascensor (¿se reconocerán las máquinas una a otra?, me pregunto). Una
vez en el vestíbulo sale por la puerta echando a andar sin prisa —el
doble ha salido con tiempo suficiente y no tiene que preocuparse— y se
mete en el «metro». Seguro, tranquilo, limpio (lo limpié yo mismo el
domingo por la noche), sin turbarse, va llevando a cabo las tareas
fijadas. El estará contento mientras yo esté satisfecho con él y así
estaré, haga lo que haga, siempre que los demás estén satisfechos con
él. Mientras tanto, yo me tengo para mí mismo.
Nadie nota nada diferente en la oficina. La secretaria le saluda y él
responde con una sonrisa, tal como yo hago siempre; luego va a mi
despacho, cuelga el abrigo y se sienta ante mi mesa. La secretaria le
trae el correo. Después de leerlo, llama para dictar algunas cosas. A
continuación hay una pila de papeles —los asuntos que yo dejé sin
terminar desde el viernes pasado— a los que tiene que atender.
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