BORGES-OBRAS COMPLETAS- 124
LA CANCIÓN DEL BARRIO
Mil novecientos doce. Hacia los muchos corralones de la calle
Cerviño o hacia los cañaverales y huecos del Maldonado —zona
dejada con galpones de zinc, llamados diversamente salones,
donde flameaba el tango, a diez centavos la pieza y la compañera—
se trenzaba todavía el orilleraje y alguna cara de varón quedaba
historiada, o amanecía con desdén un compadrito muerto con
una puñalada humana en el vientre; pero en general, Palermo
se conducía como Dios manda, y era una cosa decentita, infeliz,
como cualquier otra comunidad gringo-criolla. El júbilo astrológico
del Centenario era tan difunto como sus leguas de lanilla azul
de banderas, como sus bordalesas de brindis, sus cohetes botarates,
sus luminarias municipales en el herrumbrado cielo de la
plaza de Mayo y su luminaria predestinada el cometa Halley,
ángel de aire y de fuego a quien le cantaron el tango Independencia
los organitos. Ya la gimnasia interesaba más que la muerte:
los chicos ignoraban el visteo por atender al football, rebautizado
por desidia vernácula el foba.
VLADIMIR NABOKOV-CUENTOS- 124
Y a medida que Sack llegaba al final de su historia, iba apretando sus ojos con más
tristeza y con más fuerza.
Parece que la noche en que llegó a Munich, Bachmann se escapó del hotel donde
solía alojarse con madame Perov. Quedaban tres días para el concierto y Sack, como
es natural, estaba prácticamente histérico. No había manera de encontrar a
Bachmann. Era a finales de otoño y llovía mucho. Madame Perov cogió un catarro y
tuvo que guardar cama. Sack, con dos detectives, siguió rastreando los bares.
El día del concierto la policía telefoneó para decir que Bachmann había sido
localizado. Le habían encontrado en la calle por la noche y había dormido en la
estación. Sin decir palabra, Sack le llevó desde la comisaría al teatro, lo entregó
como si fuera un objeto a sus ayudantes y se fue al hotel a por el frac de Bachmann.
A través de la puerta, le contó a madame Perov lo que había pasado. Luego, volvió
al teatro.
Bachmann, con su sombrero negro hundido hasta las cejas, estaba sentado en su
camerino, tamborileando con tristeza sobre la mesa con un solo dedo
Caligrafía de los sueños-JUAN MARSE 124
La sangre no brota de inmediato, lo hace unos
segundos después de desaparecer el dedo, y nadie
en el taller lo oye gritar o lamentarse, entre otras
cosas porque, sorprendentemente, no le duele.
Desconecta la máquina y no quiere mirar la mano
todavía, no se atreve; la levanta a la altura de los
ojos pero no quiere verla, y cuando por fin se
decide, la contempla como si fuera una cosa ajena
a él, un apéndice carnal extraño a su cuerpo. Con la
mano alzada se vuelve despacio hacia el operario
más cercano, que se horroriza al ver brotar el chorro
de sangre. Él no ha sentido nada, apenas un
pellizco, pero enseguida, al tomar conciencia de
que le falta un dedo, le invade un súbito mareo, se le
aflojan las piernas y empieza a sudar
copiosamente. Gritos y maldiciones en torno suyo y
carreras hacia el botiquín. Con un vendaje
improvisado y el brazo en alto, se lo llevan a
urgencias del Hospital Clínico y después le dan la
baja.
¿Adónde van a parar los dedos muertos de los
pianistas?, se pregunta con amargura. Y acto
seguido, en voz alta:
—¿Cómo es que me duele el dedo que no
tengo, madre?
JAMES JOYCE –ULISES 124
Ved, el destello mañanero. Iba bien alumbrada con una buena carga de oporto de Delahunt en la barriga. A
cada bandazo del jodido coche ya me la tenía encima. ¡Menudo revoltijo! Tiene un buen par, que Dios la
bendiga. Así.
Extendió las manos encovadas alejándolas de él un codo, frunciendo el ceño:
-Estuve remetiéndole la manta y arreglándole el boa todo el tiempo. ¿.Sabe a qué me refiero?
Sus manos moldearon copiosas curvas de aire. Apretó los ojos con placer, contrayéndosele el cuerpo, y
rumbó un dulce gorjeo desde sus labios.
-El mozo estaba en guardia de todas formas, dijo con un suspiro. Es una yegua de mucho brío de eso no
hay duda. Bloom iba señalando todas las estrellas y cometas del firmamento a Chris Callinan y al calesero:
la osa mayor y Hércules y el dragón, y la biblia en pasta. Pero yo, vaya por Dios, que andaba perdido, como
quien dice, en la vía láctea. Él se las conoce todas, se lo juro. Por fin ella descubrió una chiquitita chiquitina
a millas de distancia. ¿Yqué estrella es ésa, Poldy? va y dice ella. Vaya por Dios, dejó a Bloom todo cortado.
Ésa ¿no? dice Chris Callinan, seguro que ésa es sólo lo que se dice una pichita de nada. Vaya por
Dios, que no andaba muy lejos de dar en el blanco. Lenehan se paró y se apoyó contra el muro del río, resoplando
con risa suave.
-No puedo más, jadeó.
CARLOS RUIZ ZAFON-PRISIONERO DEL CIELO 124
El santuario. De joven iba yo por allí todos los sábados a que el señor Sempere me abriese los ojos.
—Mi abuelo.
—Ahora hace ya años que no voy por allí porque mis finanzas están bajo mínimos y me he echado a lo del préstamo bibliotecario.
—Pues háganos el honor de volver a la librería, don Oswaldo, que es su casa y por precios no va a quedar nunca.
—Así lo haré.
Me tendió la mano y se la estreché.
—Un honor hacer negocios con los Sempere.
—Que sea el primero de muchos.
—Y del cojo aquel que se hacía ojitos con el oro y el moro, ¿qué se hizo?
—Resultó que no era oro todo lo que relucía —dije. —El signo de los tiempos...
El tiempo envejece
deprisa
Nueve historias
Antonio Tabucchi 124
«Nunca me he creído eso de que la vida imita al arte, es una boutade que ha
hecho fortuna porque es facilona, la realidad supera siempre a la imaginación,
por eso es imposible escribir determinadas historias, pálidas evocaciones de
cuanto ocurrió realmente.
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