viernes, marzo 02, 2012

EL PODER DEL HAMBRE

  

                            

                                                                                     

JAMES JOYCE-ULISES  220

Un pájaro se posó mansamente en la rama de un chopo. Como si estuviera disecado. Como el regalo de
boda que nos dio el edil Hooper. ¡Juu! Ni se ha inmutado. Sabe que no hay tirachinas por aquí. Un animal
muerto es aún más triste. La tontuela de Milly que enterró al pajarito muerto en la caja de cerillas de la cocina,
una cadena de margaritas y trocitos de loza rota en la sepultura.
El Sagrado Corazón es ése: mostrándolo. El corazón en la mano. Debería estar de lado y rojo debería estar
pintado como un corazón de verdad. Irlanda le fue dedicada o como sea. Parece de todo menos a gusto.
¿Por qué esta pena? Vendrían entonces los pájaros a picar como el chico del canasto de finta pero él dijo
que no porque debían de haber tenido miedo del chico. Apolo fue ése.
¡Cuántos! Todos estos aquí en un tiempo anduvieron por Dublín. Fieles difuntos. Como tú estás ahora así
estuvimos una vez nosotros.
Además ¿cómo podrías recordar a todo el mundo? Ojos, andares, voz. Bueno, la voz, sí: gramófono. Pones
un gramófono en cada sepultura o lo tienes en la casa. Después de la comida de los domingos. Pon al
pobre bisabuelo. ¡Craajraarc! Holaholahola estoymuycontento craarc muycontentoverosdenuevo holahola
estoym cnpzsz. Te recuerda la voz como la fotografia te recuerda la cara. Si no no podrías recordar la cara
después de quince años, digamos. ¿Por ejemplo quién? Por ejemplo un tipo que murió cuando yo estaba en
lo de Wisdom Hely.
¡Rtststr! Un traqueteo de guijarros. Espera. ¡Alto!
Miró hacia abajo intensamente a una cripta de piedra. Algún animal. Espera. Ahí va.
Una obesa rata gris paseaba insegura a lo largo de la cripta, moviendo los guijarros. Se las sabe todas la
muy vieja: bisabuela: conoce el percal. El gris vivo se apretujó por debajo del plinto, culebreó para dentro
por debajo. Buen escondite para un tesoro.
¿Quién vive ahí? Yacen los restos de Robert Emery. A Robert Emmet lo enterraron aquí a la luz de las
antorchas ¿no? De correrías.
El rabo acaba de desaparecer.
Uno de esos bichos tendría poco trabajo con uno. Dejaría los huesos mondos fuera quien fuese. Carne
comente para ellos. Un cadáver es carne que se ha echado a perder. Bueno ¿y qué es el queso? Cadáver de
la leche

VLADIMIR NABOKOV  220

Anton Petrovich se metió en el pasillo, siguió la flecha hasta los servicios de
caballeros, seres humanos, la humanidad, pasó delante del retrete, delante de la
cocina, dio un respingo al tropezarse con un gato que se le enredó en los pies,
apresuró el paso, llegó al final del pasillo, abrió una puerta y una lluvia de sol le
salpicó el rostro. Se encontró en un patio verde, donde se paseaban unas gallinas y
en el que un chico con un traje de baño viejo descansaba sobre un tronco de árbol.
Anton Petrovich pasó corriendo delante de él, dejó atrás unos matorrales, bajó un
par de peldaños de madera y otros matorrales, y de repente se resbaló porque el
suelo estaba inclinado. Las ramas le azotaban la cara, por lo que tuvo que abrirse
paso torpemente, sin dejar de resbalarse y de descender por aquel camino; la
pendiente, cubierta de saúcos, era cada vez más empinada. Finalmente su
precipitado descenso se hizo incontrolable. Empezó a deslizarse sobre sus piernas
abiertas, todas tensas, tratando de protegerse de las ramas ligeras. Y entonces, a
toda velocidad, se encontró abrazado a un árbol inesperado y empezó a moverse de
lado. Los matorrales se hicieron menos densos. Delante había una valla muy
elevada. Vio que había un hueco y cruzó entre las redes encontrándose al fin en una

arboleda de pinos, entre cuyos troncos  junto a una choza colgaba, moteada con la
sombra de los árboles, una colada de ropa recién lavada. Con la misma decisión
atravesó la arboleda y al momento se dio cuenta de que una vez más se encontraba
deslizándose pendiente abajo. Delante de él el agua relucía entre los árboles

BORGES 220

Resolver sin escándalo el problema del mal, mediante
la hipotética inserción de una serie gradual de divinidades entre
el no menos hipotético Dios y la realidad. En el sistema examinado,
esas derivaciones de Dios decrecen y se abaten a medida que
se van alejando, hasta fondear en los abominables poderes que
borrajearon con adverso material a los hombres. En el de Valentino
—que no dio por principio de todo, el mar y el silencio—,
una diosa caída' (Achamoth) tiene con una sombra dos hijos, que
son el fundador del mundo y el diablo. A Simón el Mago le
achacan una exasperación de esa historia: el haber rescatado a
Elena de Troya, antes hija primera de Dios y luego condenada
por los ángeles a trasmigraciones dolorosas, de un lupanar de
marineros en Tiro.1 Los treinta y tres años humanos de Jesucristo
y su anochecer en la cruz no eran suficiente expiación para los
duros gnósticos.
Falta considerar el otro sentido de esas invenciones oscuras.
La vertiginosa torre de cielos de la herejía basilidiana, la proliferación
de sus ángeles, la sombra planetaria de los demiurgos
trastornando la tierra, la maquinación de los círculos inferiores
contra el pleroma, la densa población, siquiera inconcebible o nominal,
de esa vasta mitología, miran también a la disminución
de este mundo. No nuestro mal, sino nuestra central insignificancia,
es predicada en ellas. Como en los caudalosos ponientes
de la llanura, el cielo es apasionado y monumental y la tierra
es pobre. Ésa es la justificadora intención de la cosmogonía- melodramática
de Valentino, que devana un infinito argumento de
dos hermanos sobrenaturales que se reconocen, de una mujer
caída, de una burlada intriga poderosa de los ángeles malos y de
un casamiento final. En ese melodrama o folletín, la creación
de este mundo es un mero aparte. Admirable idea: el mundo
imaginado como un proceso esencialmente fútil, como un reflejo
lateral y perdido de viejos episodios celestes. La creación como
hecho casual.

El proyecto fue heroico; el sentimiento religioso ortodoxo y
la teología repudian esa posibilidad con escándalo. La creación
primera, para ellos, es acto libre y necesario de Dios. El universo,
según deja entender San Agustín, no comenzó„en el tiempo, sino
simultáneamente con el-juicio que niega toda prioridad del
Creador. Strauss da por ilusoria la hipótesis de un momento inicial,
pues éste contaminaría de temporalidad no sólo a los instantes
ulteriores, sino también a la eternidad "precedente".

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