YASUNARI KAWABATA *EL CLAMOR DE LA MONTAÑA 720
Por la mañana,tan solo recordaba un fragmento del sueño.Los pinos de la isla y el color del mar aún permanecían vividos en su memoria.Shingo estaba abrazado a una mujer en una pradera sombreada de pinos.Estaba escondido.Tenia miedo.Había venido con esa mujer hasta aquí.Los dos solos.La mujer era extraordinariamente joven,una muchacha.Shingo ignoraba su propia edad,pero debía ser también muy joven,si recordaba cómo había corrido con ella entre los pinos.Abrazado a la muchacha,no sentía la diferencia de edades.Pero, al mismo tiempo,su rejuvenecimiento no pertenecía al pasado lejano.Era algo así como si el actual Shingo de 72 años estuviera en los veinte.Ahí estaba lo maravilloso del sueño.Se había alejado del mar en una lancha motora,con sus amigos.En esa misma lancha,una mujer,ella sola en pie,agitaba incesantemente un pañuelo,cuya blancura,aun después de desaparecido el sueño,había quedado nítida sobre el azul del mar.El y la mujer habían sido abandonados en una isla,a solas,sin que esto les causase la más mínima inquietud.Shingo podíaS ver la lancha sobre el mar,alejándose.Pero desde la lancha ,no podía ser descubierto su lugar oculto.Esto absorbía sus pensamientos.En la escena del pañuelo blanco se despertó.Al levantarse por la mañana ,ya no sabia quien había sido la compañera del sueño.Era un ser sin rostro y sin forma del que no guardaba ya ninguna impresión táctil.Solo el color del paisaje permanecía vivo.Nunca había estado allí,ni había navegado en lancha a un islote desierto.Pensó preguntar a alguno de la cas si el color en el sueño no seria signo de debilidad nerviosa.Solo el enigma del sueño se rompería si llegaba a identificar a esa mujer.
BORGES-OBRAS COMPLETAS 720
EL CULTO DE LOS LIBROS
Alcorán" (también llamado El Libro, Al Kitab), no es una mera
obra de Dios, como las almas de los hombres o el universo; es
uno de los atributos de Dios como Su eternidad o Su ira. En el
capítulo XIII, leemos que el texto original, La Madre del Libro,
está depositado en el Cielo. Muhammad-al-Ghazali, el Algazel de
los escolásticos, declaró: "el Alcorán se copia en un libro, se pronuncia
con la lengua, se recuerda en el corazón y, sin embargo
sigue perdurando en el centro de Dios y no lo altera.su pasaje
por las hojas escritas y por los entendimientos humanos". George
Sale observa que ese increado Alcorán no es otra cosa que su
idea o arquetipo platónico; es verosímil que Algazel recurriera
a los arquetipos, comunicados al Islam por la Enciclopedia de
los Hermanos de la Pureza y por Ayicena, para justificar la noción
de la Madre del Libro.
Aun más extravagantes que los musulmanes fueron los judíos.
En el primer capítulo de su Biblia se halla la sentencia famosa:
"Y Dios dijo; sea la luz; y fue la luz"; los cabalistas razonaron
que la virtud de esa orden del Señor procedió de las letras de las
palabras. El tratado Sefer Yetsirah (Libro de la Formación), redacta-
do en Siria o en Palestina hacia el siglo vi, revela que
Jehová de los Ejércitos, Dios de Israel y Dios Todopoderoso, creó
el universo mediante los números cardinales que van del uno al
diez y las veintidós letras del alfabeto.
Que los números sean
instrumentos o elementos de la Creación es dogma de Pitágoras
y de Jámblico; que las letras lo sean es claro indicio del nuevo
culto de la escritura. El segundo párrafo del segundo capítulo
reza: "Veintidós letras fundamentales: Dios las dibujó, las grabó,
las combinó, las pesó, las permutó, y con ellas produjo todo lo
que es y todo lo que será." Luego se revela qué letra tiene poder
sobre el aire, y cuál sobre el agua, y cuál sobre el fuego, y cuál
sobre la sabiduría, y cuál sobre la paz y cuál sobre la gracia, y cuál
sobre el sueño, y cuál sobre la cólera, y cómo (por ejemplo) la
letra kaf, que tiene poder sobre la vida, sirvió para formar el sol
en el mundo, el miércoles en el año y la oreja izquierda en el
cuerpo.
Más lejos fueron los cristianos. El pensamiento de que la divinidad
había escrito un libro los movió a imaginar que había
escrito dos y que el otro era el universo. A principios del siglo xvn,
Francjs Bacon declaró en sil Advancement of Learning que Dios
' nos ofrecía dos libros, para que no incidiéramos en error: el primero,
el volumen de las Escrituras, que revela Su voluntad; el
segundo, el volumen de las criaturas, que revela Sú poderío y
que éste era la llave de aquél
CORAN -720
Sura 38. Sad
(29) [Hemos expuesto todo esto en esta] escritura divina bendecida que te hemos revelado,
[Oh Muhámmad,] para que los hombres reflexionen sobre sus mensajes y para que los dotados
de perspicacia los tomen en serio.
(30) Y A DAVID le dimos a Salomón [por hijo –y] ¡qué excelente siervo [Nuestro llegó a ser]!
Ciertamente, se volvía a Nosotros continuamente28 --(31) [y aun] cuando le fueron mostrados,
al atardecer, unos veloces corceles de raza, (32) dijo: “¡En verdad, he llegado a amar el
gusto por lo bueno porque me hace recordar a mi Sustentador!”29 –[y repetía esas palabras
mientras los corceles se alejaban a la carrera,] hasta perderse tras el velo [de la distancia30 --y
entonces ordenó], (33) “¡Traedmelos!” –y palmeaba [afectuosamente] sus patas y sus cuellos.31
34) Pero [antes de esto] en verdad, habíamos probado a Salomón situando sobre su trono
un cuerpo [sin vida];32 y entonces se volvió arrepentido [a Nosotros; y] (35) oró: ¡Oh Sustentador
mío! ¡Perdóname mis pecados, y concédeme el regalo de un reino que no sirva a nadie
después de mí:33 en verdad, sólo Tú eres el [verdadero] Dador de Regalos!”
(36) Y así34 le sometimos el viento, de modo que soplaba suavemente, por orden suya,
donde él quería,35 (37) y también a todas las fuerzas rebeldes [a las que obligamos a trabajar
para él] –toda suerte de albañiles y de buceadores—(38) y otros encadenados juntos.36
La historia del amor de Salomón por los caballos quiere mostrar que todo verdadero amor a Dios acaba
reflejándose en apreciación de, y reverencia por, la belleza creada por Él.
JAMES JOYCE-ULISES 720
¿Qué hay en un nombre?
Eso es lo que nos preguntamos en la infancia
cuando escribimos el nombre que se nos ha
dicho es nuestro. Una estrella, un lucero del
alba, un meteoro se levantó en su nacimiento.
Brillaba sólo de día en el firmamento, más
brillante que Venus en la noche, y de noche
brillaba sobre el delta de Casiopea, la
constelación reclinada que es la rúbrica de su
inicial entre las estrellas. Sus ojos la
observaban, humillándose en el horizonte, hacia
el Este del oso, mientras caminaba por los
dormidos campos de verano a medianoche,
volviendo de Shottery y de los brazos de ella.
Ambos satisfechos. Yo también.
No les digas que tenía nueve años de
edad cuando se extinguió.
Y de los brazos de ella.
Espera a ser cortejado y conquistado. ¡Ay,
tonto! ¿Quién te cortejará?
Leamos los astros. Autontimerumenos
Bous Stephanoumenos. ¿Dónde está su
constelación? Esteban, Esteban, corta parejo el
pan E. D.: sua donna. Già: di lui. Gelindo
risolve, di non amar. E. D.
—¿Qué es eso, señor Dedalus? —preguntó
el bibliotecario cuáquero—. ¿Era un fenómeno
celeste?
—Una estrella de noche —dijo Esteban—
y de día una colmena de nube.
VLADIMIR NABOKOV-CUENTOS COMPLETOS 675 págs 720-675=45
Batir de alas
Kern agarró la guitarra
por el mástil y, con toda su fuerza, golpeó aquel rostro blanco que volaba ante sus
ojos. Como si se tratara de una tempestad de pelo, la nervadura de un ala de aquel
gigante le tumbó de un golpe al suelo. Estaba abrumado por el olor de aquel
animal. Kern se levantó dando bandazos.
En el centro de la habitación había un ángel inmenso.
Ocupaba toda la habitación, todo el hotel, todo el mundo. Su ala derecha se había
quebrado, y la apoyaba en ángulo contra el armario de luna. La izquierda no dejaba
de mecerse imponente, enredándose en las patas de una butaca volcada en el suelo.
La butaca se balanceaba, rítmicamente, en el suelo. El pelo pardo de las alas
humeaba, irisado con la escarcha. Ensordecido por el golpe, el ángel se apoyaba en
las palmas de sus manos como una esfinge. En sus manos blancas latían bien visibles
e hinchadas unas venas azules, y en los hombros, junto a la clavícula se veían zonas
de sombras. Sus ojos alargados y miopes, verde pálido como el aire que precede a la
aurora, contemplaban a Kern sin pestañear desde el fondo de unas cejas unidas y
absolutamente rectas.
Asfixiado con el penetrante olor a piel mojada, Kern se quedó de pie e inmóvil con
la absoluta indiferencia que produce el terror límite, contemplando al gigante, sus
alas humeantes y su rostro blanco.
Un ruido hueco comenzó a oírse al otro lado de la puerta, en el pasillo y Kern se vio
dominado por una emoción distinta: una vergüenza desgarradora. Estaba
avergonzado hasta el dolor, hasta el horror de pensar que en cualquier momento
alguien pudiera llegar hasta allí y encontrarle con semejante criatura, tan
absolutamente increíble.
Con un ruidoso jadeo el ángel se esforzó por moverse.
Pero tenía los brazos débiles
y se desplomó sobre el pecho. Una de sus alas dio unas cuantas sacudidas.
Castañeteando, tratando de no mirar, Kern se inclinó sobre él, agarró aquella masa
de piel maloliente y húmeda, sujetándola por los hombros pegajosos. Notó con un
horror de náusea que los pies del ángel eran pálidos y no tenían huesos, y que le
resultaría imposible mantenerse en pie. El ángel no se resistió. Kern, a toda prisa, lo
empujó hacia el armario, abrió de par en par la puerta de luna y se dispuso a meter
dentro aquellas alas, que crujían al verse apretadas en el fondo del armario. Las
cogió por los nervios, tratando de doblarlas y meterlas dentro. Pero las alas
pugnaban por desplegarse, y pelos y piel no dejaban de golpearle con sus aletazos
en el pecho. Por fin consiguió cerrar la puerta de un buen golpe. En aquel instante
se oyó un grito lacerante, insoportable, el grito de un animal aplastado por una
rueda. Al cerrar la puerta de golpe había pillado un ala, eso era. Una puntita del ala
sobresalía por una rendija. Kern abrió ligeramente la puerta y remetió la cuña
sinuosa con su propia mano. Cerró con llave.
Todo se quedó muy tranquilo. Kern sintió que unas lágrimas ardientes le corrían por
la cara. Respiró hondo y salió corriendo al pasillo. Isabel estaba junto a la pared, un
montón de encogida seda negra. La recogió en sus brazos, la llevó a su habitación y
la depositó en la cama. A continuación cogió la pesada Parabellum de su maleta, le
quitó el seguro, salió corriendo casi sin respirar e irrumpió en la habitación treinta y
cinco.
Las dos mitades de una fuente rota yacían, blancas, en la alfombra. Las uvas estaban
esparcidas aquí y allá.
Kern se vio en el espejo del armario: un mechón de cabello sobre la ceja, una
pechera de camisa almidonada y manchada de rojo, el destello alargado del cañón
de su arma.
—Tengo que rematarlo —exclamó con voz apagada, y abrió el armario.
No había nada salvo una ráfaga, de pelusa maloliente. Unos grasientos mechones
pardos se arremolinaban por el suelo de la habitación. El armario estaba vacío. En el
suelo, una sombrerera blanca aplastada.
Kern se acercó a la ventana y miró. Unas nubéculas peludas se deslizaban contra la
luna y proyectaban en su entorno apagados arco iris. Cerró los cajones, volvió a
poner la butaca en su sitio, y empujó a patadas los mechones pardos bajo la cama.
Luego, con cautela salió al pasillo. Estaba tan tranquilo como antes. La gente
duerme como un tronco en los hoteles de montaña.
Y cuando volvió a su habitación lo que vio fue a Isabel con los pies desnudos
colgando fuera de la cama, temblando, con la cabeza entre las manos. Sintió
vergüenza, como unos minutos antes, cuando el ángel le estaba mirando con sus
extraños ojos verdosos.
—
—Dime ¿dónde está? —le preguntó Isabel con ansiedad.
Kern se dio la vuelta, fue hasta el escritorio, se sentó, abrió el secante y respondió:
—No lo sé.
Isabel encogió sus pies desnudos y los metió en la cama.
—¿Me puedo quedar aquí contigo? Estoy tan asustada...
Kern asintió en silencio. Dominando el temblor de su mano, empezó a escribir.
Isabel comenzó a hablar de nuevo, con una voz apagada y agitada, pero por alguna
razón Kern pensó que su miedo era un miedo femenino, terrenal.
—Lo conocí ayer cuando volaba en la noche sobre mis esquís. Ayer por la noche
vino hasta mí.
Tratando de no escuchar lo que Isabel decía, Kern escribió con mano resuelta:
«Querido amigo, ésta será mi última carta. Nunca olvidaré cómo me ayudaste
cuando el desastre cayó sobre mí. Probablemente él viva en el pico de alguna
montaña donde caza águilas alpinas y se alimenta con su carne...»
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