martes, abril 24, 2012

UN FARDACHO EN MI BAÑERA

  

BORGES-OBRAS COMPLETAS

LA DOCTRINA DE LOS CICLOS     389

El número de todos los átomos qué componen el mundo es,
aunque desmesurado, finito, y sólo capaz como tal de un número
finito (aunque desmesurado también) de permutaciones. En un
tiempo infinito, el número de las permutaciones posibles debe ser
alcanzado, y el universo tiene que repetirse. De nuevo nacerás de
un vientre, de nuevo crecerá tu esqueleto, de nuevo arribará esta
misma página a tus manos iguales, de nuevo cursarás todas las
horas hasta la de tu muerte increíble. Tal es el orden habitual
de aquel argumento, desde el preludio insípido hasta el enorme
desenlace amenazador

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JOYCE-ULISES   389

Y Reuben J. —prosiguió Martín
Cunningham— dio un florín al botero por haber
salvado la vida de su hijo.

Un suspiro ahogado se escapó por debajo
de la mano del señor Power.
—Sí, sí —afirmó Martín Cunningham—.
Como un héroe. Un florín de plata.
—¿No es grande eso? —preguntó
enfáticamente el señor Bloom.
—Había un chelín y ocho peniques de
más —dijo el señor Dedalus secamente.
La risa ahogada del señor Power se
desató quietamente en el coche.
La columna de Nelson.
—¡Ocho ciruelas por un penique! ¡Ocho
por un penique!
—Tendríamos que parecer un poco más
serios —dijo Martín Cunningham.

 

VLADIMIR NABOKOV-CUENTOS COMPLETOS   389

Muy pronto se les
unió una niña pálida y de pelo moreno de unos diez años: «Esta es mi hija, ven,

bonita», dijo Tanya, poniendo la colilla de su cigarrillo, ahora manchado de carmín
de labios, en una concha que servía de cenicero. Entonces llegó su marido, Ivan
Ivanovich Kutaysov, y la condesa, que fue a su encuentro en el cuarto de al lado,
identificó a su visitante en su francés doméstico redolente de la vieja Rusia, como
«le fils du maître d'école chez nous au village », que le llevó a Innokentiy a pensar en
que Tanya una vez, en su presencia, le dijo a una de sus amigas para que se fijara en
sus manos huesudas: «Regarde ses mains »; y ahora, al oír el melodioso, bello ruso
idiomático en el que la niña contestaba a las preguntas de Tanya, se sorprendió a sí
mismo pensando, malevolente y absurdamente, ¡Ajá, ya no tienen dinero para
enseñarles idiomas a los niños! —porque no se le ocurrió pensar en aquel momento
y en aquellos tiempos de emigración que en el caso de una niña nacida en París y
que iba a una escuela francesa, la lengua rusa representaba el mayor y el más ocioso
de los lujos.

 

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