martes, octubre 30, 2012

SOMBRAS INACABADAS

 

JAMES JOYCE
ULISES                1265

En una época
quiso ser actor de teatro, después cantinero y
pasador de redoblonas, y luego nada podía
alejarlo de las riñas de gallos ni de los
atormentaderos de osos, más tarde le dio por el
mar océano o por andar a pie con los gitanos por
los caminos secuestrando al heredero de algún
señor a favor de la luz de la luna o llevándose
las ropas tendidas a secar o estrangulando
pollos detrás de un cerco.

 

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos      675*2=1350-1265=85

 

Al otro lado de la valla, en un claro entre dos edificios, había un solar vacío
rectangular. Varios camiones de mudanzas se recogían allí como enormes ataúdes.
Estaban llenos hasta los topes con su carga. Sólo Dios sabe qué cosas había apiladas
en su interior. Baúles de caoba probablemente, y candelabros como serpientes de
hierro, y el pesado esqueleto de una cama de matrimonio. La luna obtenía un
destello duro de los camiones. A la izquierda del solar, unos enormes corazones
negros se pegaban contra una pared desnuda; las sombras, muy ampliadas, de las
hojas de un tilo que se erguía junto a una farola en el borde de la acera.
Mark seguía riéndose entre dientes mientras subía por las oscuras escaleras que
conducían a su piso. Llegó al último escalón pero equivocadamente levantó el pie
de nuevo como para volver a subir, y el pie cayó torpe al suelo con un golpe seco.
Mientras se esforzaba en la oscuridad por encontrar la cerradura de la puerta, se le
cayó el bastón de bambú y con un leve golpeteo empezó a deslizarse por las
escaleras. Mark contuvo el aliento. Pensaba que el bastón seguiría el movimiento de
la escalera y que giraría por sí solo en el recodo hasta llegar abajo. Pero el
chasquido agudo de la madera cesó de improviso. Debía de haberse detenido.
Sonrió aliviado, y agarrándose a la barandilla (mientras la cerveza no dejaba de
cantar en su cabeza vacía), empezó a bajar de nuevo. Apenas evitó la caída y se
sentó cansado en un escalón, mientras buscaba a tientas su camino.
Arriba, una puerta se abrió en el descansillo. Frau Standfuss, con una lámpara de
gas en la mano, a medio vestir, parpadeando, con el pelo convertido en una especie de aureola que le salía del gorro de dormir, se acercó y gritó: «¿Eres tú, Mark?».
Una cuña amarilla de luz envolvía la barandilla, las escaleras y su bastón, y Mark,
jadeando pero feliz, volvió a subir de nuevo hasta el descansillo, su sombra negra y
jorobada seguía sus pasos por las paredes
.

 

   

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