La vida y la muerte me
están desgastando MO YAN 421
Embestí mi cabeza contra el hielo. Nada. Lo hice una segunda vez. Todavía nada. Así que di la vuelta y nadé contra la
corriente. Cuando por fin alcancé la superficie lo veía todo rojo. ¿Aquello se debía a la puesta de
sol? Lancé al niño casi ahogado sobre el hielo. A través de la neblina roja vi a Jinlong, a Huzhu, a
Hezuo, a Lan Lian y a muchos más..., todos ellos parecían estar hechos de sangre, tan rojos, con
palos, cuerdas y azadas en las manos mientras se arrastraban por el hielo para rescatar a los
niños... Qué listos y buenos eran. No podía evitar tener buenos sentimientos hacia ellos. Sentía
agradecimiento incluso hacia los que me habían hecho tan difícil mi existencia como cerdo. Mis
pensamientos eran un drama misterioso interpretado sobre un escenario que aparentemente se
había levantado en el borde de una nube mientras me ocultaba entre un bosquecillo de extraños
árboles que tenían ramas doradas y hojas de jade. La música se enroscaba en el aire que flotaba
por encima del escenario, acompañada de una canción entonada por una cantante de ópera
femenina que vestía un traje hecho de pétalos de loto. Me sentía profundamente conmovido,
aunque no sabría decir por qué. Sentía calor por todas partes; el agua que me rodeaba estaba cada
vez más caliente. Me sentía extraordinariamente bien mientras me hundía despacio en el fondo,
donde me encontré con un par de demonios sonrientes de rostro azul que me resultaban muy
familiares.
—¡Bueno, viejo amigo, ya estás de vuelta
El espíritu del perro
Un alma ag r a v i a d a r e g r e s a r e c a r n a d a en u n p e r r o
Un niño mimado va a la ciudad con su madre
Los dos siervos del inframundo me agarraron por los
brazos y me sacaron del agua.
—¡Llevadme a ver al señor Yama, malditos bastardos! —grité lleno de rabia—. ¡Voy a
ajustar cuentas con ese condenado perro viejo!
—-Ja, ja —se rió el Siervo Uno—. Después de todos estos años, sigues siendo un
cascarrabias.
—Como se suele decir, no puedes impedir que un gato persiga a un ratón o que un perro
coma mierda —se burló el Siervo Dos.
—¡Dejadme marchar! —grité—. ¿Creéis que no soy capaz de encontrar a ese maldito
perro por mí mismo?
—Cálmate —dijo el Siervo Lino—. Sólo cálmate. Ya somos viejos amigos. Después de
todos estos años, lo cierto es que te hemos echado de menos.
—Te llevaremos a ver al condenado perro viejo —dijo el Siervo Dos.
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 421
Cada vez que la he visto a lo largo de los quince años de nuestra... —bueno, no
encuentro el término preciso para describir nuestro tipo de relación—, no parece
que me haya reconocido al momento; y también esta vez se quedó quieta durante
un instante, en la acera de enfrente, volviéndose a medias en una suerte de
incertidumbre no exenta de curiosidad, y lo único que hacía ademán de moverse hacia mí era su bufanda amarilla, como uno de esos perros que te reconocen antes
de que lo hayan hecho sus dueños; luego dio un grito, levantó las manos, y todos los
dedos iniciaron una especie de danza, y en mitad de la calle, con la impulsividad y
franqueza de una vieja amistad (de la misma forma que al despedirse de mí siempre
lo hacía con la señal de la cruz sobre mi rostro), me besó tres veces con más boca
que sentido y luego se puso a pasear a mi lado, colgándose de mí, ajustando con
dificultad su paso al mío, debido a su estrecha falda marrón negligentemente
abierta en un costado.
Edgar Allan Poe
Obras en español 421
Lo que
podíamos hacer por la seguridad de nuestra barca era muy poca cosa, en verdad.
Descubrimos algunas grietas anchas cerca de ambos extremos, y nos las ingeniamos para
taparlas con trozos de nuestras chaquetas de lana. Con ayuda de los remos sobrantes, que
había allí en abundancia, levantamos una especie de armazón en torno a la proa para
amortiguar la fuerza de las olas que podían amenazar con colmarnos por esta parte.
Erigimos también dos remos a modo de mástiles, colocándolos uno frente a otro; uno en
cada borda, evitándonos así la necesidad de una yerga. Atamos a estos mástiles una vela
hecha con nuestras camisas, cosa que nos costó algún trabajo, pues no podíamos pedirle
ayuda a nuestro prisionero para nada, aunque nos la había prestado con buena voluntad para
trabajar en todas las demás operaciones. La vista de la tela blanca parecía impresionarle de
una manera singular. No pudimos convencerle para que la tocara o se acercase a ella, pues
se ponía a temblar cuando intentábamos obligarle, gritando: "¡Tekeli-li!"
Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA 421
En esto, ya comenzaban a gorjear en los árboles mil suertes de pintados
pajarillos, y en sus diversos y alegres cantos parecía que daban la norabuena y
saludaban a la fresca aurora, que ya por las puertas y balcones del Oriente iba
descubriendo la hermosura de su rostro, sacudiendo de sus cabellos un número
infinito de líquidas perlas, en cuyo suave licor bañándose las yerbas, parecía
asimesmo que ellas brotaban y llovían blanco y menudo aljófar; los sauces destilaban
maná sabroso, reíanse las fuentes, murmuraban los arroyos, alegrábanse
las selvas y enriquecíanse los prados con su venida. Mas apenas dio lugar la claridad del día para ver y diferenciar las cosas, cuando la primera que se ofreció
a los ojos de Sancho Panza fue la nariz del escudero del Bosque, que era
tan grande, que casi le hacía sombra a todo el cuerpo. Cuéntase, en efecto,
que era de demasiada grandeza, corva en la mitad y toda llena de verrugas, de
color amoratado, como de berenjena; bajábale dos dedos mas abajo de la
boca, cuya grandeza, color, verrugas y encorvamiento así le afeaban el rostro,
que, en viéndole Sancho, comenzó a herir de pie y de mano como niño con
alferecía, y propuso en su corazón de dejarse dar docientas bofetadas antes
que despertar la cólera para reñir con aquel vestiglo.
Don Quijote miró a su contendor y hallole ya puesta y calada la celada, de
modo que no le pudo ver el rostro, pero notó que era hombre membrudo, y
no muy alto de cuerpo. Sobre las armas traía una sobrevista o casaca de una
tela, al parecer, de oro finísimo, sembradas por ella muchas lunas pequeñas de
resplandecientes espejos, que le hacían en grandísima manera galán y vistoso;
volábanle sobre la celada grande cantidad de plumas verdes, amarillas y blancas;
la lanza que tenía arrimada a un árbol era grandísima y gruesa, y de un
hierro acerado de mas de un palmo.
Todo lo miró y todo lo notó don Quijote, y juzgó de lo visto y mirado que
el ya dicho caballero debía de ser de grandes fuerzas; pero no por eso temió
como Sancho Panza, antes con gentil denuedo dijo al Caballero de los Espejos:
—Si la mucha gana de pelear, señor caballero, no os gasta la cortesía, por
ella os pido que alcéis la visera un poco, porque yo vea si la gallardía de vuestro
rostro responde a la de vuestra disposición.
JORGE LUIS
BORGES
COMPLETAS 421
El argumento es
éste: Un hombre, el estudiante incrédulo y fugitivo que conocemos,
cae entre gente de la clase más vil y se acomoda a ellos,
en una especie de certamen de infamias. De golpe —con el milagroso
espanto de Robinson ante la huella de un pie humano en
la arena— percibe alguna mitigación de infamia: una ternura,
una exaltación, un silencio, en uno de los hombres aborrecibles.
"Fue como si hubiera terciado en el diálogo un interlocutor más
complejo." Sabe que el hombre vil que está conversando con él
es incapaz de ese momentáneo decoro; de ahí postula que éste ha
reflejado a un amigo, o amigo o amigo de un amisto. Repensando
el problema, llega a una convicción misteriosa: En algún punto
de la tierra hay un hombre de quien procede esa claridad; en
algún punto de la tierra está el hombre que es igual a esa claridad.
El estudiante resuelve dedicar su vida a encontrarlo.
Ya el argumento general se entrevé: La insaciable busca
de un alma a través de los delicados reflejos que ésta ha dejado
en otras: en el principio, el tenue rastro de una sonrisa o de
una palabra; en el fin, esplendores diversos y crecientes de la
razón, de la imaginación y del bien. A medida que los hombres
interrogados han conocido más de cerca a Almotásim, su porción
divina es mayor, pero se entiende que son meros espejos. El tecnicismo
matemático es aplicable: la cargada novela de Bahadur
es una progresión ascendente, cuyo término final es el presentido
"hombre que se llama Almotásim".El inmediato antecesor de
Almotásim es un librero persa de suma cortesía y felicidad; el que
precede a ese librero es un santo... Al cabo de los años, el
estudiante llega a una galería "en cuyo fondo hay una puerta y
una estera barata con muchas cuentas y atrás un resplandor". El
estudiante golpea las manos una y dos veces y pregunta por Almotásim.
Una voz de hombre —la increíble voz de Almotásim—
lo insta a pasar. El estudiante descorre la cortina y avanza. En
ese punto la novela concluye.
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