DON QUIJOTE DE LA MANCHA 192
Vieron sentado al pie de un fresno a un mozo vestido como labrador, al
cual, por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba los pies en el arroyo
que por allí corría, no se le pudieron ver por entonces; y ellos llegaron con
tanto silencio que dél no fueron sentidos, ni él estaba a otra cosa atento que a
lavarse los pies, que eran tales, que no parecían sino dos pedazos de blanco
cristal que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido. Suspendioles la blancura y belleza de los pies, pareciéndoles que no estaban hechos a pisar
terrones, ni a andar tras el arado y los bueyes, como mostraba el hábito de su dueño.
Y así, viendo que no habían sido sentidos, el cura, que iba delante, hizo
señas a los otros dos que se agazapasen o escondiesen detrás de unos pedazos
de peña que allí había; y así lo hicieron todos, mirando con atención lo que
el mozo hacía, el cual traía puesto un capotillo pardo de dos haldas, muy ceñido
al cuerpo con una toalla blanca. Traía ansimesmo unos calzones y polainas
de paño pardo, y en la cabeza una montera parda. Tenía las polainas levantadas
hasta la mitad de la pierna, que, sin duda alguna, de blanco alabastro parecía.
Acabóse de lavar los hermosos pies, y luego, con un paño de tocar, que
sacó debajo de la montera, se los limpió; y, al querer quitársele, alzó el rostro,
y tuvieron lugar los que mirándole estaban de ver una hermosura incomparable,
tal, que Cardenio dijo al cura con voz baja:
—Esta, ya que no es Luscinda, no es persona humana sino divina.
Graves, Robert El Vellocino de Oro 192
Tenía un corte profundo en la cabeza que le estaba sangrando y sus compañeros lo sostenían con
dificultad.
-Dejádmelo a mi -exclamó Eufemo, acercándose a ellos y ejecutando complicados ejercicios en el
agua para demostrar su maestría como nadador.
-¡Hazte cargo de él, en nombre de la Madre! -respondió uno de ellos.
Eufemo, nadando de espaldas, no tardó en llevar a tierra al hombre herido. Los otros, moviendo los
pies acompasadamente, dirigieron el mástil hacia el mismo lugar seguro. Pero no hubieran logrado
trepar a tierra de no ser por la ayuda que les prestó Eufemo: volvió a tirarse al agua y los fue izando
a tierra, uno por uno. Cuando por fin estuvieron todos en tierra le abrazaron del modo más tierno
que pueda imaginarse, afirmando en un griego bárbaro que se había ganado su eterna gratitud.
JAMES JOYCE
ULISES 192
Lilata rutilantium.
Turma circumdet
Iubilantium te virginum.
El nimbo gris del sacerdote en el nicho en
que se viste discretamente. No quiero dormir
aquí esta noche. A casa tampoco puedo ir.
Una voz dulzona y prolongada lo llamó
desde el mar. Al doblar la curva agitó su mano.
Volvió a llamar. Una bruñida y morena cabeza,
la de una foca, allá lejos en el agua, redonda.
Usurpador.
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 192
El timbre
Reclutado por el Ejército Rojo, se veía obligado a participar, renuente y confuso, en la guerra civil.
Luego, una hermosa noche, al ritmo del chirrido estático de los grillos de la estepa,
se pasó a los Blancos.
Roberto Bolaño
2666 192
En mi cuarto había dos espejos rarísimos, que en los últimos
días me daban miedo. Cuando supe que iba a quedarme
dormida, sólo tuve fuerzas suficientes para alargar el brazo y
apagar la luz.
La vida y la muerte me
están desgastando MO YAN 192
Pero ahora aquel carnicero de cerdos de la Comuna del Pueblo había
cortado un cuerno a nuestro buey y mi padre había gritado horrorizado: «¡Mi buey!», antes de caer
desmayado. Sabía que si no se hubiera desmayado en aquel momento habría cogido el cuchillo del
carnicero y habría ido a por la enorme y grasienta cabeza del desollador de cerdos. No quiero ni
pensar adonde habría conducido aquello. Me alegré de que se desmayara. Pero el buey estaba
mucho más despierto y te puedes imaginar cómo le dolía haber perdido un cuerno. Lanzando un
sonoro mugido, levantó la cabeza y cargó contra el grueso carnicero. Lo que más me llamó la
atención en aquel momento fue la mata de cabellos largos que sobresalía del ombligo del buey,
como si fuera un fino pincel para escribir hecho con pelo de lobo. También estaba en movimiento,
subiendo y bajando, como si compusiera una línea de caracteres chinos. Aparté la mirada de aquel
místico pincel de escritura justo a tiempo para ver cómo el buey retorcía la cabeza a un lado y clavaba su cuerno sano en el prominente vientre de Zhu Jiujie. Su cabeza siguió moviéndose, así
que el cuerno no se hundió hasta la empuñadura. A continuación, sacudió la cabeza hacia arriba
como una montaña de carne en erupción y del agujero que había en el vientre de Zhu Jinjie se
vertieron grandes pedazos amarillentos de grasa.
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