Vladimir Nabokov Lolita
¿Quieres decir que nunca... ?
Sus rasgos se torcieron en una mueca de enfadada incredulidad.
—Nunca has... –empezó nuevamente–. Déjame, ¿quieres? –dijo con un
gemido vibrante, apartando vivamente su hombro dorado de mis labios.
(Era muy curiosa esa tendencia suya –que después persistió largo tiempo–
a considerar cualquier caricia, salvo los besos en la boca, como una «bobería
romántica» o «anormal».)—¿Quieres decir –insistió, ahora de rodillas sobre mí– que nunca lo hiciste
cuando eras niño?
—Nunca –respondí verazmente.
—Bueno –dijo Lolita–, pues aquí empezamos.
Pero no he de abrumar a mis lectores con el informe detallado de la
presunción de Lolita. Básteme decir que no percibí huella de modestia en esa
hermosa y recién formada, profundamente, definitivamente depravada por la
coeducación moderna, las costumbres juveniles, los juegos en torno al fuego del
campamento y todo el resto. Consideraba el acto en sí apenas como parte de un
mundo furtivo de jovenzuelos, desconocido para los adultos. Lo que los adultos
hacían con miras a la procreación no era cosa suya. Sólo el orgullo impidió a
Lolita batirse en retirada; pues en mi extraña actitud fingí estupidez suprema y
la dejé conducirse a su antojo... al menos mientras me fue posible. Pero en
verdad éstas son cuestiones que no vienen al caso; no me interesa el llamado
«sexo». Cualquiera puede imaginar esos elementos de animalidad. Una tarea
más importante me reclama: fijar de una vez por todas la peligrosa magia de las
nínfulas.
VLADIMIR NABOKOV
La defensa
Las urnas que se levantaban sobre pedestales de piedra en las cuatro esquinas de la terraza se amenazaban unas a otras en diagonal. Las golondrinas volaban hacia las alturas; su vuelo recordaba el movimiento de unas tijeras cortando a toda velocidad algún dibujo. Sin saber qué hacer con su tiempo, Luzhin vagabundeó por un sendero al lado del río; de la orilla opuesta le llegaron gritos jubilosos y una visión de cuerpos desnudos. Se ocultó tras el tronco de un árbol y con el corazón desbocado contempló aquellos destellos de blancura. Un pájaro hizo crujir las ramas; Luzhin, asustado, se alejó rápidamente del río y volvió a la casa. Almorzó con el ama de llaves, una anciana taciturna de rostro amarillento que desprendía siempre un suave olor a café. Después, reclinado en el gran sofá del salón, escuchó adormilado toda clase de ruidos ligeros, desde el grito de una oropéndola en el jardín hasta el zumbido de una abeja que había entrado por la ventana o el tintineo de los platos en una bandeja procedente del dormitorio de su madre, y esos nítidos sonidos fueron extrañamente transformados en su duermevela hasta asumir la forma de brillantes y enmarañados trazos sobre un fondo oscuro; al tratar de desenmarañarlos se quedó dormido. Le despertaron los pasos de una sirvienta enviada por su madre... El dormitorio de ésta era oscuro y poco atractivo.
Su madre le atrajo hacia sí, pero él se puso tenso y se apartó con tanta fuerza que se vio obligada a soltarlo.
—Ven, cuéntame algo —le dijo con suavidad. El por toda respuesta se encogió de hombros y comenzó a rascarse la rodilla con un dedo—. ¿No me quieres decir nada? —le preguntó con voz aún más suave. Luzhin miró hacia la mesita de noche, se metió una boule-de-gomme en la boca y comenzó a chuparla... tomó luego una segunda, una tercera y otra y otra más, hasta que tuvo la boca llena de dulces bolitas que chocaban entre sí.
TIEMPO DE CENIZAS JORGE MOLIST
Joan subió a la habitación,donde un medico vecino le atendió al rato.Dijo que la herida de la espalda era superficial,se aseguró de que estuviera bien desinfectada y comprobó que el golpe recibido en el hombro izquierdo no había roto ningún hueso.Joan había sido muy afortunado y podría hacer vida normal.
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