EL ULTIMO ENCUENTRO
Sandor Marai
El fuego ya ardía en medio del patio y se elevaba un humo maloliente, el humo penetrante de la hoguera, alimentada con excrementos de camello. Todos nos sentamos alrededor del fuego sin decir palabra. Krisztina era la única mujer entre nosotros. A continuación, trajeron un cordero, un cordero blanco; el anfitrión sacó su cuchillo y lo mató con un movimiento imposible de olvidar... Ese movimiento no se puede aprender; ese movimiento oriental todavía conserva algo del sentido simbólico y religioso del acto de matar, del tiempo en que ese acto significaba una unión con algo esencial, con la víctima. Con ese movimiento levantó su cuchillo Abraham contra Isaac en el momento del sacrificio; con ese movimiento se sacrificaba a los animales en los altares de los templos antiguos, delante de la imagen de los ídolos y deidades; con ese movimiento se cortó también la cabeza a san Juan Bautista... Es un movimiento ancestral. Todos los hombres de Oriente lo llevan en la mano. Quizás el hombre haya nacido con ese movimiento al separarse de aquel ser intermedio que fue, de aquel ser entre animal y hombre... según algunos antropólogos, el hombre nació con la capacidad de doblar el pulgar y así pudo empuñar un arma o una herramienta. Bueno, quizás empezara por el alma, y no por el dedo pulgar, yo no lo puedo saber... El hecho es que aquel árabe mató el cordero, y de anciano de capa blanca e inmaculada se convirtió en sacerdote oriental que hace un sacrificio. Sus ojos brillaron, rejuveneció de repente, y se hizo un silencio mortal a su alrededor. Estábamos sentados en torno del fuego, mirando aquel movimiento de matar, el brillo del cuchillo, el cuerpo agonizante del cordero, la sangre que manaba a chorros, y todos teníamos el mismo resplandor en los ojos. Entonces comprendí que aquellos hombres viven todavía cercanos al acto de matar: la sangre es una cosa conocida para ellos, el brillo del cuchillo es un fenómeno tan natural como la sonrisa de una mujer o la lluvia. Aquella noche comprendimos (creo que Krisztina también lo comprendió, porque estaba muy callada en aquellos momentos, se había puesto colorada y luego pálida, respiraba con dificultad y volvió la cabeza hacia un lado, como si estuviera contemplando sin querer una escena apasionada y sensual), comprendimos que en Oriente todavía se conoce el sentido sagrado y simbólico de matar, y también su significado oculto y sensual. Porque todos sonreían, todos aquellos hombres con rostro de piel oscura, de rasgos nobles, todos entreabrían los labios y miraban con una expresión de éxtasis y arrobamiento, como si matar fuera algo cálido, algo bueno, algo parecido a besar. Es extraño, pero, en húngaro, estas dos palabras, matanza y beso, ölés y ölelés, son parecidas y tienen la misma raíz.
MO YAN RANA
REY JESUS ROBERT GRAVES
El Rey Adán
Estaban ahora en una cámara construida, en forma de colmena, de grandes losas de
caliza sin tallar, con pinturas en rojo y ocre de espirales, dobles espirales, cruces
gamadas, gamadas invertidas y relámpagos bifurcados. En el centro había un pilar de
forma fálica y a su lado un par de esqueletos agazapados, uno sin cráneo, y entre ambos
la cornamenta dorada de un antílope. De los tres nichos de la cámara, en el de la derecha
no había nada; en el de la izquierda había dos vasijas rayadas de sacrificio, un trípode de
marfil, y la máscara de un hombre pálido y barbado de mejillas hundidas; en el del
centro se veía un arcón pequeño, con anillos para ser transportado con dos varas,
chapado en oro y rematado por querubines dorados. Al frente se abría un túnel largo y
estrecho que se alejaba hacia la oscuridad. Había dos estrechas tabletas de piedra apoyadas contra la pared, cerca de la entrada; una de sardo rojo edomita y otra de
mármol dorado númida, que tenían grabadas a ambos lados numerosas imágenes
pequeñas.
Sangre negra cubría el fondo de las vasijas rayadas. Jesús dijo a Maria la Peluquera en tono de
acusación:
-Es sangre de toro.
Ella le preguntó burlonamente:
-¿No has leído que Moisés elevó un circulo de doce pilares, y un décimo tercero en el
centro, a manera de altar, y que sacrificó toros, y que recogió la sangre en estas mismas
vasijas?
sangre de toro de las vasijas y a profetizar por la boca de esa máscara de muerte en que
está enclavada la quijada de Adán.
-Hago lo que hago obedeciendo a mi señora
Amerika, 1927)
Franz Kafka
Ciertamente había también algunos que deseaban dormir a toda costa –Karl generalmente estaba entre ellos–, y éstos, en vez de apoyar la cabeza sobre la almohada, la cubrían o la envolvían con la misma; pero cómo podía conservarse el sueño si el vecino más próximo se levantaba, a altas horas de la noche, para dirigirse a la ciudad en busca del placer; si se lavaba ruidosamente, rociándolo todo con agua, en el lavabo que estaba instalado a la cabecera de la propia cama; si no sólo se calzaba las botas con estrépito, sino que además intentaba asentárselas mejor golpeando el suelo con el tacón –casi todos, a pesar de la horma americana de su calzado, gastaban zapatos demasiado estrechos–, si hasta terminaba por alzar finalmente, en busca de algún detalle de su atavío, la almohada del durmiente, debajo de la cual éste, claro es que ya despierto, sólo aguardaba el momento de lanzarse sobre el importuno. Ahora bien, todos ellos eran deportistas, muchachos jóvenes y en su mayor parte fuertes, que no perdían oportunidad alguna que pudiesen aprovechar para sus ejercicios deportivos. Y si durante la noche se incorporaba uno de un salto, despertado de su profundo sueño por un tremendo estrépito, podía estar seguro de encontrar en el suelo, junto a su cama, a dos luchadores; y de pie sobre todas las camas a la redonda, bajo una luz penetrante, a los peritos, en camisa y calzoncillos.
Cierta vez, a raíz de una demostración nocturna de boxeo de este tipo, uno de los púgiles fue a caer sobre Karl; éste estaba durmiendo y lo primero que vio al abrir los ojos fue la sangre que al muchacho le salía de la nariz y que se derramaba sobre toda la ropa de la cama antes de que nada pudiera hacerse para evitarlo.
A menudo se pasaba Karl las doce horas, casi íntegramente, intentando lograr unas horas de sueño, aunque por otra parte también implicaba para él un atractivo grande el poder participar de las diversiones de los demás; pero continuamente se le figuraba que los otros todos ellos, le llevaban ventaja en la vida, una ventaja que él debía compensar mediante una aplicación mayor en el trabajo, y también con pequeñas renuncias.
Ash-Shams (El Sol)
(1) ¡CONSIDERA el sol y su radiante esplendor, (2) y la luna cuando refleja su luz!1
(3) ¡Considera el día cuando descubre el mundo,2 (4) y la noche cuando lo cubre de oscuridad!
(5) ¡Considera el cielo y su maravillosa creación,3 (6) y la tierra y su vasta extensión!
(7) ¡Considera al ser del hombre,4 y cómo está formado con arreglo a su función,5 (8) y
cómo está imbuido de flaquezas morales y también de conciencia de Dios!6(9) Dichoso será, en verdad, quien purifique este [ser], (10) y realmente perdido estará
quien lo cubra [de oscuridad].
Lit., “cuando le sigue (talaha)”, e.d., al sol. Según el gran filólogo Al-Farra’, que vivió en el siglo II de la
hégira, “el significado es que la luna deriva su luz del sol” (citado por Rasi).
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