Palo Santo significa "madera sagrada" y es el nombre para la bursera graveolens. También se le llamó "quebracho" por los colonizadores españoles ya que por su dureza quebraba el hacha al ser cortado
Los Lengua-Maskoy tienen la creencia que una fogata hecha con la madera del Palo santo evita que los espíritus maléficos se acerquen a las viviendas. Le atribuyen tal propiedad debido a la particular claridad de las llamas que surgen de esta madera encendida. De hecho, se puede observar que muchos Lengua-Maskoy hacen su fuego casi exclusivamente con la madera del Palo santo. Si alguien de la población indígena ha visto un espíritu maligno o ha tenido contacto con una persona que ha visto un espíritu, se purifica a todo el pueblo con el humo del fuego de Palo Santo.
Con frecuencia se puede observar troncos viejos de Palo santo que en el interior son huecos. En estos huecos se conserva agua de lluvia.
César Pérez Gellida
Dies irae
Nunca valoraste alguna posibilidad distinta a tus propias evidencias. Y
yo solo te mostré un reflejo donde tu verdad, tu certeza, no era sino la más sincera de las
mentiras. Yo soy la ciencia y Augusto es el arte. Deja que te lo explique todo con detalle,
querido Pílades, tenemos tiempo y apuesto a que te mueres de ganas…
—Las mismas que tú por relatarlo —atajó Erika.
—Es posible, pero tienes que contarnos cómo lo has descubierto cuando termine.
Así, seremos como una familia entrañable, sin secretos. ¿De acuerdo, chica lista?
Erika comenzó a liar un cigarro por respuesta. Aparentaba un sosiego que no
correspondía a la situación que se estaba viviendo en aquella mesa. Carapocha seguía
tratando de asimilar el impacto.
—Mathias Wettin, para servirles, aunque debería haberme llamado Miguel García
si no hubiera nacido muerto un 22 de marzo de 1978. Y muerto estoy, con certificado de
defunción incluido, como muchos otros recién nacidos en España durante los años setenta
y ochenta. Precisamente ahora se están destapando bastantes casos de robos de niños,
seguro que lo habéis visto en algún telediario… ¡Ahora! —enfatizó agriamente—, tantos
años después. Sin embargo, yo lo descubrí todo en 1995. Luego os detallaré cómo, pero
el hecho es que me vendieron a un acaudalado matrimonio alemán afincado en Mallorca.
Ellos no podían tener hijos y ya se habían cansado de hacer de conejillos de Indias en
fallidos experimentos de fecundación in vitro, así que dieron la espalda a la medicina y se
entregaron a su fe. Ambos provenían de familias muy católicas y adineradas de la zona de
la Baja Sajonia, y las Hermanas de la Caridad no necesitaban más razones. Me bautizaron
con el mismo nombre que el de mi falso padre, Mathias.
DIES IRAE
JOEL SANTAMARÍA
—¡Ay, triste de mí! ¡Ay, desgraciada, que voy a perder a la vez a mi
marido y a mi hijo mayor! —repetía una y otra vez—. ¿Es que no sabéis cuántos
peligros vais a correr los dos en la batalla? ¿No habéis oído nunca el dicho que
reza que de las guerras del rey pocos regresan? ¿Creéis que me gusta hacer de
vaca y parir a mis hijos para que me los maten y despedacen en campo abierto,
como si fueran toros de lidia, y que además hagan lo mismo con mi marido y
señor? ¡Preferiría mil veces estar muerta antes que perderos a los dos! ¡Y yo
que me figuraba que ya se habían acabado mis penas!
No le servían de ningún consuelo a Blanca las razones y explicaciones de
Jan, asegurándole que, en caso de no acudir a la llamada del rey, su vida aún
correría más peligro; ni tampoco las de Pere, en las que justificaba su decisión
argumentando que ya había llegado a la edad de salir del nido, y que
precisamente a causa de su nacimiento vergonzoso, con padre gentil, era su
deber conseguir la honra con la fuerza de las armas. Tanto se repitieron los
lamentos y las discusiones que los dos caballeros templarios pasaron la noche
entera en vela.
A la mañana siguiente, mientras celebraban la misa de laudes en la capilla
de la casa, Blanca no hizo ningún mal gesto ni estalló en lloros. A cualquiera que
la conociera poco, le parecería que por fin se había resignado a la idea de que
su marido y su hijo mayor partirían de inmediato hacia la guerra. Las madres y
hermanas de los nueve peones que tenían que acompañarlos, por el contrario,
no se ahorraban ninguna muestra de dolor, ni toda la caterva previsible de
lágrimas, suspiros y desmayos.
A la salida de la misa, Jan se retiró con sus dos invitados y sus nueve
hombres al salón principal, y allí les ofreció un generoso desayuno con carneros
y pollos asados. La mayoría de los peones que le acompañarían eran mancebos
y hermanos segundones. Con la ausencia de sus madres y la ayuda de la
abundante ambrosía que Jan les hizo servir, su estado de ánimo mejoró
notablemente. El dueño de la casa aparentó en todo momento estar alegre y
despreocupado; tan sólo sus ojeras delataban que había pasado la noche sin
dormir. Al fin, tras intercambiar cuatro bromas con los presentes, se sentó al lado
de Guilhem, a la cabecera de la mesa.
—Me pesa mucho que antes de llegar al final de mis días todavía tenga
que presenciar crueles combates y despiadadas matanzas —le confesó a su
huésped, bajando el tono de voz.
—Es como dice el miserere de Dies irae, Jan, son días de ira
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