LOS TEXTOS DE LAS PIRAMIDES 119
JAMES JOYCE ULISES 119
Un marinero de una pierna muleteó por la esquina de MacConnel,
costeó el carro de helados de Rabaiotti y se lanzó
a saltos por la calle Eccles. Gruñó
agresivamente hacia Larry O'Rourke, en
mangas de camisa en su puerta.
John Kennedy Toole
La conjura
de los necios 119
—En Levy Pants. Tenemos allá un blanquito grande que vino a la
fábrica a decirnos que le gustaría mucho tira una bomba atómica y vola la
empresa.
—Me parece que vosotros tenéis algo más que sabotaje —dijo Jones—.
A mí me parece que vosotros tenéis una guerra.
—Hay que ser bueno, hay que respetar —dijo el señor Watson al
desconocido.
El hombre rompió a reír hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Ese hombre —dijo— dice que él reza por las mulatas y las ratas de tó
el mundo.
—¿Ratas? ¡Ahí va! Ustés tienen a un chiflao cien por cien.
—Es muy listo —dijo el hombre, a la defensiva—. Y además muy
religioso. Se hizo allí mismo en la oficina una cruz grandota.
—¡Juáaa!
—Y dice: «Tos vosotros seríais más felices en la Edad Media. Deberíais
conseguiros un cañón y flechas, tira una bomba nucular encima de este sitio.»
El hombre rompió a reír otra vez.
—No tenemos nada mejor qué hace en ésa fábrica. Siempre dice cosas
interesantes cuando mueve ese gran bigote que tiene. Va a llevarnos a tos a
una gran manifestación que dice que va a convertí todas las demás
manifestaciones del mundo en reuniones sociales de señoras.
ROBERT GRAVES EL VELLOCINO DE ORO 119
-Forasteros, bien venidos seáis a nuestra isla, pero siempre que acatéis las leyes que mantienen su
santidad. Quiero que sepáis (si Orfeo el tracio, a quien veo entre vosotros, no os lo ha dicho ya) que
en Samotracia no se rinde culto a los dioses olímpicos. Es más, no reconocemos a ninguna otra
deidad de ninguna clase, sino únicamente a la gran Triple Diosa, suprema, omnipotente e inmutable,
y a los seis pequeños dioses que la sirven y que se formaron con los restos del viejo Cronos, es
decir, los cinco dioses de los Dedos, mensajeros y artesanos de la diosa y el dios fálico Priapo, su
amante. Estas deidades se conocen colectivamente por Cabiros. Cuando se pone el pie en
Samotracia uno vuelve a encontrarse con el mundo tal como era antes de que empezara la Historia.
Aquí Zeus es todavía Zagreo, la criatura que nace cada año y que cada año es destruida. Los trajes
ceremoniales y las insignias que algunos de vosotros lleváis en honor de Apolo, Ares, Poseidón o
Hermes no tienen significado alguno para nosotros. Quitáoslo y dejadlo en el navío; llevad puestos
únicamente vuestros calzones. Pronto los Dáctilos Benditos os proveerán de camisas para que las
llevéis durante vuestra estancia con nosotros. Mañana seréis iniciados en los grandes misterios de la
diosa.
Los argonautas se avinieron a hacer todo cuanto les ordenaba Tiotes. Todos menos Atalanta que
dijo:
-Yo soy una mujer, y no un hombre. ¿Cuáles son tus intenciones en lo que a mi respecta, Tiotes?
Tiotes respondió:
-Llevas el traje y las insignias de la doncella Cazadora, pero la doncellez prolongada en una mujer
núbil le resulta detestable a la diosa. Mañana por la noche habrá luna llena. Ven entonces y las
ninfas de los Búhos te iniciarán en sus sagrados ritos. En Samotracia no existe el matrimonio, sólo
existen las costumbres de las ninfas. Atalanta respondió:
-Estoy consagrada a Artemisa la olímpica, y hacer lo que tú sugieres sería arrojar una maldición
sobre nuestra nave, pues es una diosa celosa.
DON QUIJOTE DE LA MANCHA CERVANTES 119
Te quiero dar cuenta de los
caballeros más principales que en estos dos ejércitos vienen. Y, para que mejor
los veas y notes, retirémonos a aquel altillo que allí se hace, de donde se deben
de descubrir los dos ejércitos.
Hiciéronlo así, y pusiéronse sobre una loma, desde la cual se vieran bien las
dos manadas que a don Quijote se le hicieron ejércitos, si las nubes del polvo
que levantaban no les turbara y cegara la vista; pero, con todo esto, viendo en
su imaginación lo que no veía ni había, con voz levantada comenzó a decir:
—Aquel caballero que allí ves de las armas jaldes, que trae en el escudo un
león coronado rendido a los pies de una doncella es el valeroso Laurcalco,
señor de la Puente de Plata; el otro de las armas de las flores de oro que trae
en el escudo tres coronas de plata en campo azul es el temido Micocolembo,
gran duque de Quirocia; el otro de los miembros giganteos, que está a su derecha
mano, es el nunca medroso Brandabarbarán de Boliche, señor de las tres
Arabias, que viene armado de aquel cuero de serpiente, y tiene por escudo una
puerta, que, según es fama, es una de las del templo que derribó Sansón, cuando
con su muerte se vengó de sus enemigos.
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