martes, julio 15, 2014

NUBE BLANCA.





ROBERT GRAVES   LA DIOSA BLANCA   53

La flor de la judía es blanca y florece en la misma estación que el espino blanco. La
judía pertenece a la Diosa Blanca, y de ahí su relación con el culto escocés de las brujas;
en los tiempos primitivos sólo sus sacerdotisas podían plantarla o cocinarla. Los
hombres de Feneo en Arcadia tenían una tradición según la cual la diosa Deméter,
cuando pasó por allí en sus viajes, les dio permiso para sembrar granos y legumbres de
todas clases con la única excepción de las judías. Parece, por consiguiente, que la razón
del tabú órfico era que la judía crece en espiral alrededor de su rodrigón, lo que
pronostica la resurrección, y que las ánimas se daban maña para renacer como seres
humanos introduciéndose en las judías -Plinio menciona esto- y siendo comidas por las
mujeres; por tanto, para un hombre comer una judía podía ser una frustración impía de
los propósitos de sus padres difuntos. Los cabeza de familia romanos arrojaban judías a
las ánimas en las Lemurias para darles la posibilidad de renacer, y las ofrecían a la diosa
Carnea en su festival porque ella tenía las llaves del Infierno.
A Carnea se la identifica generalmente con la diosa romana Cranae, que era en
realidad Cranea, «la dura o pétrea», sobrenombre griego de la diosa Artemisa, cuya hostilidad con respecto a los niños tenía que ser aplacada constantemente. Cranea tenía
un templo en una colina cercana a Delfos donde el cargo de sacerdote lo desempeñaba
siempre un muchacho por un término de cinco años; y un bosquecillo de cipreses, el
Craneo, en las afueras de Corinto, donde Belerofonte tenía un altar de héroe. Cranae
significa «roca» y se relaciona etimológicamente con la «cairn» gaélica, que ha venido a
significar un montón de piedras en la cima de una montaña.
Yo la llamo Diosa Blanca porque el blanco es su color principal, el color del
primer miembro de su trinidad lunar, pero cuando el bizantino Suidas dice que lo era
una vaca que cambió su color blanco por el rosa y luego por el negro, quiere decir que
la Luna Nueva es la diosa blanca del nacimiento y el crecimiento, la Luna Llena la diosa
roja del amor y la batalla, y la Luna Vieja la diosa negra de la muerte y la adivinación.
Confirma el mito de Suidas la fábula de Higinio de una novilla nacida de Minos y
Pasifae que cambiaba de color tres veces al día de la misma manera. En respuesta a un
desafío de un oráculo, un tal Polido, hijo de Cerano, la comparó apropiadamente con
una mora, fruto consagrado a la Diosa Triple. Las tres piedras erectas derribadas en
Moeltre Hill, cerca de Dwygyfylchi en Gales, en el iconoclasta siglo XVII, pueden muy
bien haber representado la trinidad de lo. Una era blanca, otra roja y la tercera azul
oscuro, y las llamaban las tres mujeres. Según la leyenda monástica local, tres mujeres
vestidas con esos colores fueron petrificadas como castigo por haber aventado grano en
domingo.
El relato más completo e inspirado acerca de la diosa en toda la literatura antigua
aparece en El asno de oro de Apuleyo, donde Lucio la invoca en medio de su miseria y
degradación espiritual y ella aparece respondiendo a su súplica; incidentalmente indica
que la diosa era adorada antaño en Moeltre en su triple calidad de cultivadora blanca,
segadora roja y aventadora negra del grano. La traducción castellana es la atribuida a
Diego López de Cortegana (1500), revisada y corregida por C.:

BLANCA


EL ULTIMO ENCUENTRO

Sandor Marai                            53

 No viviremos muchos años ya —dice el general, sin darle más vueltas, como si pronunciara la conclusión final de una discusión sin palabras—. Un par de años, quizás menos. No viviremos mucho, porque has vuelto. Y tú también lo sabes. Has tenido tiempo para pensar en ello, allí en el trópico, y luego en tu casa, en las afueras de Londres. Cuarenta y un años son muchos años. Has pensado en ello, ¿verdad?... Sin embargo, has vuelto, porque no has podido hacer otra cosa. Y yo te he estado esperando, porque no he podido hacer otra cosa. Los dos sabíamos que nos volveríamos a ver, y que con ello se acabaría todo. Se acabaría nuestra vida y todo lo que hasta ahora ha llenado nuestra vida de contenido y de tensión. Porque los secretos como el que se interpone entre nosotros tienen una fuerza peculiar. Queman los tejidos de la vida, como unos rayos maléficos, pero también confieren una tensión, cierto calor a la vida. Te obligan a seguir viviendo... Mientras uno tenga algo que hacer en esta tierra, se mantiene con vida. Voy a contarte lo que yo he experimentado en la soledad del bosque, durante los últimos cuarenta y un años, mientras tú estabas en el trópico y andabas por el mundo. La soledad también es un estado muy peculiar... a veces se presenta como una selva, llena de peligros y de sorpresas. Conozco todas sus variantes. El aburrimiento que en vano intentas hacer desaparecer con la ayuda de un orden de vida organizado de manera artificial. Las crisis repentinas, inesperadas. La soledad es un lugar lleno de secretos, como la selva —repite con insistencia—. Uno vive bajo un orden severo.





VLADIMIR NABOKOV

Pnin                                   53

—¿Pero dónde la encontró?
—Tienda de anticuario en Cranton, según creo.
—Tiene que haberle costado una fortuna.
—¿Un dólar? ¿Diez dólares? Acaso menos.
—¡Diez dólares! ¡Qué absurdo! Doscientos, diría yo. ¡Mírela! Mire este dibujo en espiral. Debería
mostrársela a los Coc. kerell. Son expertos en cristales antiguos. Tienen, por ejemplo, un jarro Lake
Dunmore que parece un pariente pobre comparado con esto.
Margaret Thayer la admiró a su vez y dijo que, cuando ella era niña, se imaginaba que las zapatillas de
cristal de la Cenicienta tendrían ese mismo tinte azul verdoso. Pero el profesor Pnin observó que, primo,
desearía conocer la opinión de los circunstantes en el sentido de si el contenido era tan bueno como el
recipiente, y secundo, que las zapatillas de la Cenicienta no eran de cristal, sino de piel de ardilla rusa,
vak, en francés. Este era, según dijo, un caso evidente de la supervivencia de los fuertes entre las
palabras, porque verre era más evocador que vair, palabra que no derivaba de varius, variado, sino de
veveñtsa, vocablo eslavo para cierta piel de invierno, hermosa y pálida, que tenía un tinte azulado, mejor
dicho sizily, de columbina, derivado de columba, palabra latina que quiere decir paloma, como alguien de
los ahí presente bien lo sabía.
—De modo que usted, mistress Thayer, tiene, en general, bastante razón.
—El contenido es excelente —dijo Laurence Clements.
—Esta bebida es deliciosa —dijo Margaret Thayer.
(—Siempre había creído que columbina era una especie de flor —dijo Thomas a Betty, quien asintió
ligeramente.)
Entonces se pasó revista a las respectivas edades de varios niños. 



EL FIGÓN DE LA REINA PATOJA
de
Anatole France                       53

Volando más que corriendo por la gran avenida, sobre los charcos de
agua que reflejaban los resplandores del incendio, atravesamos el parque,
sepultado en una sombra espesa. Estaba en calma y desierto. En el castillo
todo parecía dormir. Oíamos el rugido del fuego al subir de dos en dos los
peldaños de la escalera, deteniéndonos a veces para observar la procedencia
de tan espantoso ruido.
Pareciónos que salía de un corredor del primer piso, en donde nunca
habíamos puesto los pies. Nos dirigimos a tientas hacia aquel lado,advirtiendo por las rendijas de una puerta cerrada resplandores rojizos.
Empujamos con todas nuestras fuerzas las hojas, y éstas cedieron de pronto.
El señor de Astarac, que acababa de abrirlas, hallábase en pie y tranquilo
ante nosotros. Su larga figura negra se erguía en una atmósfera inflamada.
Preguntónos con dulzura por qué motivo urgente le buscábamos a tal hora.
No había incendio alguno, pero sí un fuego terrible en un gran horno de
reverbero, que después supe se llamaba atanor. Toda aquella sala, bastante
espaciosa, estaba llena de botellas de vidrio, sobre las cuales serpenteaban
tubos de cristal en forma de pico de pato; retortas semejantes a rostros
mofletudos con narices como trompas; crisoles, matraces, probetas,
alambiques y vasos de formas desconocidas.
Mi maestro dijo, secándose el rostro, luciente como un ascua:
—¡Ah, señor! Hemos creído que el castillo ardía como paja seca. A Dios
gracias, la biblioteca no se ha quemado. Pero veo que practicáis, caballero,
el arte espagírico.
—No os ocultaré —respondió el señor de Astarac— que en él he
realizado grandes progresos, sin hallar el thelema que dará perfección a mis
trabajos. En el momento mismo en que empujabais la puerta, recogía,
señores, el espíritu del mundo y la flor del cielo, que es la verdadera fuente
de juventud. ¿Entendéis algo de alquimia, señor Coignard?
El abate respondió que había adquirido de ella, en los libros, un ligero
barniz, pero que consideraba la práctica como perniciosa y contraria a la
religión. El señor de Astarac, sonriendo, dijo:
—Sois un hombre demasiado instruido, señor Coignard, para no
conocer el Águila voladora, el Pájaro de Kermes, la Gallina de Hermógenes,
la cabeza de Cuervo, el León verde y el Fénix.—Yo he oído decir —repuso mi buen maestro— que esos nombres
designaban la piedra filosofal en sus diferentes estados. Pero dudo que sea
posible la transmutación de los metales.
El señor de Astarac replicó con mucho aplomo:—Nada me será más fácil, caballero, que poner fin a vuestra
incertidumbre.
Y dirigiéndose a un viejo y desvencijado cofre, adosado a la pared, lo
abrió, sacando una moneda de cobre con la efigie del difunto rey, y nos
llamó la atención sobre una mancha redonda que la atravesaba de parte a
parte.
—Es el efecto de la piedra —dijo—, que ha cambiado el cobre en plata.
Pero aquí no tiene gran importancia.
Dirigióse nuevamente al viejo cofre, sacando de él un zafiro del tamaño
de un huevo, un ópalo de una magnitud maravillosa y un puñado de
esmeraldas admirablemente bellas.
—Ved ahí —exclamó— algunas de mis obras, las cuales os demostrarán
suficientemente que el arte espagírico no es el delirio de un cerebro huero.






La condición humana
de
André Malraux            43

Los condenados vacilaban,
a causa de las mujeres. «—¡Quitaos los
pantalones!» Las heridas habían aparecido,
una a una, vendadas con harapos:
las ametralladoras habían disparado muy
hacia abajo, y casi todos estaban heridos
en las piernas. Muchos doblaban los
pantalones, aunque habían arrojado el
capote. Se habían alineado de nuevo, al
borde de la fosa esta vez, frente a las
ametralladoras, destacados sobre la nieve:
carne y camisas. Invadidos por el
frío, estornudaban sin cesar, unos después
de otros, y aquellos estornudos eran
tan intensamente humanos, en aquel
amanecer de ejecución, que los
ametralladores, en lugar de disparar,
habían esperado esperado a que la vida
fuese menos indiscreta—. Por fin, se
habían decidido. Al día siguiente por la
tarde, los rojos recuperaban la aldea:
diecisiete, mal ametrallados, entre ellos
Katow, fueron salvados. Aquellas sombras,
claras sobre la nieve verdosa del
alba, transparentes, sacudidas por los
estornudos convulsos frente a las ametralladoras,
estaban allí, en la lluvia y
en la noche china, frente a la sombra del
Shang-Tung.



EL SUTRA DE LA LUZ DORADA  53  

el  excelente  rey  estaba  dormido  en  el  palacio  JinendraghoSã. 
Escuchando en su sueño  las virtudes de Buda, él vio a Ratnoccaya, un predicador 
de la Ley, brillando en medio del sol, exponiendo este rey de los sutras.  Y el 
rey  despertó  de  su  sueño.  La  totalidad  de  su  cuerpo  estaba  lleno  de  felicidad. 
Saliendo alegre de0 su palacio, se aproximó a la excelente asamblea de discípulos. 
Rindió homenaje a los discípulos de Buda. Preguntó por Ratnoccaya, el predicador 
de la Ley: “¿Dónde, en esta noble asamblea, está el monje llamado Ratnoccaya, que 
está  dotado  de  virtudes?”.  Entonces Ratnoccaya  estaba  en  otro  lado,  sentado  en 
una  cueva,  reflexionando  sobre  este  rey  de  los  sutras,  estudiándolo,  sentado 
confortablemente.  Entonces  ellos  mostraron  al  rey  el  monje  Ratnoccaya,  el 
predicador  de  la  Buena  Ley,    sentado  en  otro  lado  en  una  cueva, 
resplandeciendo  con  brillantez,  esplendor  y  gloria.  Aquí  este  Ratnoccaya,  el 
predicador  de  la  Ley,  mantenía  la  profunda  esfera  de  actividad  del  Buda. 
Proclamaba continuamente el  rey de  los sutras  llamado el excelente Suvarnbhãsa. 
Adorando los pies de Ratnoccaya, el Rey Susambhava dijo esto: “Exponme tú, cuyo 
rostro  se  parece  a  la  luna  llena,  el  excelente  Suvarnbhãsa,  rey  de  los  sutras”.  Y 
Ratnoccaya acepto  la petición del Rey Susambhava. En  la  totalidad de  la  triple-mil 
esfera  mundial  todos  los  dioses  se  regocijaron.  En  un  lugar  puro,  soberbio, 
excelente,  con  agua  como  joya,  rociado  con  gotas  de  agua  fragante,    él 
esparció flores sobre la tierra y entonces el rey colocó allí un asiento.





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